Cuando Cristo extiende su mano

11 de enero o viernes después de Epifanía

1 Jn 5, 5-13. El Espíritu, el agua y la sangre
Sal 147. Demos gracias y alabemos al Señor
Lc 5, 12-16. Al momento desapareció la lepra.

San Lucas, se complace en invitarnos a contemplar la misericordia del Señor, no cesa de presentarnos casos muy variados de curaciones y de atención a los pobres, Jesús se vuelca sobre aquellos que se encontraban más marginados en la sociedad de su época.

El Buen Pastor se compadece de todos y les presenta sus divinos auxilios, aliviando sus sufrimientos, sanando sus heridas y restituyéndoles su dignidad.

Es precioso contemplar como hoy se apiada de un hombre leproso, uno que había sido descartado por la sociedad, que por la condición de su enfermedad debía vivir aislado.

Continuamente repetir a viva voz “¡impuro!” “¡impuro!” “¡impuro!” para que la gente que se encontraba cerca se diera cuenta de su mal, machacando aún más el malestar en su corazón, pues no sólo era un excluído sino que era obligado a autoexcluirse.

«Aquel hombre se arrodilla postrándose en tierra — lo que es señal de humildad y de vergüenza— para que cada uno se avergüence de las manchas de su vida.

Pero la vergüenza no ha de impedir la confesión: el leproso mostró la llaga y pidió el remedio. Su confesión está llena de piedad y de fe. Si quieres, dice, puedes: esto es, reconoció que el poder curarse estaba en manos del Señor»

S. Beda, In Marci Evangelium, ad loc.

Jesús se ha abajado, lo ha visto y lo ha escuchado, más aún, ha consentido a su ruego, qué consuelo más grande debe de haber experimentado este hombre al escuchar de boca de Jesús, esas palabras tan hermosas “Quiero. Queda limpio”.

Y con eso ya habría bastado, sin embargo, nuestro Señor lo manda donde el sacerdote cumpliendo la Ley, para que éste lo declarara limpio de lepra y llevara acabo el ritual de purificación prescrito para estos casos.

Con todo, resultan conmovedoras las palabras de Cristo cuando le dice que vaya donde el sacerdote “para dar testimonio”, es un mandato para que vaya y confiese lo que ha experiementado según las categorías de su época, podríamos decir, Jesús lo reinserta en la sociedad, es más, le devuelve su dignidad. Vuelve a ser parte del Pueblo del Señor.

Cristo dignifica al hombre. Hermanos, ¿de qué hemos de ser curados por el Señor? ¿qué es lo que queremos que el sane en nuestras vidas? ¿Qué hace falta que Él haga por nosotros para que Él nos dignifique? O mejor dicho ¿qué necesitamos para vivir según la felicidad eterna para la que fuimos creados y en la cual damos gloria a Dios?

“Hay muchos leprosos en el mundo. Ese mal consiste en cierta languidez y tibieza en el servicio de Dios. No es que se tenga fiebre ni que sea una enfermedad peligrosa, pero el cuerpo está de tal manera manchado de la lepra que se encuentra débil y flojo.

Quiero decir que no es que se tengan grandes imperfecciones ni se cometan grandes faltas, pero caemos en tantísimas omisiones pequeñas, que el corazón está lánguido y debilitado. Y lo peor de las desgracias es que en ese estado, a nada que nos digan o hagan, todo nos llega al alma.

Los que tienen esta lepra se parecen a los lagartos, esos animales tan viles y abyectos, los más impotentes y débiles de todos, pero que, a pesar de ello, a poco que se les toque, se vuelven a morder...

Lo mismo hacen los leprosos espirituales; están llenos de muchísimas imperfecciones pequeñas, pero son tan altivos que no admiten ser rozados y a poco que se les reprenda, se irritan y se sienten ofendidos en lo más vivo.

¿Qué remedio hay? Tenemos que agarrarnos fuertemente a la cruz de Nuestro Salvador, meditarla y llevar en nosotros la mortificación. No hay otro camino para ir al cielo; nuestro Señor lo recorrió el primero”

San Francisco de Sales, Sermon 408

Al final del relato podemos observar aquel silencio que habla en Jesucristo, vemos su profunda humildad e íntima relación con el Padre, pues ante hechos tan portentosos, el Evangelista nos refiere siempre, que se iba a solas a orar.

Y en este tiempo de navidad que continuamos a vivir, en el que vemos al niño nacido en Belén para dar su vida por nosotros, la oración debería ser también para nosotros, un continuo contemplar el pesebre y en Él, aquel gran amor con el que el Padre nos ha amado al punto de haber dado su único Hijo para nuestra salvación.

Que el Señor, viéndonos con ojos de misericordia, tenga piedad de nosotros y nos bendiga en este día, para que sanando las enfermedades que el pecado pudo haber dejado en nuestra alma, podamos corresponder a su gracia, y entrar en ese diálogo de amor con el Padre tal y como el lo hizo.