Is 40, 1-5. 9-11. Vengan por agua; escúchenme y vivirán
Salmo: Is 12, 2-6. Sacarán agua con gozo de la fuente de la salvación
1 Jn 5, 1-9. El Espíritu, el agua y la sangre
Mc 1, 7-11. Tu eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias.
Concluimos hoy la celebración del tiempo de navidad, en la contemplación de los misterios de la vida de nuestro amado Jesús, hemos celebrado hace pocos días su nacimiento, hemos contemplado al niño en el pesebre junto María, José, los pastores y más recientemente los magos venidos del oriente; hemos visto en el Divino Niño el comienzo del cumplimiento de las promesas hechas desde la antigüedad, en esa línea la solemnidad que celebramos hoy, si bien cierra este tiempo litúrgico, es a la vez un nuevo comienzo, puesto que el Bautismo del Señor es el inicio de su ministerio público, de aquí irá Jesús a llamar a la conversión y anunciará la Buena Nueva de la salvación que culminará en el misterio pascual, su Pasión, Muerte y Resurrección.
El Bautismo de Jesús es un misterio hermosísimo, la Iglesia (n.536) nos enseña que:
«El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29); anticipa ya el «bautismo» de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12, 50)…». La grandeza de la misericordia divina se hace manifiesta, el Hijo de Dios no sólo asumió nuestro naturaleza humana, no le bastó venir al mundo en un niño de una familia pobre y humildad en un pequeña aldea de Israel, no le bastó al Rey del universo nacer en este mundo sin un techo que le cubriese, ser recostado en un pesebre y ser perseguido desde su más tierna infancia, ahora contemplamos su profunda humildad, su profundo abajamiento, se deja contar entre nosotros pecadores, entre aquellos que muchas veces hemos rechazado con nuestras actitudes y comportamientos vivir en el amor de Dios, entre aquellos que tantas veces no hemos sabido valorar las bendiciones que nos vienen de lo alto, no hay es extraño porque Juan el Bautista se rehúsa en un inicio a bautizarle, sin embargo, Jesús «Viene ya a «cumplir toda justicia» (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39)» El bautismo del Señor, su descenso a las aguas e signo de la aceptación de su muerte en Cruz, así como es sumergido-sepultado en las aguas del Jordán, será un día sumergido-sepultado en la tierra en espera de la gloriosa resurrección. «A esta aceptación responde la voz del Padre que pone toda su complacencia en su Hijo (cf. Lc 3, 22; Is 42, 1). El Espíritu que Jesús posee en plenitud desde su concepción viene a «posarse» sobre él (Jn 1, 32 – 33; cf. Is 11, 2). De él manará este Espíritu para toda la humanidad. En su bautismo, «se abrieron los cielos» (Mt 3, 16) que el pecado de Adán había cerrado; y las aguas fueron santificadas por el descenso de Jesús y del Espíritu como preludio de la nueva creación.»
Jesús santificando las aguas, las transforma, el consagrado del Señor, consagra la aguas del Bautismo, el Ungido del Señor, da una nueva fuerzas al elemento natural, con razón antiguamente durante la Liturgia del Bautismo, el ministro vertía óleo consagrado en el agua que habría de utilizarse para el Sacramento. Y es que el Bautismo de Cristo inaugura nuestro Bautismo «Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y «vivir una vida nueva» (Rm 6, 4)» De ahí la llamada del profeta Isaías en la primera lectura a la conversión del corazón, a saber aprovechar los tesoros del agua que no dejará de transformar nuestra tierra para que de frutos de vida eterna, su invitación de abandonar las preocupaciones por aquello para ir por lo que es verdaderamente importante “Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar ¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?” (Is 55, 1-2)
De ahí que desde siempre al contemplar este misterio que celebramos hoy los cristianos nos sintamos llamados a llevar a otros al conocimiento de Cristo Jesús y nos gocemos en el nuevo nacimiento de nuestros hermanos. Escuchemos el ardor de la fe en una homilía atribuida a san Hipólito de Roma
“Por esto les ruego: Vengan, todas las tribus de las naciones, vengan a la inmortalidad del bautismo. Les anuncio hoy la vida, a ustedes que estaban postrados en las tinieblas de la ignorancia. Vengan a la libertad, ustedes que todavía son esclavos. Vengan al reino, ustedes que sufren la tiranía. ¿Cómo venir? Me dicen. ¿Cómo? Por el agua del Espíritu Santo. Esta agua mezclada con el Espíritu, sacia el paraíso, alegra la tierra, fecunda el mundo, regenera y vivifica al hombre; es el agua en la cual Cristo fue bautizado y sobre la que descendió el Espíritu” (En “El Evangelio leído en la tradición cristiana. Ciclo B” de Pablo Cervera)
El Bautismo es la entrada en la vida nueva, es el nacimiento a la vida divina por acción de la gracia de Dios, que en Cristo Jesús santificó las aguas, entonces ¿que nos toca a nosotros que hemos sido contados ya entre el numero de los renacidos del agua y del Espíritu? A nosotros nos toca también entrar en la conversión del corazón, pues recordemos que esta no es sólo un acción sino una actitud constante en nosotros, hagamos memoria del Sacramento bendito que recibimos un día en la fuente bautismal, reconozcamos que también el Padre eterno quiere decir de nosotros “Este es mi hijo amado en quien me complazco” y caminemos en la voluntad del Señor, ya lo decía la carta de san Juan “..el amor de Dios consiste en que cumplamos sus preceptos. Y sus mandamientos no son pesados porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y nuestra fe nos dado la victoria sobre el mundo. Porque ¿quién es el que vence el mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios” (1 Jn 5, 3-5)
Dichosa hermosura de la inmensa misericordia que el Corazón de Jesús nos ha manifiestado con su descenso a las aguas del Jordán, entremos con Él en este misterios, vivamos con coherencia y santidad nuestra fe y un día llegaremos comprender las palabras del profeta que hemos recitado en el salmo “El Señor es mi Dios y salvador, con Él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación. Sacarán agua con gozo de la fuente de salvación” (Is 12, 2-3)
«Honremos hoy, pues, el bautismo de Cristo y celebremos como es debido esta festividad. Procurad una limpieza de espíritu siempre en aumento. Nada agrada tanto a Dios como la conversión y salvación del hombre, ya que para él tienen lugar todas estas palabras y misterios; sed como lumbreras en medio del mundo, como una fuerza vital para los demás hombres; si así lo hacéis, llegaréis a ser luces perfectas en la presencia de aquella gran luz, impregnados de sus resplandores celestiales, iluminados de un modo más claro y puro por la Trinidad, de la cual habéis recibido ahora, con menos plenitud, un único rayo proveniente de la única Divinidad, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.»
San Gregorio de Nacianzo, Disertaciones, Oficio de lectura de la fiesta
IMG: «Bautismo del Señor» de Piero della Francesca