La victoria sobre el mal

La Encarnación del Hijo de Dios nos ha hecho gozar de la misericordia eterna del Padre, pues al compartir nuestra humanidad la ha sanado, ha vencido al enemigo con su muerte en la cruz, pues desde entonces la muerte ha sido derrotada, podríamos decir “la muerte ya no mata”.

La Pascua de Cristo atraviesa la humanidad entera, ha sido el Cordero sin mancha que ha expiado nuestros pecados, esta pascua no implica ya el paso del mar rojo, sino el paso a una nueva vida, una vida animada por el Espíritu Santo, una vida en la gracia de aquel que se ha dignado compartir nuestra humanidad.

Jesús al solidarizarse con nosotros sometiéndose a la prueba, se ha compadecido de nosotros, y nos ha mostrado hasta que punto llega el gran amor de Dios, que ha querido mostrarnos el camino de regreso al Padre, una vía que aunque es estrecha e implica la cruz, se recorre con alegría y esperanza, puesto que quien camina de la mano del Divino Maestro reconoce que su “el yugo es llevadero y la carga ligera”.

El amor del Corazón de Cristo venciendo al enemigo, ha vencido también las fuerzas del pecado y sus consecuencias que tanto sumen en la desolación a aquellos que se ven afectados por él, ha vencido esos vicios y esas inclinaciones que nos empujan a alejarnos de la fuente del amor.

El Calvario nos anuncia que el pecado no tiene ya poder sobre nosotros ha sido lavado por la preciosísima sangre de nuestro Redentor, y el sepulcro vacío nos recuerda que la vida nueva de Cristo resucitado ha comenzado a transformar nuestra historia, pues hemos comenzado a vivir como hijos de Dios.

«Jesucristo, al tomar sobre Sí nuestras flaquezas nos ha alcanzado una fortaleza que vence nuestra debilidad natural.

Sometiéndose, en la noche anterior a la Pasión, a padecer en el huerto de Getsemaní aquellos temores, angustias y tristezas, nos mereció el valor de resistir las amenazas de los que quieren nuestra perversión;

nos alcanzó el valor de vencer el tedio que experimentamos en la oración, en la mortificación y en otros ejercicios de piedad; y, finalmente, la fortaleza para sufrir con paz y alegría las adversidades»

Alfonso Mª de Ligorio, Reflexiones sobre la Pasión 9,1

Los grandes milagros de curación que el Evangelio nos narra así como otros portentos que el Señor va realizando, nos dan testimonio de su poder y autoridad sobre las fuerzas naturales, en estos casos sobre la enfermedad.

Es Cristo que pasa y vence al mal que afecta a los hombres y restaura el orden para el que fue creado, es más sabemos que lo elevará, porque quien vive un encuentro con el Hijo de Dios ha de dar una respuesta frente al don recibido.

 ¿Cuántos de aquellos hombres se convertirían en discipulos del Divino Maestros? ¿cuántos de ellos habrán dado testimonio del Señor? ¿cuántos habrán sido misioneros que anunciaban la Buena Nueva del Reino?

Aunque no lo sabemos, la historia constata como muchos hombres y mujeres, niños, jóvenes, ancianos, personas de todo tipo desde su pequeñez, desde una esfera que pasa desapercibida por los grandes según las categorías del mundo, desde un esfuerzo que sería tenido por muchos como rudimentario y básico, han sido los que han diseminado el Evangelio por los diferentes rincones del planeta.

¿Qué estamos esperando para ser de esos misioneros? Cristo ha pasado por nuestras vidas, es más, las ha transformado, les ha dado un nuevo sentido a nuestra historia ¿hemos de quedarnos de brazos cruzados? Por pequeño que nos parezca todo testimonio es importante, porque crece movido por la caridad, nada es pequeño cuando se hace por amor.

Al final del texto contemplamos al Señor en oración, hasta aquí san Marcos nos ha comentado una jornada de la vida de Jesús, es éste el modo en que todo discípulo debería enfrentar su cotidianidad, ciertamente las tareas del día varían según la vocación particular de cada uno, pero en todas ellas hechas con honestidad y ofrecidas por amor al Señor, son como la levadura que fermenta la masa del Reino.

¿Cómo terminamos nuestro día? ¿Hacemos oración? ¿nos recogemos en nuestro interior ante la presencia de Dios? ¿O quizás hemos caído en la rutina y sin sabor del que se queda dormido mientras ve un programa de televisión y concluye su jornada como sin ninguna relevancia?

Somos ciudadanos del Reino, hijos de Dios por su infinita misericordia, templos vivos donde habita el Espíritu Santo, en nuestro corazón late el mismo amor del Corazón de Cristo, por nuestras venas fluye también la sangre del Cordero, no podemos culminar nuestros días en la indiferencia, la caridad de Cristo nos interpela.

“Sólo te digo esto: libérate, de verdad, de ti mismo y de todas las cosas creadas, y levanta tu alma a Dios por encima de todas las criaturas, en el abismo profundo. Allí, sumerge tu espíritu en el Espíritu de Dios, en un verdadero abandono, en una unión verdadera con Dios.

Allí, pide a Dios todo lo que quiere que se le pida, lo que deseas y lo que los hombres desean de ti. Y ten esto por cierto: lo que es una insignificante moneda frente a cien mil monedas de oro, lo es toda oración exterior frente a esta oración que es unión verdadera con Dios, este derroche y esta fusión del espíritu creado en el Espíritu increado de Dios.”

Juan Taulero, Sermón 15

Que el testimonio de Cristo nos mueva a descubrir la fuerza del amor que ha restaurado la historia de la humanidad, la historia de nuestra comunidad y nuestra historia personal, para que contemplando su victoria sobre las fuerzas que buscan oprimirnos, nuestra esperanza se fortalezca y nuestra fe se robustezca, y podamos vivir como auténticos hijos del Padre.

Lecturas

Hb 2, 14-18. Tenía que parecerse en todo a sus hermanos para ser misericordioso
Sal 104, 1-4. 6-9. El Señor se acuerda de su alianza eternamente
+Mc 1, 29-39. Curó a muchos enfermos de diversos males

Miércoles – I semana del T.O. – Año impar

IMG: fotografía del obelisco en la plaza de san Pedro