Forjando nuestra eternidad al paso de Cristo

“Anímense…los unos a los otros cada día, mientras dure este hoy, para que ninguno de ustedes se endurezca, engañado por el pecado” (Hb 3, 13) La carta a los hebreos en este día busca animarnos y hacernos notar la importancia de la vigilancia en la vida espiritual, saber aprovechar el día a día como una ocasión encuentro con Dios. Sucede que a menudo por diferentes razones muchos hombres y mujeres se dejan vencer por los tres enemigos del alma: el mundo, el demonio y la carne. Estamos en un abierto combate espiritual contra una mentalidad que lleva a la indiferencia o ser esclavos de las modas de pensamiento del momento, que puede llevarnos a la rebeldía e incluso el desprecio de Dios, o que nos paraliza a causa del horror al sufrimiento y la sed desordenada de placer. 

El autor de la carta invita a la comunidad a saber discernir el paso de Dios por su historia, sobre lo que fue antes no se puede actuar, lo que será en el futuro aún no ha llegado, pero “hoy” es cuando todo cristiano puede hacer una elección fundamental por la santidad y entrar en la conversión del corazón de modo que en el sano ejercicio de una vida de gracia pueda perseverar hasta el final de sus días, es importante recordar que es en el “hoy” que se forja el modo en que hemos de pasar nuestra eternidad.

Como el leproso del evangelio, al paso de Cristo por nuestra historia hemos de estar atentos para suplicar al que todo lo puede que sane nuestras heridas, cure nuestras llagas, se compadezca de nosotros y nos devuelva la alegría que muchas veces perdemos a veces porque andamos cansados por el peso del trabajo cotidiano otras veces por la dureza en la convivencia con situaciones o personas de un animo difícil. En toda relación humana siempre hay uno que debe amar más, siempre hay uno que terminará sufriendo más, siempre hay uno que sufrirá la cruz por la salvación del su prójimo.

Para la mentalidad del judío de la época de Jesús, las enfermedades como la lepra eran consideradas como el castigo por algún pecado, el milagro de curación de Jesús se presenta entonces como la liberación del hombre de las fuerzas del pecado y de la muerte. Jesús lleva al hombre a la nueva vida de hijos de Dios, una vida de gracia y de virtud, una vida en el amor. Si encuentras que en tu vida te has acostumbrado a vivir en medio del pecado seducido por los enemigos del alma y sientes en tu corazón un vacío infinito, una insatisfacción profunda, o incluso la muerte del alma por el pecado mortal, vuelve la mirada y contempla Jesús que te espera con los brazos abiertos, que va pasando por tu vida, acude al sacramento de la reconciliación y al recibir la absolución sacramental recuerda esas palabras grandiosas, dulces, santas y transformadoras “quiero, queda limpio” y da gloria a Dios que te ha salvado.

« Aquí, en cambio, para confirmar la opinión que de su autoridad tenía tanto el pueblo en su totalidad como el leproso, antepuso este: quiero. Y no es que lo dijera y luego no lo hiciera, sino que la obra secundó inmediatamente a la palabra. Y no se limitó a decir: quiero: queda limpio, sino que añade: Extendió la mano y lo tocó. Lo cual es digno de ulterior consideración. En efecto, ¿por qué si opera la curación con la voluntad y la palabra, añade el contacto de la mano? Pienso que lo hizo únicamente para indicar que él no estaba sometido a la ley, sino por encima de la ley, y que en lo sucesivo todo es limpio para los limpios.


El Señor, en efecto, no vino a curar solamente los cuerpos, sino también para conducir el alma a la filosofía. Y así como en otra parte afirma que en adelante no está ya prohibido comer sin lavarse las manos —sentando aquella óptima ley relativa a la indiferencia de los alimentos—, así actúa también en este lugar enseñándonos que lo importante es cuidar del alma y, sin hacer caso de las purificaciones externas, mantener el alma bien limpia, no temiendo otra lepra que la lepra del alma, es decir, el pecado. Jesús es el primero que toca a un leproso y nadie se lo reprocha. 

Y es que aquel tribunal no estaba corrompido ni los espectadores estaban trabajados por la envidia. Por eso, no sólo no lo calumniaron, sino que, maravillados ante semejante milagro, se retiraron adorando su poder invencible, patentizado en sus palabras y en sus obras.»

San Juan Crisóstomo, Homilía 25, 1-2: PG 57, 328-329

Lecturas:

Hb 3, 7-14. Anímense los unos a los otros mienstras dure este “hoy”
Sal 94. Ojalá escuchéis. Hoy la voz del Señor: “No endurezcan su corazón”
Mc 1, 40-45. La lepra se le quitó, y quedó limpio

Jueves – I Semana del Tiempo Ordinario – Año I

IMG: «Curación del leproso» de Rupnik