El Sacrificio incomparable

La carta a los hebreos ayer nos invitaba a contemplar la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el de los levitas, ahora de modo especial se detiene en la superioridad del sacrificio. Uno de los misterio más grandes que contemplamos en la fe cristiana es el hecho de que el Hijo de Dios asumiendo nuestra naturaleza humana haya dado su vida inmolándose en el madero de la cruz por amor a los hombres. Éste ha sido el supremo acto de sacrificio, pues la víctima es perfecta, ya que el Cordero de Dios que ha quitado el pecado del mundo como dice la carta es “santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo” (Hb 7, 26). Jesucristo, Sumo y Eterno sacerdote, ofreciéndose a sí mismo en el ara de la Cruz, nos ha reconciliado con el Padre eterno, nos ha hecho entrar una nueva relación con Él pues no sólo ha pagado la deuda del pecado de Adán sino que nos ha abierto las puertas del cielo, más aún ha reconciliado a la humanidad entera entre sí puesto que aquellos que comparten la fe en el Crucificado son parte de una misma familia. Por su perfección de la víctima y del sacerdote el sacrificio se ha realizado de una vez y para siempre.

La dicha de todo cristiano estriba en participar de este supremo acto de amor cada vez que vive la Santa Misa, pues ella es la actualización del sacrificio de Cristo Sumo y Eterno sacerdote, ahí volvemos a estar presentes en el Calvario, en cada Eucaristía estamos ante la ofrenda perfecta que nos puso en paz con Dios. 

“La eucaristía nos lleva siempre al vértice de las acciones de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido para nosotros, vierte sobre vosotros toda la misericordia y su amor, como hizo en la cruz, para renovar nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual «Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado» (Cost. Dogm. Lumen gentium, 3).”

Papa Francisco, Catequesis 22 de noviembre 2017

La reconciliación que ha venido a realizar Jesús con su ofrenda de amor transciende todos los niveles de la creación y por ende de toda la humanidad. Cristo nos hizo miembros de una misma familia en su Cruz, lo vemos ya realizando esa labor en medio de las gentes en el Evangelio que nos dice “Jesús se alejó con sus discípulos hacia el mar. Y le siguió una gran muchedumbre de Galilea y de Judea. También de Jerusalén, de Idumea, de más allá del Jordán y de los alrededores de Tiro y de Sidón, vino hacia él una gran multitud al oír las cosas que hacía.” (Mc 3, 7-8)

Él no hace acepción de personas, a todos les busca a ayudar, a todos socorrer, a todos les asiste y a todos anuncia su palabra, por eso las multitudes le buscaban porque no sólo experimentaban una curación milagrosa o porque habían visto expulsar un demonio, sino que se sabía amados por el Buen Pastor.

Si nosotros mantuvieramos estas nociones, cuanto colaboraríamos a vivir en paz en nuestra sociedad, cuanto podríamos progresar en las vías de la santidad, recordaríamos que el bien para el otro es siempre un bien para mí, porque todos aspiramos a la unión con Aquel que el bien por excelencia, nuestro Dios y Señor.

«Éste es, amados hermanos, el camino por el que llegamos a la salvación, Jesucristo, el sumo sacerdote de nuestras oblaciones, sostén y ayuda de nuestra debilidad. Por Él, podemos elevar nuestra mirada hasta lo alto de los cielos; por Él, vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso de Dios; por Él, se abrieron los ojos de nuestro corazón; por Él, nuestra mente, insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz, por Él quiso el Señor que gustásemos el conocimiento inmortal» 

San Clemente Romano, Ad Corinthios 35-36.

Que el Señor nos conceda la gracia en este día de saber reconocer la grandeza de la ofrenda de amor que Cristo hizo por nosotros en el madero de la Cruz, para que reconociendole como nuestro Sumo y Eterno Sacerdote podamos crecer en una mayor confianza en Él en medio de las vicisitudes de cada día. 

Hb 7, 25-8, 6. Presentó sacrificios de una vez para siempre ofreciéndose a sí mismo.
Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Mc 3, 7-12. Los espíritu inmundos gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”, pero Él les prohibía que lo diesen a conocer

IMG: «Jesús predica a la multitud» de James Smethan