En este día las lecturas que meditamos son propias de la memoria litúrgica que se celebra en la Santa Misa, la de los santos Timoteo y Tito, que fueron discípulos de san Pablo, y a quienes dirigio algunas de sus cartas que encontramos en el Nuevo Testamento, de hecho, la primera lectura nos presenta dos opciones para considerar ambos santos.
En las cartas a Timoteo y a Tito resplandece el profundo amor que san Pablo les tenía y como buen padre espiritual le aconseja desde lo hondo de su experiencia y conocimiento de Cristo. De hecho los sentimientos que se nos manifiesta toda la liturgia de la palabra encuentran su fundamento en el Evangelio de este día, la afirmación de Cristo: “—Éstos son mi madre y mis hermanos: quien hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.” (Mc 3, 34-35) Nos recuerda que en el bautismo todos hemos sido hecho parte de la familia de Dios, estamos unidos bajo un Padre común, sin embargo en la fe también sabemos descubrir en aquellos que nos han anunciado la Buena Nueva y nos han enseñado a vivir en el amor de Dios un reflejo de la paternidad divina, ellos son de alguna manera el rostro del Padre eterno en nuestras vidas. De ahí el profundo amor con el san Pablo escribe a ambos discípulos, no los trata simplemente como jefes o líderes comunitarios, no son meros subalternos que han de rendir cuentas, la relación es mucho más profunda, para el apóstol se trata de hijos engendrados en la fe por eso llama Tito “verdadero hijo en la fe que nos es común” (Tito 1, 5) y Timoteo “mi querido hijo” (2 Tim 1, 2)
De ahí que como buen padre por ejemplo invita a Timoteo a valorizar las gracias que ha recibido,“reavivar el don de Dios recibido por la imposición de manos”, sabemos que tal gesto se realiza en los sacramentos durante la efusión del Espíritu Santo en el creyente que le recibe, sea en el sacramento del Orden como en la Confirmación.
Muchos ven esta invitación de san Pablo a Timoteo como un llamado a renovar su empeño en sus funciones episcopales, pues él era el obispo de una comunidad cristiana. Este mensaje es siempre actual para los ministros consagrados. Sin embargo, podríamos también extender esta invitación de san Pablo a todos los cristianos que han sido Confirmados en su fe, y han recibido el don del Espíritu Santo, muchas veces nos olvidamos que por este sacramento hemos sido enviados en misión a dar testimonio de Jesucristo y en defensa de la fe que nos ha sido transmitida, así como nuestro vínculo con el Espíritu Santo y la Iglesia fue fortalecido.
En este día podría ser ocasión para nosotros de renovar nuestro compromiso con la Iglesia y la misión evangelizadora, como auténticos discípulos y misioneros de Jesucristo, ¿qué estamos haciendo nosotros con esa gracia que el Señor nos dio aquel día en que fuimos ungidos con el Santo Crisma y recibimos el don del Espíritu Santo? ¿qué más podría hacer?
Llenos de una gran confianza pongamos al Señor esto en oración sabiendo que en nosotros actúa si lo dejamos ese Espíritu de fortaleza, amor y templanza como dice el Apóstol.
Así podremos colaborar desde nuestra vocación particular a la extensión de este Reino, siendo como un terreno fértil en que el grano de mostaza pueda crecer en el silencio de la humildad, hasta dar abrigo a muchos que andan en busca del Amor de Dios como pájaros que buscan su nido.
«Nuestras obras, como el granito de mostaza, no son comparables a la grandeza del árbol de gloria que producen, pero tienen, sin embargo, el vigor y la virtud de operar esa gloria, pues proceden del Espíritu Santo, el cual, por una admirable infusión de gracia en nuestros corazones, hace suyas nuestras obras, y, al mismo tiempo, deja que sigan siendo nuestras, pues somos miembros de una Cabeza, de la cual Él es el Espíritu y estamos injertados en un árbol del cual Él es la savia divina. »
San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios
Las relaciones que se entretejen en la gran familia de Dios son sumamente profundas y ricas de significado, nos llevan a renovar continuamente nuestra adhesión a Cristo, nos hacen salir de esa tendencia a la autorreferencialidad, y nos invitan a descubrir en el prójimo el rostro de Dios en nuestra vida.
Roguemos al Señor nos conceda la gracia de saber aprovechar todos los dones que nos va dando para la gloria de su Reino se extienda a todos los corazones que encontremos en nuestro caminar.
2 Tim 1, 1-8. Recuerdo tu fe sincera
o Ti 1, 1-5
Sal 96. Contad las maravillas del Señor a todas las naciones
Mc 3, 31-35. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.
IMG: Mosaico del Duomo de Monreale