Gracia y paciencia

En este día encontramos un texto sumamente consolador en la carta a los hebreos, puesto que al contemplar el sacrificio ofrecido por Cristo nuestro sumo y eterno sacerdote, contemplamos la fuente de donde ha brotado el agua viva que nos habilita a la vida de la gracia, a la vida eterna, a la unión plena con Dios en el amor, dice en efecto la carta: “con una sola oblación hizo perfectos para siempre a los que son santificados.” (Hb 10, 14). De esta manera no sólo nos lleva a ver la superioridad del sacrificio de Cristo frente a los que se ofrecían en el Templo en razón del número ofrecido, sino también en razón de su eficacia ya que en él fue ofrecido el mismo Cristo la víctima perfecta.

Ahora si el sacrificio de Cristo en la cruz es la fuente de la santidad o vida de perfección en la gracia de Dios para el cristiano, poder ser parte de él se convierte en un imperativo para el cristiano, de ahí que en su infinita misericordia el señor Jesús nos haya mandado a celebrar el memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección a través de la celebración de la santa Misa, en ella volvemos a estar presentes en el Calvario, ella es la actualización del sacrificio redentor.


La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:

«(Cristo), nuestro Dios y Señor […] se ofreció a Dios Padre […] una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) la redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, «la noche en que fue entregado» (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana) […] donde se representara el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuara hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicara a la remisión de los pecados que cometemos cada día (Concilio de Trento: DS 1740).

El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: «La víctima es una y  la misma. El mismo el que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, el que se ofreció a sí mismo en la cruz, y solo es diferente el modo de ofrecer» (Concilio de Trento: DS 1743). «Y puesto que en este divino sacrificio que se realiza en la misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz «se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento»; […] este sacrificio [es] verdaderamente propiciatorio» (Ibíd).”

Catecismo de la Iglesia 1366-1367


De ahí todas las gracias que brotan de unirnos al santo sacrificio a través de la comunión sacramental: nos unimos más íntimamente a Cristo, nos apartamos del pecado, somos purificados del pecado venial y nos previene de caer en el pecado mortal, nos une como hermanos en la fe y nos compromete con los pobres y más necesitados. Por esa unión profunda con el Señor y los efectos que produce el sacrificio de Cristo en nosotros es que la celebración de la santa Misa es para nosotros un anticipo de la gloria futura.

Por otro lado, en el santo Evangelio encontramos la parábola del sembrador. Jesús como buen maestro busca hacer asequible sus enseñanzas a todos los hombres utilizando estas imágenes de la vida agrícola, pero para poder comprender su significado hace falta la humildad del corazón para estar a la escucha de nuestro Señor. A partir del texto de hoy viendo los frutos en virtudes y buenas obras que estamos produciendo podríamos preguntarnos ¿es mi corazón tierra dócil para que la Palabra de Dios germine? Porque una tierra produce x cantidad de fruto en razón de su capacidad pero también en razón del modo en que se prepare, ¿qué tipo de tierra soy yo? ¿cómo está mi generosidad para corresponder a la llamada de Dios? ¿aún me reservo algo? ¿qué debería de hacer para preparar mi corazón? La mala hierba y la piedras que suponen los resentimientos, las quejas, las envidias, los deseos mal sanos, la mundanidad espiritual en general, son elementos que han de ser removidos por la gracia de Cristo y un esfuerzo conciente de cada uno para liberar el corazón de aquello que impide a la tierra que la semilla cale; tener al Cristo al centro de nuestra vida será el mejor modo de mantener alejadas las tentaciones del enemigo que quiere robarnos las palabra de vida que el Señor nos da, para esto es muy útil recordar constantemente que estamos en presencia de Dios; además de todo esto hemos recordar un último elemento, hemos de aprender a ser pacientes con la obra que el realiza en nosotros, el agricultor cuando siembra no obstante todo el trabajo que realiza debe desarrollar una profunda confianza en Dios para fomentar la paciencia y esperar que la semilla produzca su fruto a su tiempo, desterrar vicios antiguos y adquirir nuevas virtudes es un ejercicio que no sólo se ha de realizar con constancia sino también con paciencia. 


“Arrojar la semilla es un gesto de confianza y de esperanza; es necesaria la laboriosidad del hombre, pero luego se debe entrar en una espera impotente, sabiendo bien que muchos factores determinarán el éxito de la cosecha y que siempre se corre el riesgo de un fracaso. No obstante eso, año tras año, el campesino repite su gesto y arroja su semilla. Y cuando esta semilla se convierte en espiga, y los campos abundan en la cosecha, llega la alegría de quien se encuentra ante un prodigio extraordinario.

Jesús conocía bien esta experiencia y hablaba de ella a los suyos: «Decía: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa la semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo”» (Mc 4, 26-27). Es el misterio escondido de la vida, son las extraordinarias «maravillas» de la salvación que el Señor obra en la historia de los hombres y de las que los hombres ignoran el secreto. La intervención divina, cuando se manifiesta en plenitud, muestra una dimensión desbordante, como los torrentes del Negueb y como el trigo en los campos, este último evocador también de una desproporción típica de las cosas de Dios: desproporción entre la fatiga de la siembra y la inmensa alegría de la cosecha, entre el ansia de la espera y la tranquilizadora visión de los graneros llenos, entre las pequeñas semillas arrojadas en la tierra y los grandes cúmulos de gavillas doradas por el sol. En el momento de la cosecha, todo se ha transformado, el llanto ha cesado, ha dado paso a los gritos de júbilo.”

Benedicto XVI, Catequesis 12 de octubre de 2011


Al contemplar en este día la perfección del sacrificio de Cristo y la parábola del sembrador, pidamos al Señor nos conceda la gracia de saber confiar en su acción en nuestra vida, sabiendo corresponder con alegría y constancia a las bendiciones que van haciendo germinar en nosotros.

Lecturas

Hb 10, 11-18. Ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados
Sal 109. Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec
Mc 4, 1-20. Salió el sembrador a sembrar

IMG: «Parábola del Sembrador» en el Hortus Deliciarum