¿Cuántos hombres y mujeres se ven como inmersos en un campo de batalla continuo? Desde que el día comienza hay quienes se levantan a preparar el desayuno para todos los de casa, alistar a los niños para la escuela, armar las loncheras de aquellos que por el trabajo tienen que almorzar fuera, asear la casa, lavar la ropa, hacer el mercado, preparar el siguiente tiempo de comida etc. otros quizás madrugan para salir al trabajo antes que se forme el tráfico o van en el autobús lleno junto con tantos otros que desde tempranas horas dejan sus hogares en medio a veces del frío y de la lluvia hasta donde por ocho horas o más permanecerán en continua actividad; y, en aras de ser realistas, sabemos que, en ese caminar también muchas veces todo hombre se ve contrariado por las fuerzas del enemigo y del mundo que se aprovechan del cansancio físico, intelectual o emocional para seducirle al pecado o incluso por la debilidad de la propia carne que aborrece el sufrimiento y busca la compensación muchas veces en los placeres desordenados. Y si a esto aunamos los problemas en la familia (que siempre están porque no somos ángeles de luz), las enfermedad y dificultades económicas, realmente podemos caer en la cuenta de la veracidad de aquellas palabras que decía el libro de Job “la vida del hombre en la tierra es una vida de soldado” puesto que ahí en medio de todo ese trajín sea en la convivencia con muchos otros o ya sea solos en casa a cada momento santifican su quehacer ordinario a través de una vida honesta y virtuosa buscando hacer resplandecer la gloria de Dios en medio de eso que es tan común a todos.
Cualquiera ante ese panorama podría dejarse llevar por la tristeza y desesperanza, aparentemente es más fácil no combatir, seguir la corriente, pero el cristiano, que habiendo hecho experiencia del Dios del amor conoce la veracidad de la palabra del salmista que alabando al Señor nuestro Dios decía “El Señor sana los corazones quebrantados, y venda las heridas;tiende su mano a los humildes y humilla hasta el polvo a los malvados. Él puede contar el número de estrellas y llama a cada una por su nombre. Grande es nuestro Dios, todos lo puede; su sabiduría no tiene límites.”
La Buena Nueva que embargaba el corazón de Pablo que le hacía llegar a decir “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” es la misericordia que el Padre nos ha manifestado en Cristo Jesús como lo vemos en la palabra que se nos ha dirigido por medio de san Marcos en este domingo. Dios no se desentiende de nosotros, no es indiferente ante nuestras fatigas, dolores y sufrimientos. No se ha olvidado de ti ni de mí. El Padre eterno tiene un plan de salvación para la humanidad a la cual busca rescatar de las garras del pecado y sus consecuencias, ha vencido en la pasión, muerte y resurrección de su Hijo único al enemigo seductor. Jesús asumiendo nuestra naturaleza mortal ha querido venir, hacerse uno de nosotros, sufriendo como nosotros para liberarnos de las fuerzas que esclavizan al hombre y llevarnos por el camino del bien que nos conduce a la libertad de los hijos de Dios.
Hoy contemplamos su Corazón santísimo, que con un amor compasivo y misericordioso llega a todos los que sufren a causa de la enfermedad o la acción del enemigo en sus vidas, el extiende su mano y toca nuestra carne herida, la sana, la robustece y hace que se levante nuevamente para dar gloria y honor a Aquel que nos amó primero.
Piensa hermano, cuáles son tus fatigas, cuáles son tus sufrimientos, qué angustia tu corazón, que pensamiento embota tu mente, cuáles son las cadenas con las cuales el pecado quiere atarte, alza la mirada, contempla a Cristo que pasa, que te toma de la mano, y te muestra que en su amor puedes salir adelante, si estás con un pariente enfermo o tú mismo has sido diagnósticado con una enfermedad ante la cual te sientes impotente, mira a Cristo médico de almas y cuerpos, míralo en la cruz, y recuerda: Él, que asumió nuestra carne mortal, que se compadeció de nosotros, y que sufrió como nosotros no te abandona, no te deja solo, está junto a ti, porque incluso cuando sientes que entras en la muerte, el crucificado te anuncia que la cruz es sólo la antesala de la resurrección. Además la enseñanza de los apóstoles es firme cuando revela que en el misterio de un sufrimiento bien llevado, Jesús, nos hace participar con Él en la obra de la redención, podemos unirnos a su ofrenda de amor para la salvación de muchos de nuestros hermanos, es el momento de unirnos corazón a corazón con Él por amor a la humanidad, es el momento de interceder. Como diría san Pablo “Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24). Así que cuando la noche nos parece que está más oscura y fría es hora de recordar que el sol está por resurgir y queremos que su calor y resplandor llegue a todos los confines de la tierra.
También el contemplar a Cristo que va en auxilio del necesitado, nos hace recordar, que con sus palabras y obras, Él es un maestro para nosotros sobre como viven los hijos de Dios, de la experiencia de su amor producimos frutos de vida eterna que nos llevan a realizar obras de misericordia como Él lo hiciese. El Hijo de Dios altísimo se identifica con el enfermo, con aquel que es descartado por la sociedad muchas veces, y nos enseña a verle presente en la persona que sufre “cuanto hicieron con uno de ellos conmigo lo hicieron” nos dice en san Mateo 25. De ahí que nosotros ante su ejemplo nos sintamos interpelados a no ser indiferente ante el hermano que sufre, sino salir a su encuentro y buscar consolarle en medio de la tribulación.
Asi podemos ver tres grandes lecciones hoy: 1) Dios no es indiferente al sufrimiento humano 2) Podemos dar un gran sentido de intercesión a nuestro sufrimiento uniéndonos a Cristo Crucificado 3) El ejemplo de Jesús nos hace salir de la indiferencia y nos mueve a la solidaridad fraterna con el que sufre.
Que el Señor nos conceda la gracia de aprender a descubrir su presencia aún en medio de los sufrimientos que podamos a travesar, para que con un corazón agradecido sepamos corresponder a su don saliendo nosotros también al encuentro de nuestros hermanos.
V Domingo del TO – Ciclo B
Jb 7, 1-4.6-7. Me harto de dar vueltas hasta el alba
Sal 146. Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados
1 Co 9, 16-19.22-23. Ay de mí si no anuncio el Evangelio
Mc 1, 29-39. Curó a muchos enfermos de diversos males
IMG: «Job y sus amigos» de Ilya Ripin