Comenzamos este día un maravilloso recorrido por el libro del Génesis, desde sus primeros capítulos la contemplación de Dios Creador de “cielos y tierra, de todo lo visible e invisible” como decimos en el Credo nos hace recordar que el mundo en el que vivimos no existe fruto de la casualidad o del azar, todo ha sido pensado, ordenado y querido por un Dios que desbordando de amor ha querido comunicar su bondad a toda la creación, por ello en todo cuanto existe somos capaces de descubrir la huella del autor de la vida. Más aún, al reflexionar en esto, ¿Qué no podríamos decir del hombre? Todos y cada uno de nosotros hemos sido creados por amor, hemos salidos de las manos bondadosas de Dios para entrar en este mundo a través de la unión de nuestros padres, de hecho, todo hombre y toda mujer que se unen para traer al mundo una nueva vida se hacen partícipes del misterio de la creación.
Nadie es producto de la casualidad, Dios nos ha pensado desde toda la eternidad y nos ha llamado a la vida por amor. Todo cuanto existe, el medio que nos rodea, desde nuestra familia hasta la misma naturaleza, es en principio obra del amor y de la sabiduría de Dios. Por tanto toda la Creación tiene como fin la gloria y del Dios de la vida.
“La gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros «hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1,5-6): «Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4,20,7). El fin último de la creación es que Dios , «Creador de todos los seres, sea por fin «todo en todas las cosas» (1 Co 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad» (AG 2).”
Catecismo de la Iglesia Católica, n.294
Por otro lado en el santo Evangelio vemos como el Pueblo de Dios sabe descubrir en Jesús el rostro la misericordia del Padre, la gente ciertamente acudía a Él en busqueda de la salud física, sabían que de Él surgía una fuerza sobrenatural capaz de sanar sus enfermedades y dolencias, su fe llegaba al punto en que creían que con solo tocar el borde su manto podrían recibir el milagro de la curación. ¿Qué no podrá obrar por aquellos que recibimos su mismísimo Cuerpo y Sangre en la Santísima Eucaristía?
“Cuando Jesús estuvo en este mundo, el simple contacto con sus vestiduras curaba a los enfermos. ¿Por qué dudar, si tenemos fe, que todavía haga milagros en nuestro favor cuando está tan íntimamente unido a nosotros en la comunión eucarística? ¿Por qué no nos dará lo que le pedimos puesto que está en su propia casa? Su Majestad no suele pagar mal la hospitalidad que le damos en nuestra alma, si le es grata la acogida. ¿Sentís la tristeza de no contemplar a nuestro Señor con los ojos del cuerpo? Dígase que no es lo que le conviene actualmente…
Pero tan pronto como nuestro Señor ve que un alma va a sacar provecho de su presencia, se le descubre. No lo verá, cierto, con los ojos del cuerpo, sino que se le manifestará con grandes sentimientos interiores o por muchos otros medios. Quedáos pues con él de buena gana. No perdáis una ocasión tan favorable para tratar vuestros intereses en la hora que sigue la comunión…”
Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, n.34
Dios se compadece de la humanidad, en Cristo Jesús nos recuerda una vez más que Él no es indiferente ante nuestra realidad, las curaciones que realiza el Hijo de Dios tienen un horizonte más profundo que la mera sanación física, son un signo de la victoria de Dios sobre las fuerzas que aqueja al hombre. Por ello más importante que el milagro recibido es el encuentro con la misericordia del Corazón de Jesús. Acudían a Él buscando la salud del cuerpo y recuperaban incluso del alma encontrándose con el Amor que da la vida.
Roguemos al Señor nos conceda la gracia de saber descubrir su presencia amorosa en nuestras vidas, para que con una fe viva podamos acoger los dones de su amor.
Gn 1, 1-19. Dijo Dios y así fue
Sal 103. Goce el Señor con sus obras
Mc 6, 53-56. Los que lo tocaban se curaban.
IMG: «Creación de Cielos, Tierra y las aguas» de Willem van Herp