Purificados en su amor

Hoy escuchamos el segundo relato de la creación que nos presenta el libro del Génesis, si el anterior se enfocaba en los detalles de las creaturas, en este vemos de un modo especial la creación del hombre. La obra de Dios va precedida de la desolación, es el Señor quien hace surgir la vida y por tanto también la alegría en ese lugar, forma al hombre a partir de la tierra lo cual nos hace recordar dos cosas, por un lado su cuerpo ha sido previsto y querido por Dios, la materia en sí misma no es mala, su cuerpo no es malo, al contario es fruto de la voluntad amorosa del Padre, por otro lado nos recuerda la interrelación que tiene con todas las demás creaturas; asimismo el relato nos recuerda también la dimensión espiritual del hombre, simbolizada por aquel aliento de vida insuflado en la narices de la creatura del Señor, este principio de vida es el alma, la cual es creada por Dios directamente y es inmortal, no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá nuevamente a su cuerpo en la resurrección al final de los tiempos.

A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt16,25-26; Jn 15,13) o toda la persona humana (cf. Hch 2,41). Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre (cf. Mt 26,38; Jn 12,27) y de más valor en él (cf. Mt 10,28; 2M 6,30), aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: «alma» significa el principio espiritual en el hombre.

El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la «imagen de Dios»: es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu (cf. 1 Co 6,19-20; 15,44-45)” 

Catecismo de la Iglesia Católica n. 363-364

En el santo Evangelio continuamos a meditar sobre la controversia de Jesús con los fariseos, el Señor va más allá del argumento de las abluciones rituales y va al punto central acerca de la verdadera pureza que hay que buscar, y ésta es la del corazón, es ahí donde se juega la rectitud de intención que conduce al hombre a obrar con rectitud o inmoralidad. Más que un determinado alimento o un modo particular de lavado, lo que lleva al hombre a vivir en comunión con Dios es el ser fiel a su Palabra pues ella es la que nos purifica como lo ha dicho el Señor “Ustedes ya están limpios por las palabras que les he hablado” (jn 15, 3) El encuentro con Cristo suscita en nosotros la fe, que cambia nuestro corazón, su Palabra nos toca y nos transforma, puesto que nos conduce a la Verdad de las cosas y así somos liberados de lo que nos separa de Dios y por tanto somos habilitados a obrar rectamente. Lo decía Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazareth “En el lugar de la pureza ritual no ha entrado simplemente la moral, sino el don del encuentro con Dios en Jesucristo…El obrar de Jesús se convierte en el nuestro, porque Él mismo es quien actúa en nosotros”

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de saber descubrir la grandeza de su obra creadora en nuestras vidas de modo que en el encuentro con el Dios de la vida nuestro corazón sea transformado cada día más a semejanza del de Cristo.

Gn 2, 4b-9.15-17. El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén
Sal 103 ¡Bendice alma mía al Señor!
Mc 7, 14-23. Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre

IMG: «Creación del Hombre» en el Duomo di Monreale