En la lectura continuada que venimos haciendo del relato de la creación del género humano en el libro del Génesis, podemos descubrir en este día algunas características propias de la relación entre el hombre y la mujer que proceden de su mismo origen en la voluntad amorosa del Señor.
Primero, a partir del hecho de la soledad del hombre y la búsqueda de una ayuda idónea, el autor sagrado busca revelarnos la tendencia del hombre a la mujer, una tendencia que algunos llaman misteriosa ya que sin ella no encuentra la felicidad, el hombre se encuentra inquieto hasta no descubrir en ella a su complemento.
San Juan Pablo II nos recuerda que “El hecho de que la mujer sea presentada como una “ayuda adecuada a él” no ha de interpretarse en el sentido de que la mujer sea sierva del hombre pues “ayuda” no equivale a “siervo”, el salmista dice a Dios “Tú eres mi ayuda” (Sal 70,6; cf. 115, 9-11; 118,7, 146, 5). Esa expresión quiere decir, más bien, que la mujer es capaz de colaborar con el hombre porque es su correspondencia perfecta.” (Miércoles 24 de noviembre de 1999)
Segundo se nos clarifica la identidad y dignidad de la mujer que fue tomada del costado de Adán, hasta que ambos son creados se da por finalizada la creación del ser humano.
“El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. «Ser hombre», «ser mujer» es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador (cf. Gn 2,7.22). El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, «imagen de Dios». En su «ser-hombre» y su «ser-mujer» reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.”
Catecismo de la Iglesia Católica n.369
Tercero, en el relato podemos identificar el origen divino del matrimonio, su base es un amor que será superior al paterno y al materno, es el amor conyugal, un amor que tiene como fin la unión entre los esposos y la procreación de la vida
El Catecismo de la Iglesia nos da una explicación hermosa de estos hechos:
«Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado. «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada» (Gn 2,18). Ninguno de los animales es «ayuda adecuada» para el hombre (Gn 2,19-20). La mujer, que Dios «forma» de la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en él un grito de admiración, una exclamación de amor y de comunión: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23). El hombre descubre en la mujer como un otro «yo», de la misma humanidad.
El hombre y la mujer están hechos «el uno para el otro»: no que Dios los haya hecho «a medias» e «incompletos»; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser «ayuda» para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas («hueso de mis huesos…») y complementarios en cuanto masculino y femenino (cf. Mulieris dignitatem, 7). En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando «una sola carne» (Gn 2,24), puedan transmitir la vida humana: «Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra» (Gn 1,28). Al trasmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador (cf. GS 50,1).»
Catecismo de la Iglesia Católica n. 371-372
Por otra parte encontramos en el santo Evangelio la misericordia del Señor que compadece al ver la grandeza de la fe de la mujer sirofenicia, ella era una pagana, no era parte del Pueblo de Israel, sin embargo confía en el poder de Cristo. Su fe contrasta ciertamente con la actitud que hemos venido viendo días atrás en algunos de los Escribas y Fariseos que no obstante ser grandes conocedores de la Ley no son capaces de descubrir los signos de la presencia del mesías en medio de ellos, no son capaces de ver la grandeza de Aquel a quien tienen en frente, encerrados en su obstinación antes bien cuestionan y critican al Señor y sus discípulos tramando diferentes insidias contra Él.
Esta mujer no conocía quizás todo lo que aquellos sí, no había nacido ni siquiera en Israel, pero reconoce que en medio de aquel Pueblo santo está pasando alguien que puede dar alivio a su hija, ella confía en Él, espera en Jesús que puede liberarla de las fuerzas del mal que le aquejan, y aunque sea criticada ella no sólo da un paso adelante y pide el favor, sino que persevera en su petición. Es más, la mujer sirofenicia no exige nada, no es testaruda, simplemente apela a la compasión del Señor, en su petición de unas “pequeñas migajas” da un signo grande de humildad.
El Señor nunca deja de bendecir un corazón bien dispuesto, aquella mujer no sabía cual iba a ser el resultado de su acercamiento al Señor, quizás ni se imaginó tener aquel diálogo, pero se dispuso a establecerlo, y por ello recibió la gracia de la curación de su hija, así nosotros hemos de acudir al Señor con un corazón bien dispuesto a recibir su bendición, quizás no ocurrirán las cosas como las pensamos, quizás ni nos imaginamos lo que el Señor tenga preparado, pero Él no dejará de bendecirnos si acudimos con un corazón humilde a su presencia.
Bien decía san Francisco de Sales “La fe, para ser grande, ha de tener tres cualidades: Ha de ser confiada, perseverante y humilde” (Sermón X, 224)
Como último punto no olvidemos que hoy celebramos la jornada mundial del enfermo en la memoria de nuestra Señora de Lourdes, aprovechemos la ocasión para visitar, atender o rezar por ellos, y si somos nosotros los que nos encontramos padeciendo alguna enfermedad, unamonos a Cristo sufriente en la Cruz y ofrezcamos esos dolores para la salvación del mundo, y roguemos a nuestra Buena Madre que ella, salud de los enfermos, nos consuele y fortalezca en medio de esas dificultades. Así como permaneció al lado de su Hijo mientras este sufría por nuestra redención en el madero de la cruz, así ella acompaña a todos los que sufren en esos momentos de dolor.
Al contemplar las maravillas del Señor en su palabra roguemos por intercesión de Nuestra Buena Madre que nos conceda una corazón dócil y un oído atento para descubrir la grandeza de su amor en la creación del hombre y la mujer, la gracia de tener una fe confiada, perseverante y humilde como la de la mujer sirofenicia para rogar también por nuestros hermanos que sufren en la enfermedad.
Gn 2, 18-25. Se la presentó a Adán. Y será los dos una sola carne.
Sal 127. Dichosos los que temen al Señor
Mc 7, 24-30. Los perros, debajo de la mesa, comen las miagajas que tiran los niños
IMG: Bajo relieve en la fachada del Duomo de Orvieto