La caída de nuestros primeros padres

En nuestra meditación sobre los orígenes contemplamos hoy la caída de nuestros primeros padres. Dios creó cuanto existe, creó un jardín y ahí puso al hombre que había creado, sin embargo por envidia del demonio entró el pecado en el mundo. Aquella libertad propia de la criatura espiritual del hombre fue mal utilizada, rechazó la palabra de su Creador, desobedeció el mandato engañado por el Enemigo. De hecho el maligno enredando la mente de Eva le hizo creer que Dios les había mentido “no, no moriréis” y luego con un trampa le dijo “serán como dioses”  llevándole a olvidar que ella ya era imagen y semejanza de su Creador.

“El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su creador (cf. Gn 3,1-11) y, abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios. En esto consistió el primer pecado del hombre (cf. Rm 5,19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a Dios y una falta de confianza en su bondad.” Catecismo de la Iglesia Católica n. 396

Así se concibió el llamado pecado original, se llamará así porque es el pecado cometido en el origen y que hiriéndo la naturaleza será transmitido por propagación al resto de la humanidad, se nos transmitirá “una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales” (CEC 404). De este modo el dominio del alma sobre el cuerpo se rompe, las relaciones entre el hombre y la mujer se vuelve tensas marcadas por el deseo y el afán de dominio, incluso la armonía con la creación se altera y ésta se  ve sometida a lo que san Pablo llamará “la servidumbre de la corrupción” en donde podríamos enmarcar el descuido que el hombre tiene de la Creación, aquello que le fue dado para administrar, el ser humano se encuentra sometido como consecuencia a la ignorancia, al sufrimiento, al imperio de la muerte e inclinado al pecado. El hombre teme a Dios se esconde de Él, se avergüenza de sí mismo frente a la mujer que había sido creada como su “ayuda idónea”. El desorden del pecado deja sentir su peso. 

Pero no todo está perdido, mañana profundizaremos más en este punto de momento baste recordar que sabemos que en Cristo Jesús hemos sido liberados por eso el Catecismo nos enseña que la doctrina de este primer pecado tiene por reverso la Buena Nueva de la salvación ya que “Jesús es el Salvador de todos los hombres..todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo” (CEC 389) 

En el santo Evangelio nos encontramos ahora con un signo manifiesto de Jesús como Mesías de Israel, Él ha venido a hacer que los sordos oigan y los mudos escuchen, ciertamente en esta curación los cristianos han visto la misericordia del Señor que sale al encuentro del que sufre a causa de la enfermedad y contemplando en un nivel espiritual podemos llegar a reconocer en ese sordomudo el estado del hombre que se ve preso a causa del pecado. 

El señor Jesús sale también a su encuentro, sale a nuestro encuentro, y abre nuestros oídos y nuestros labios si nos disponemos a acoger su intervención nuestras vidas, el pone sus palabras en nuestra boca y llena nuestra corazón con su Sabiduría infinita, su mano nos devuelve a la vida.

“…todos sabemos que la cerrazón del hombre, su aislamiento, no depende sólo de sus órganos sensoriales. Existe una cerrazón interior, que concierne al núcleo profundo de la persona, al que la Biblia llama el «corazón». Esto es lo que Jesús vino a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir en plenitud la relación con Dios y con los demás. Por eso decía que esta pequeña palabra, «Effetá» —«ábrete»— resume en sí toda la misión de Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente sordo y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los demás. Por este motivo la palabra y el gesto del «Effetá» han sido insertados en el rito del Bautismo, como uno de los signos que explican su significado: el sacerdote, tocando la boca y los oídos del recién bautizado, dice: «Effetá», orando para que pronto pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe. Por el Bautismo, la persona humana comienza, por decirlo así, a «respirar» el Espíritu Santo, aquel que Jesús había invocado del Padre con un profundo suspiro, para curar al sordomudo.”

Benedicto XVI, 09 de septiembre de 2009

Al contemplar en este día la palabra del Señor, roguemosle no nos deje caer en la tentación del antiguo enemigo, para que perseverando a su lado podamos mantener nuestros oídos atentos a su voz y nuestros labios dispuestos a elevar sus alabanza.

Viernes – V semana de TO- Año I

Gn 3, 1-8. Seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal.
Sal 31. Dichoso el que está absuelto de su culpa
Mc 7, 31-37. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos

IMG: Bajo relieve del Duomo de Orvieto