Es precioso contemplar como Jesús se apiada de un hombre leproso, uno que había sido descartado por la sociedad, que por la condición de su enfermedad debía vivir aislado. Si para la mentalidad del judío de la época, las enfermedades como la lepra eran consideradas como el castigo por algún pecado, el milagro de curación de Jesús se presenta entonces como la liberación del hombre de las fuerzas del pecado y de la muerte. Jesús lleva al hombre a la nueva vida-
Estas personas debían repetir a viva voz “¡impuro!” “¡impuro!” “¡impuro!” de manera continua para que la gente que se encontraba cerca se diera cuenta de su mal, machacando aún más el malestar en su corazón, pues no sólo era un excluído sino que era obligado a autoexcluirse.
Jesús se ha acercado a él, lo ha visto y lo ha escuchado, más aún, ha consentido a su ruego, qué consuelo más grande debe de haber experimentado este hombre al escuchar de boca de Jesús, esas palabras tan hermosas “Quiero. Queda limpio”.
Y con eso ya habría bastado, sin embargo, nuestro Señor lo manda donde el sacerdote cumpliendo la Ley, para que éste lo declarara limpio de lepra y llevara acabo el ritual de purificación prescrito para estos casos.
Con todo, resultan conmovedoras las palabras de Cristo cuando le dice que vaya donde el sacerdote “para dar testimonio”, es un mandato para que vaya y confiese lo que ha experimentado según las categorías de su época, podríamos decir, Jesús lo reinserta en la sociedad, es más, le devuelve su dignidad. Vuelve a ser parte del Pueblo del Señor. Cristo dignifica al hombre.
Ahora bien, una lectura espiritual del texto nos debe llevar a considerar en la lepra de aquel hombre algo más que la mera enfermedad física, yendo más allá podemos descubrir en este hombre herido en su cuerpo y en su alma la condición del pecador, pues al romper la amistad con Dios el hombre rechaza su dignidad de imagen y semejanza del Creador, rechaza su dignidad de hijo y se autoexcluye de la comunión de vida entre los hermanos en la Iglesia.
¿Cuántas veces hemos visto estos casos? ¿quizás yo he sido o soy uno? Hermanos que durante algún tiempo quizás perseveraron en los caminos del Señor pero por alguna razón se fueron quedando y luego, más por pena que por otra cosa, no se animan a regresar, prefieren vivir alejados no sólo de la vida en comunidad, de la vida en la Iglesia, sino de la misma vida en Cristo que habita en ella.
Hermanos, ¿de qué hemos de ser curados por el Señor? ¿qué es lo que queremos que el sane en nuestras vidas? ¿Qué hace falta que Él haga por nosotros? O mejor dicho ¿qué necesitamos para vivir según la felicidad eterna para la que fuimos creados y en la cual damos gloria a Dios?
«Hay muchos leprosos en el mundo. Ese mal consiste en cierta languidez y tibieza en el servicio de Dios. No es que se tenga fiebre ni que sea una enfermedad peligrosa, pero el cuerpo está de tal manera manchado de la lepra que se encuentra débil y flojo. Quiero decir que no es que se tengan grandes imperfecciones ni se cometan grandes faltas, pero caemos en tantísimas omisiones pequeñas, que el corazón está lánguido y debilitado. Y lo peor de las desgracias es que en ese estado, a nada que nos digan o hagan, todo nos llega al alma.
Los que tienen esta lepra se parecen a los lagartos, esos animales tan viles y abyectos, los más impotentes y débiles de todos, pero que, a pesar de ello, a poco que se les toque, se vuelven a morder… Lo mismo hacen los leprosos espirituales; están llenos de muchísimas imperfecciones pequeñas, pero son tan altivos que no admiten ser rozados y a poco que se les reprenda, se irritan y se sienten ofendidos en lo más vivo.”
San Francisco de Sales
Queridos hermanos, Cristo pasa por el camino, quiere tocar tu vida, quiere transformar tu historia, y te invita a dejarte tocar por la acción de su gracia, esta vida divina que el quiere infundir en tu corazón se derrama de modo especial a través de una vida sacramental activa, particularmente en la participación frecuente de la Eucaristía y de la Confesión ¿qué impide que te acerques a ella? ¿por qué no buscar una solución a tu situación?
Por el Bautismo todos comenzamos a formar parte de la familia de Dios, si por la debilidad de nuestra naturaleza humana hemos pecado y hemos ido acumulando en el camino heridas que como la lepra nos ha ido cubriendo y nos sentimos desechados por el camino, aprende de aquel leproso del Evangelio y clama al médico de las almas ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Acude al sacramento de la reconciliación y al escuchar las palabras de la absolución pronunciadas por el sacerdote experimenta la misma alegría que experimentó aquel hombre cuando escuchó de labios del Hijo de Dios “quiero queda limpio”
Y no sólo eso, muchos de nosotros hemos sido Confirmados y ungidos con la gracia del Espíritu Santo ¿estamos viviendo según ese Espíritu? ¿clamamos su auxilio? ¿renovamos aquella efusión que un día descendió en nuestros corazones para ser testigos de Cristo?
Y que decir de aquellos que han sellado ante al altar del Señor un pacto de amor en el santo Matrimonio ¡ahí también se derrama la gracia de Dios en cada acto de amor entre los esposos! Cada vez que sirven juntos en la Iglesia, cada vez que van juntos a la santa Misa, cada vez que juntos permanecen y perseveran en la comunidad, la gracia de Cristo se derrama.
Queridos hermanos, el Señor nos ha dejado en su Iglesia, la fuente de la vida, el mismo quiere llegar a tocar tu corazón a través de la comunión Eucarística, el mismo quiere hacerte uno consigo, Él mismo llega a ti para hacerte semejante a Él. La santidad es posible si nos disponemos con un corazón humilde y sincero a dejar que el toque nuestra historia y la sane.
Si sientes que estás por abandonar la vida de fe sumido en la tristeza y desesperanza dile como aquel hombre ¡Jesús, ten compasión de mí!, si sientes que eres menospreciado o te han hecho creer que no vales nada y por ello te vuelcas a buscar compensaciones afectivas, dirige tu palabra al Señor que pasa y dile ¡Jesús, ten compasión de mí!, si sientes que la seducción de los placeres desordenados te envuelve como la lepra y te va arrancando poco a poco la vida, alza tu voz y dile ¡Jesús, ten compasión de mí!, si sientes que la colera, el orgullo, la soberbia y la envidia se adueñan de tu corazón y te roban la paz, no temas y clama a Él ¡Jesús, ten compasión de mí! Si te sientes tentado a abandonar la comunidad, el grupo, el movimiento, en fin la Iglesia a causa de los pecados que puedas haber cometido, muestra la llaga al Señor y dile “si quieres, puedes limpiarme” Y llenate de gozo puesto que Jesús pasará por tu historia, te tomará de la mano y dirá a tu corazón “quiero, queda limpio” y conocerás el significado de las palabras del salmista cuando decía “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y en cuyo espíritu no hay engaño” (Sal 31, 1-2)
Lecturas
Lv 13, 1-2.44-46. El leproso vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento
Sal 31. Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación
1 Co 10, 31—11, 1. Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo.
Mc 1, 40-45. La lepra se le quitó, y quedó limpio
IMG: Curación del leproso, mosaicos de Rupnik