El profeta Isaías nos anuncia que la palabra de Dios siempre es eficaz en producir su efecto, esa Palabra que ha bajado del cielo se ha hecho carne en Cristo, y con su Pasión, Muerte y Resurrección ha producido frutos abundantes de salvación, así nosotros incorporados en Él, es decir unidos a Él en su Cuerpo Místico que es la Iglesia, estamos llamado también a volver al Padre.
Somos peregrinos que vamos por este mundo como el Pueblo de Israel en el Éxodo, vamos rumbo a la tierra prometida, mientras vamos aprendiendo una gran lección de comunidad, puesto que vamos juntos como hermanos, nuestro tronco común a diferencia del antiguo Israel no es ser descendientes de un mismo antepasado, no son vínculos de sangre los que nos unen sino el vínculo de la fe en el Dios cuyo amor se ha manifestado a nosotros y que enciende nuestros corazones con la esperanza de la gloria eterna.
El Salmista cantaba las maravillas que goza el hombre que vive según la Palabra de ese Dios vivo y verdadero, Él es el Padre amoroso que no defrauda, que rescata de las acechanzas de los enemigos a los que se acogen a Él, este Dios bendito es nuestro Padre protector quien nos defiende de las astucias del homicida por excelencia que busca llevarnos a la muerte del alma a través de las seducciones del pecado; Él es el Padre siempre fiel que nos espera con los brazos abiertos esperando nuestra vuelta a casa si es que nos hemos alejado en algún momento del camino. Él es nuestro Padre amado que no se avergüenza de nosotros sino que antes bien siempre quiere llevarnos a gozar de la dignidad de hijos suyos.
Contemplémoslo a través de la oración que su Hijo único nos enseñó, y veamos lo que ha pensado para nosotros, que hemos sido hechos hijos suyos en Cristo por las aguas del Bautismo. Contemplemos la oración y unámonos a ella repasando sus palabras de un modo diferente, desde la última petición hasta la primera gran afirmación.
Nuestro Padre eterno nos cuida y nos lleva de su mano, nos libra de todo mal y nos fortalece y sostiene para no caer en la tentación. Es Él quien nos hace ser hermanos con los demás hombres por la gracia que su Hijo único derramó en nosotros haciéndonos hijos adoptivos de un mismo Padre y al perdonar nuestras ofensas nos enseña el camino del amor que libera los corazones y nos invita a hacer lo mismo imitándole.
Él nos da el pan de cada día, pan material para la vida de nuestros cuerpos, pan de su palabra para vida de nuestros espíritus y pan Eucarístico que nos garantiza la vida eterna. Nos enseña a abandonarnos confiados a su voluntad, deseándola fuertemente para que su amor también se difunda en la tierra como en el cielo.
Nos concede la gracia de hacer que su Nombre sea santificado, es decir honrado y glorificado a través de una vida según su corazón. Y al decirnos que está en el cielo, no quiere hacernos sentir lejanos sino que nos recuerda que nuestra morada definitiva no está en esta tierra sino que hemos sido creados para más.
Santa Teresa de Jesús decía para animar a sus monjas “esta vida no es más que una noche en una mala posada” y pensando en el sufrimiento que se experimenta en el mundo podría ser un consuelo de un mañana mejor, pero si consideramos también las innumerables bendiciones que ya se nos permite gozar y la belleza que vemos en la creación que nos rodea, considerar que este paso por la tierra es un mala posada nos hace decir con esperanza: “si así es la tierra, de hermosa ¡¿cuánto más lo será el cielo?!”
Finalmente con gozo contemplemos como Él es “Nuestro” Padre, “nuestro” es una palabra que designa propiedad, pertenencia, a simple vista parecería que Él nos pertenece, sin embargo nosotros pequeñas creaturas como osaríamos abarcar al que es infinito, no, somos nosotros los que le pertenecemos a Él, somos suyos, somos sus hijos, por todo nuestro ser corre su misma vida divina. Somos parte de su gran familia.
Que en este tiempo de cuaresma, podamos renovar nuestra identidad de hijos amados del Padre, para que fieles a su palabra podamos caminar juntos hacia la morada santa del cielo
Martes – I semana de Cuaresma
Is 55, 10-11. Mi palabra cumplirá mi deseo
Sal 33. Dios libra a los justos de sus angustias
+Mt 6, 7-15. Vosotros orad así.
IMG: Leonello Spada «Regreso del hijo pródigo»