Oración de súplica

El hombre que sabe que su vida viene de Dios y que a Dios se dirige es consciente que puede acudir a Él en toda ocasión, volvernos al Señor en un oración suplicante es, en primer lugar, un acto de humildad, de aquel que sabe que no se basta a sí mismo, que es capaz de ver más allá de sus estrecheces y pone su mirada en Aquel que es más grande, Deus Semper maior, Dios es siempre más.

“Mediante la oración de petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia El.” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2629) Por ello se dice que el punto de partida para toda oración de petición es el pedir perdón, porque toda suplica es un entrar en la conversión, es un volvernos a Dios.

Al contemplar las lecturas de este día, reconocemos como los grandes hombres y mujeres de fe han sabido dirigirse al Señor de modo especial en momento de peligro, más que el temor es el amor el que les mueve, amor a un Dios que ha hecho una alianza de amor con su Pueblo, amor que sabe que el Todopoderoso no le abandona, amor que a través del paso de los siglos ha engendrado confianza, amor que sabe que la súplica al Amado, a nuestro Dios bendito y adorado, no es degradación sino elevación, sí elevación porque esta oración suplicante va más allá de la razón y se mueve el plano sobrenatural, en el plano divino, pues es diálogo entre la Iglesia esposa y Cristo esposo, un diálogo en fe.

“La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida.” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2632) Es ahí donde cobra sentido cualquier petición que dirigimos al Señor, pues todo cuanto pidamos debe estar ordenado para la mayor gloria de Dios, es el amor el que purifica todas nuestras súplicas, haciéndonos salir de miras egoístas para colaborar en el plan de salvación.

Esta doctrina es la que santa Teresa de Jesús, maestra de oración, nos comenta en un pasaje de una de su autobiografía:

«Estando yo una vez importunando al Señor mucho, (…) temía por mis pecados no me había el Señor de oír. Aparecióme como otras veces y comenzóme a mostrar la llaga de la mano izquierda, (…) y díjome que quien aquello había pasado por mí, que no dudase sino que mejor haría lo que le pidiese; que Él me prometía que ninguna cosa le pidiese que no la hiciese, que ya sabía Él que yo no pediría sino conforme a su gloria»

Santa Teresa de Jesús, Vida 39,1.

Conviene de vez en cuando repasar y examinar nuestra vida de oración, descubrir qué cosas nos mueven interiormente, cuál es el pensamiento o el afecto dominante en estos momentos, y redireccionarlos siempre hacia el Señor, una regla para medir nuestra oración, es el Padre Nuestro.

«La oración dominical es la más perfecta de las oraciones… En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad»

Santo Tomás de Aquino,  Suma Teológica II-II q.83 a.9.

Por ello la Iglesia, nuestra Madre, nos enseña que

“El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en Él.”

Catecismo de la Iglesia Católica n. 2764

Que el Señor nos conceda la gracia en este día de sabernos reencontrar con Él con confianza, no presa de la angustia o la ansiedad que pueden sembrar en nuestros corazones los afanes de cada día, sino movidos por el amor de Aquel que sabemos nos amó primero.

IMG: Bajo relieve del púlpito de la catedral de Canterbury

Jueves – I semana de Cuaresma

Lecturas
Est 4, 17-19. No tengo más defensor que tú.
Sal 137. Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor.
Mt 7, 7-12. Todo el que pide recibe.