El domingo pasado escuchábamos que Jesús decía a santa María Magdalena por la mañana que fuera avisar a sus discípulos que había resucitado y que les vería en Galilea, como parte de un mismo gran día de pascua que culminamos justamente hoy al concluir la octava que es como un gran día litúrgico que se extiende por ocho días solares, el Evangelio nos presenta la continuación de aquel gran acontecimiento. Podríamos decir que a raíz del encuentro con el Amor Misericordioso de Cristo Resucitado se producen siete grandes frutos.
En primer lugar les dice “la paz esté con ustedes”, primer fruto del encuentro con el resucitado es la paz. Los apóstoles ciertamente luego de haber vivido los acontecimientos de la pasión y muerte del Señor habían quedado consternados, entristecidos, sumamente turbados, estaban llenos de miedo y por ello se encontraban con las puertas cerradas. Por ello lo primero que Jesús les otorga es la paz, alguno ha dicho que esta expresión traduce el “shalom” de los hebreos, que es el modo en que se saludan, sin embargo en este caso sabemos que estamos ante algo más que un saludo, aunque aquella palabra es sugestiva, no significa sólo paz, sino “plenitud de vida”.
¡Que precioso e iluminador esta realidad! La paz que Cristo nos trae es aquella de una vida plena, en la que ya no hace falta nada, por ello los temores son anulados, las preocupaciones desterradas, las turbaciones del corazón vienen a ser sosegadas. La Iglesia nos vive comunicando esa paz en cada santa Misa cuando el sacerdote antes de la comunión dice volviéndose hacia al Pueblo santo de Dios y le dice: “La paz del Señor esté con ustedes”, la Iglesia a más de tantos siglos, nos sigue comunicando la paz que viene fruto del encuentro con el Señor resucitado.
En segundo lugar nos dice el evangelista que mientras decía esto el Señor les mostró sus llagas y ellos se llenaron de alegría. La fe nos lleva a ver en este gesto de Cristo un mostrarnos que el mismo que murió en la Cruz es el que está presente en medio de ellos. Incluso podríamos decir, esas son las señales del amor que ha vencido sobre las fuerzas que tanto oprimían al hombre. Popularmente se dice: “para todo hay solución en esta vida, menos para la muerte” pues el cristiano responde: “¡Mentira!” porque Cristo ha resucitado.
¡¿Cómo no llenarnos de alegría junto con los apóstoles?!, estamos contemplando a nuestro mejor amigo, al que dio su vida por nosotros, a Aquél que nos amado más que nadie, lo creíamos perdido pero no, está con nosotros. Contemplándolo vivo y presente, nosotros nos gozamos en saber que la muerte, aquella realidad que tanto atemoriza y desconsuela a muchos, es simplemente un instante de la vida, nos llenamos de alegría porque sabemos que un día también nosotros resucitaremos como Él lo hizo, pero el gozo pleno y verdadero viene del hecho de saber que estamos llamados a estar junto a Él en una comunión plena de amor. Esa es nuestra esperanza.
En tercer lugar tenemos, el envío misionero. “Así como el Padre me envió así los envío yo”. Cristo nos une a su misión de ir por todo el mundo y anunciar la buena nueva, invitando a la conversión y a la fe en Él. El cristiano fruto del encuentro con el Resucitado se siente compelido a ir y anunciar el motivo de su gozo, la razón de su fe, más que enseñar un conocimiento doctrinal busca transmitir vida, y la vida eterna del Cristo de la pascua, esta es la misión apostólica que aquellos hombres recibieron del Señor por eso en otro lugar les diría “quien a ustedes escucha, a mí me escucha”, esta misión es continuada hoy en día de modo especial a través de sus sucesores los obispos y de la que estos hacen partícipes a sus colaboradores los presbíteros.
Asimismo ellos misionan, dirigen y animan a todo el pueblo cristiano a formar parte de esta dulce encomienda, cada quien según su vocación particular, nadie debe considerar sus esfuerzos pequeños e insignificantes, todos formamos parte del cuerpo de Cristo, y Él quiere llegar a toda la humanidad, esta es una dulce misión de amor, y nada es pequeño cuando se hace por amor a Dios.
En cuarto lugar tenemos que Jesús, soplando sobre ellos, le envió el Espíritu Santo, este hecho recuerda el momento de la creación del hombre cuando Dios soplando su aliento de vida, infundió la vida en el hombre. Los discípulos comienzan a formar parte de la nueva creación, de aquella nueva vida que ha nacido el día de la pascua, es esta misma vida la cual estarán llamados a transmitir.
En quinto lugar y unida al anterior encontramos que el Resucitado les concede autoridad para perdonar los pecados, la vida nueva nace del perdón, los frutos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, se harán manifiestos a través de la reconciliación de los hombres con Dios. Tanto el Concilio de Constantinopla II en el año 552 como el Concilio de Trento se han pronunciado sobre estos versículos, diciendo que en ellos encontramos el fundamento de la autoridad que tiene la Iglesia para perdonar los pecados. Precioso don del Resucitado se nos abre la posibilidad de ¡la reconciliación con Dios! ¡La vida eterna! ¡La bienaventuranza del cielo!
Sexto, más adelante el relato del Evangelio continúa mostrándonos las dudas de santo Tomás, sus palabras parecen desafiantes, sin embargo el amor del Corazón de Cristo puede más, y a tanto llega su amor por su apóstol que no quiere dejarlo en la incredulidad sino que le lleva a creer, podríamos decir que a tanto llega la gracia del encuentro con el Resucitado que vemos aquí otro don, Cristo vivo nos transmite la fe.
La misericordia de Dios se manifiesta a Aquel que tuvo más dificultad, el Señor busca de muchísimos modos llevarnos al gozo del encuentro con Él, Jesús se manifiesta como la misericordia del Padre, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, y de aquí podemos ver como fruto del encuentro con el Resucitado surge la fe, el reconocimiento de su divinidad, pues el Apóstol lo confiesa diciendo “Señor mío y Dios mío”. El todopoderoso, el creador del cielo y la tierra camina en medio de nosotros, se hizo uno de nosotros, para hacernos parte de su familia.
Séptimo, si esto fuera poco encontramos un último fruto del encuentro con Cristo que vivieron los apóstoles, una bienaventuranza que se prolonga a lo largo de los siglos: “Dichosos los que creen sin haber visto”, la fe de santo Tomás es una fe menos perfecta que aquella que la de los cristianos que hemos vivido posterior a él. Esta afirmación parece osada pero expliquemos porque lo decimos así, por definición la fe es de “non visis” es un asentimiento que se da a una verdad en razón del que revela, es decir, creemos no porque “hayamos llegado a la conclusión de que aquello es cierto” sino porque nos fiamos de la autoridad de Cristo y de su Iglesia que nos transmite aquello que Él nos ha dicho: “creo porque Él lo ha dicho”. Al no tocar las llagas en el cuerpo glorioso del Señor resucitado como lo hiciese el apóstol Tomás, se nos exige mayor fe, y por tanto también una confianza mayor en la palabra de Cristo que nos ha sido transmitida, quien confía pone su esperanza en Aquel al que ha creído su palabra, quien mucho cree y espera, mucho ama, quien mucho ama mucho será amado, y Dios no se deja ganar en generosidad, de ahí la bienaventuranza de Cristo. “Dichosos los que crean sin haber visto”. Quizás por eso mismo también la jaculatoria que se repite invocando al Sagrado Corazón de Jesús “en vos confío” o la que se usa para clamar su Divina Misericordia “Jesús yo confío en ti”, nos abrimos al amor de Dios en base a la fe y la confianza en su Palabra.
En síntesis podemos sacar siete frutos del encuentro con el resucitado: la paz, la alegría, la misión, el Espíritu Santo, el perdón de los pecados, la fe y la bienaventuranza para los que no han visto.
Roguemos al Padre eterno que en este Domingo podamos abrir nuestro corazón al encuentro con Cristo resucitado para que movidos por el Espíritu Santo podamos gozarnos de los frutos de su amor misericordioso que no ha escatimado nada en favor nuestro. Así sea
IMG: «Cristo resucitado» de Miguel Ángel