Formación a la Pastoral de Liturgia n.1
¿Qué es la Sagrada Liturgia? Podríamos definirla como el culto que la santa Iglesia unida a Cristo su Esposo y Sumo y Eterno Sacerdote, tributa al Padre en el amor del Espíritu Santo. “…se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.” (Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II n.7)
Por nuestro bautismo todos hemos comenzados a formar parte de un pueblo sacerdotal, en virtud de ese sacerdocio común todos los cristianos pueden participar del culto de la Iglesia uniendo sus sacrificios espirituales a Dios, pero de un modo especial existen hombres que han sido llamados por Dios para presentar esos sacrificios espirituales ante su presencia en el culto público oficial y estos son los sacerdotes ministeriales, ellos recogen los sacrificios de los fieles y en la celebración de la santa Eucaristía los unen al sacrificio de Cristo en el Calvario siendo un verdadero puente entre el mundo divino y humano.
Una verdadera pastoral litúrgica, en las diferentes celebraciones, colaborar con ese rol, hasta lo más pequeños detalles, se preocupa de que el culto que tributamos al Señor en las diferentes celebraciones se un culto que se viva digna, atenta y devotamente. Para ello es necesario que el equipo viva una verdadera espiritualidad litúrgica ¿a qué nos referimos con esto? Con ello queremos dar a entender que los hermanos que prestan servicio como lectores, ministros extraordinarios de la comunión, coros, monaguillos, preparación del templo etc. Sean los primeros en participar activamente en la celebración, es decir que sean conscientes de lo que hacen, que interioricen su obrar en este servicio en particular, de modo especial que mediten los textos y oraciones de la celebración para que por la gracia de Dios que se derrama en nosotros en cada celebración puedan sus vidas verse transformadas. Todos los cristianos están llamados a ello, pero de modo especial aquellos que desempeñan una función.
“…la Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte, la Liturgia misma impulsa a los fieles a que, saciados «con los sacramentos pascuales», sean «concordes en la piedad»; ruega a Dios que «conserven en su vida lo que recibieron en la fe», y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin.” (Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II n.10)
No es más importante quien hace más cosas, ni es más participada la celebración por el mayor numero de tareas que se asignen a cada uno, sino que es verdaderamente vivida cuando todos podemos recogernos en oración con un solo corazón para ofrecer al Señor un verdadero culto en espíritu y verdad a través de los diferentes ritos que se celebran.
De ahí bien que hemos de estar atentos ha desempeñar nuestro rol del mejor modo posible, estudiando y reflexionando lo que hacemos y decimos, pero también obedeciendo la norma que nos da la Iglesia respecto de cada rito o las indicaciones prácticas sobre como se aplican en nuestra realidad en concreto, puede ser que a veces ocurran errores en el modo de hacer las cosas, no hemos de desesperar ni preocuparnos desproporcionalmente sino enmendarnos corregirnos y procurar que no se repita, asi evitamos ser una distracción para los demás y ganamos incluso en recogimiento interior.
Servir en el culto divino implica una seria preparación no sólo técnica sino también espiritual, procurar confesarse frecuentemente es un práctica aconsejada para todo cristiano máxime para aquellos que sirven de un modo especial en el santo Sacrificio de la Misa, sabemos que no somos ángeles de luz pero que se note que somos hombres y mujeres que se toman en serio su camino de conversión y quieren progresar. Mientras vamos de camino a la patria celeste podremos tener tropiezos o incluso caídas estrepitosas, lo importante será ponernos en pie nuevamente ayudado por los hermanos para volver a caminar.
Una verdadera espiritualidad litúrgica tiene su fuente y su cumbre en la celebración comunitaria de la Eucaristía, pero se prolonga a lo largo de la jornada a través de la lectio divina, el rezo del santo Rosario, la visita al Santísimo Sacramento y del rezo de la liturgia de las horas, los sacramentales, etc. De modo que en casa, en una visita breve a la Iglesia o incluso en la oración con los salmos tenemos medios propicios para impregnarnos de la gracia, podemos estar siempre en dialogo con el Señor.
Una Liturgia bien celebrada cambia la propia vida y la de los demás, ella es la mejor catequesis decía el Papa Benedicto XVI, la belleza de cada celebración nos anuncia la gloria de Dios. Por eso no escatimamos nada, buscamos entregarnos por completo, porque en el fondo es un comenzar a vivir ya, lo que viviremos eternamente en el cielo ¿qué es lo que hacen los ángeles y santos sino contemplar a Dios y darle gloria en la Liturgia celeste?
“En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El.” (Constitución Sacrosanctum Concilum de Concilio Vaticano II n.8)
“Y cuando abrió el séptimo sello se hizo un silencio en el cielo de una media hora. Entonces vi a los siete ángeles que están de pie delante de Dios. Les entregaron siete trompetas. Vino otro ángel y se quedó en pie junto al altar con un incensario de oro. Le entregaron muchos perfumes para que los ofreciera, con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que está ante el trono. Y ascendió el humo de los perfumes, con las oraciones de los santos, desde la mano del ángel hasta la presencia de Dios.” Ap 8, 1-4