Amigos de Cristo

“Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre” (Jn 15, 15)

Hace un tiempo, un joven que tendría unos 24-25 años estaba platicando con un sacerdote acerca de la amistad, y él le dijo, “yo siempre he querido tener un mejor amigo” y el padre le preguntó, qué era lo que el buscaba en este amigo, respondió el muchacho: “alguien con quien jugar y ojalá al mismo nivel”, “con quien poder platicar”, que comprendiera su emoción al momento de tocar la cancha, pero también a quién poder contar sus cosas, desde las más profundas hasta las más triviales, alguien con quien poder compartir sus hobbies, pero sobre todo alguien que aunque a veces le corrigiera, como hace cualquier amigo, no fuese uno que lo condenase de buenas a primeras a través de prejuicios sino que le escuchara y le comprendiese.

Es interesante ¿no? Plantearse la noción humana de amigo, la amistad ciertamente es un tipo de relación de amor, muchos la buscan, y quien la encuentra ha encontrado un tesoro, sin embargo, en ese mismo camino muchas veces el hombre se desvía y cambiando sus paradigmas se olvida que para tener amigos lo primero es hacerse amigo de la persona, es decir ofrecer el propio amor, otros aunque esto lo tienen muy presente, exigen condiciones que satisfagan más sus apetencias que una verdadera amistad; en otras ocasiones hay quienes caen en el otro extremo, buscando amor terminan mendigando afecto entrando en relaciones enfermizas a las cuales se esclavizan y que terminan por destruirles.

Es cierto que es fácil desviarse del camino, ahora bien, si tanto peligros hay ¿cómo abrazar esta palabra en la que Jesús nos llama, muy dichosamente, sus amigos? ¿Qué es la amistad verdadera?

Santo Tomás de Aquino planteándose esta pregunta reflexionó en la oración y en el estudio de la filosofía antigua y llegó a descubrir tres características de una verdadera amistad:

  1. Se trata en primer lugar de un amor de benevolencia, es decir el amigo quiere el bien para su amigo
  2. Se trata de un amor que implica correspondencia diría él: “el amigo es amigo para su amigo” esto quiere decir que hay reciprocidad, pero no sólo esto sino también una unión afectiva, puesto que de alguna manera los amigos llegando a tener un mismo querer y un mismo no querer, hay un deseo mutuo de estar juntos, llegan a pensar y a sentir de un modo similar, por eso se dice que el amor hace semejantes a los que se aman.
  3. Del hecho que ambos quieran el bien para el otro se deduce que hay una comunicación de bienes, esto implica no sólo desear el bien para el otro sino procurarlo, es más, podríamos decir que el otro tenga noticia de este amor, que se dé cuenta, es la dimensión efectiva del amor.

En el Corazón de Cristo Jesús vemos justamente como Él nos ha amado con un amor entrañable de amistad, es hermoso recordar la cita de la primera carta de san Juan: “El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envío a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados”. Hermanos, en tan breves palabras, se nos recuerda que el amor de Jesús es un amor incondicional, Él tuvo la iniciativa de salir a nuestro encuentro

  1. Jesús nos ama con tal benevolencia que no quiere para nosotros sólo un bien, sino el máximo y el mejor de los bienes, nuestra salvación, la Vida Eterna, incluso dirá en el evangelio de Juan que va a prepararnos un lugar en la casa del Padre que tiene muchas moradas (cf. Jn 14, 2).
  2. Jesús nos enseña como corresponder a su amor, lo ha dicho en el Evangelio hoy, “ustedes son mis amigos si hacen lo que les mando” (Jn 15, 14) y lo que manda no es pesado, es sencillamente amar como Él nos amó, el Señor nos ama con amor entrañable basta ver como lloró fuera de Jerusalén ante la necedad de entrar en la conversión de algunos o como derramó lágrimas por la muerte de Lázaro o como se alegraba cuando notaba como a los pequeños y humildes se les abría la mente para que comprendieran las cosas del cielo y que tan misericordioso es para recibir nuestro amor que le basta una pequeña señal de conversión para otorgarnos el cielo, recordemos la fe de aquel malhechor que estaba junto a Él, le basto decir “Acuerdate de mí cuando llegues a tu reino” (Lc 23, 42) para poder gozar del Paraíso.
  3. Hay una comunicación de bienes, si Jesús quiere para nosotros el más grande de los bienes que es la vida eterna, podemos considerar como se ofreció incluso a la muerte en cruz para procurárnoslo, y no sólo eso, sino que nos dejó todos los medios en su santa Iglesia para que podamos abrazar esa salvación.

Todo nuestro camino de santidad no es sino buscar corresponder al amor de Jesús, es un glorificar su nombre y su vida, reproduciendo en mí su imagen, Él nos ha dado conocer lo que oyó al Padre nos dice, es decir Él vino a revelarnos cual es el proyecto de Dios para la humanidad, en Él descubrimos que significa ser humano, es más todo bautizado descubre en Él que significa ser hijo de Dios y en Él aprende a vivir como tal. 

Al contemplar la grandeza del amor de Cristo no nos sorprende como la amistad con Él pasa a otro plano, va más allá del sentimiento, va más allá de aquellos buenos anhelos que tenemos, aunque muy humanos, de pasar tiempo con alguien, de tener alguien nos escuche, que nos acepte como somos y que no nos condene de buenas a primeras si cometemos un error, que comparta nuestros intereses, etc. Jesús abraza esos anhelos, los colma y los sobrepasa, la amistad con Él es un compromiso de vida, es una alianza, Él se entregó por entero y lo continúa a hacer en cada Eucaristía y de un modo especial a través de la santa comunión, Él se da por entero, Cuerpo y Sangre, alma y divinidad, ¿cómo podríamos corresponder al que es la fuente de todo bien, que ama de modo incondicional y que se entrega de modo total sino es entregándole nuestra propia vida en un abrazo de amor? ¿cómo hacer efectivo es abrazo sino es entrando en su voluntad? 

Benedicto XVI fue profundamente impactado por estas palabras el se preguntó “¿Qué es realmente la amistad?” y contesto con estas sabias palabras “Ídem velle, ídem nolle – querer y no querer lo mismo, decían los antiguos. La amistad es una comunión en el pensamiento y el deseo. El Señor nos dice lo mismo con gran insistencia: «Conozco a los míos y los míos me conocen» (cf. Jn 10, 14). El Pastor llama a los suyos por su nombre (cf. Jn 10, 3). Él me conoce por mi nombre. No soy un ser anónimo cualquiera en la inmensidad del universo. Me conoce de manera totalmente personal. Y yo, ¿le conozco a Él? La amistad que Él me ofrece sólo puede significar que también yo trate siempre de conocerle mejor; que yo, en la Escritura, en los Sacramentos, en el encuentro de la oración, en la comunión de los Santos, en las personas que se acercan a mí y que Él me envía, me esfuerce siempre en conocerle cada vez más. La amistad no es solamente conocimiento, es sobre todo comunión del deseo. Significa que mi voluntad crece hacia el «sí» de la adhesión a la suya. En efecto, su voluntad no es para mí una voluntad externa y extraña, a la que me doblego más o menos de buena gana. No, en la amistad mi voluntad se une a la suya a medida que va creciendo; su voluntad se convierte en la mía, y justo así llego a ser yo mismo. Además de la comunión de pensamiento y voluntad, el Señor menciona un tercer elemento nuevo: Él da su vida por nosotros (cf. Jn 15, 13; Jn 10, 15). Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a estar cada vez más unido a tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino junto a Ti para los otros. Ayúdame a ser cada vez más tu amigo.” Benedicto XVI, 29 de junio de 2011

Hagamos nuestras estas palabras y dejémonos transformar por el amor del Corazón de Cristo, Él nos ofrece su amistad ¿podríamos ser indiferentes?

Lecturas:

• Hch 10, 25-26.34-35.44-48. El don del Espíritu Santo ha sido derramado también sobre los gentiles.

• Sal 97. El Señor revela a las naciones su salvación.

• 1Jn 4, 7-10. Dios es amor.

• Jn 15, 9-17. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Img: Detalle de Jesús con San Juan en la «Última Cena» De Francisco Salzillo