Espiritualidad del Corazón de Jesús en tiempos de crisis

En lo ordinario de la vida, todo hombre hace experiencia de períodos arduos, difíciles y oscuros, en medio de los cuales se siente interiormente cuestionado y no logra dar una respuesta clara o al menos que le satisfaga frente a esa realidad que le interpela, estos períodos habitualmente le llamamos períodos de crisis. Esta palabra tiene su origen en el griego “κρίνειν” que literalmente se traduce como “separación” y es que justamente en esos períodos lo que se busca es separar los diferentes elementos, para poder hacer un análisis y discernir como responder a la situación que se está viviendo. Por eso mismo los diferentes tipos de crisis siempre se constituyen una etapa de cambio, el hombre muestra quién es y qué lleva en su interior, y según las decisiones que toma puede dar un paso adelante o hacia atrás. “Un momento de crisis es un momento de elección, es un momento que nos pone frente a las decisiones que tenemos que tomar.” (Papa Francisco, Homilía 2 de mayo de 2020) 

De un modo particular toda crisis sea de salud, familiar, moral, emocional, social, económica, etc, siempre tendrá una repercusión en la vida espiritual, porque nada es indiferente para el alma, de un modo especial el tiempo de pandemia que estamos viviendo sabemos que ha despertado diferentes situaciones en nuestro interior ya que ha sido un tiempo de una crisis prolongada en nuestro mundo y que ha tenido sus repercusiones en diferentes tipos de crisis a nivel personal entre nosotros, crisis que nos hacen entrar en el drama del dolor y del sufrimiento.

“La actitud frente al dolor y sufrimiento pueden ser, y de hecho lo son, distintas, lo que se traduce en significaciones personales diferentes. Algunas actitudes frente al dolor y sufrimiento pueden ser (Maza, 1989:156-161): a) Amargura: las personas amargas producen sentimientos malignos, odian, tienen rabia, se desesperan; son desconfiadas. Les cuesta creer y amar. Se sienten vacías; b) hay personas que se deshacen frente al sufrimiento. No quieren vivir, han perdido la fuerza de actuar. Se sienten cansadas. No sienten odio o amargura. No les asombra nada. Ven como su vida se deshace y permanecen sufriendo en el tiempo como si el sufrimiento tuviera la particularidad de extenderse por sí mismo; c) una tercera actitud frente al sufrimiento es huir de él. Se tiende a protegerse porque se tiene miedo a sufrir, y así se evita el enfrentamiento y la lucha; d) también frente al sufrimiento se puede responder con la pequeñez. Se vive para la pena, su pena, y de alguna forma se la impone a los demás. Pide ser el centro de atención y lleva su corazón en una bandeja para llorar sobre él y así despertar en los demás lástima y pena. Se revuelve sobre su pequeñez y no soporta que los demás sean mejores. Le molesta la alegría porque la perdió y siempre su sufrimiento será mayor que el de los demás; e) el sufrimiento también despierta en otros una fuerza interior que les lleva a rebelarse frente al sufrimiento y el dolor y a engendrar vida, en ellos mismos y en los demás. El sufrimiento ya no es mezquino, odioso, estrecho, sino que produce una hondura en la vida, humildad y una nueva visión y afán de vivir y comprender. El sufrimiento se vuelve una puerta para algo más grande, bello y profundo.” (Claudio Lavados Montes, “El Sentido Cristiano del Surfimiento en la exhortación apostólica Salvifici Doloris de Juan Pablo II” Revista de CienCias Religiosas, vol. Xviii, 2010 P.34-35)

De las cinco situaciones descritas vemos que sólo la última presenta un resultado satisfactorio ¿cómo se llega hasta ahí? ¿qué elementos de la espiritualidad cristiana, particularmente de la espiritualidad del Sagrado Corazón, nos ayudan a llegar a ese punto y realmente no sólo sobrevellar la crisis sino a saber trascenderla? ¿cómo a la luz de la fe podemos afrontar los diferentes períodos difíciles que pasamos en algunos momentos de la vida?

Comencemos por decir que en los tiempos de crisis usualmente afloran la inquietud, la tristeza, el desánimo, la amargura, etc. Y la pandemia no ha sido la excepción. Esto tiene su raíz en diferentes causas, propongo tres a modo de ejemplo de entre aquellas más habituales:

-Entramos en la dispersión. En tiempos de crisis nos vemos sometidos a diferentes estimulos externos como internos que vienen aturdirnos, ya que a nivel psicológico la dispersión que provocan impide la concentración necesaria para la resolución de problemas causando la preocupación. No me ocupo de resolver las cosas que puedo por la angustia que experimento ante la posibilidad de tragedia en el futuro. En el caso de la enfermedad de un modo particular a esto se le añaden los malestares físicos que se puedan estar experimentando. Esto tendrá sus repercusiones también en la vida espiritual, porque experimentaremos dificultades en la oración ya que al no podernos concentrar mucho menos podremos entrar en el recogimiento interior necesario para ella, cayendo en diversos tipos de sequedades y arideces. Poco a poco la tentación será ir abandonando nuestas prácticas de piedad, reduciendo los tiempos de meditación, dejando los libros de lecturas espiritual, hasta que ya no tengamos para nada vida de oración, es el paso de la tibieza a la paralisis e incluso a la muerte espiritual.

-Tenemos una visión meramente terrena de la existencia humana, sentimos horror por el sufrimiento, nos escudamos bajo argumentos como “la salud (física) es lo más importante” y descuidamos otras dimensiones de nuestra vida, rechazamos y negamos la enfermedad, y al no asumirla como una realidad presente intensificamos la experiencia negativa. Nos revictimizamos encerrándonos en nosotros mismos, lo que degenera en melancolía y egoísmo puesto que no somos capaces de ver a otros cegados en nuestra fijación terrenal en nosotros mismos.

-De esto se deriva también un concepto errado de la muerte como el final del camino, pareciese que es la aniquilación total del ser humano, no hay nada más, pareciera que estamos condenados a la oscuridad, al olvido, al vacío y la soledad. El hombre rechaza el límite, quiere tener el dominio absoluto de todo y la muerte se le presente como lo contrario.

¿Qué hacer? En medio de estas situaciones hemos de recordar en primer lugar el Kerigma de la Iglesia, la Buena Nueva de la salvación, el Hijo de Dios se hizo hombre como nosotros, el amor de Dios se ha encarnado y ha latido en el corazón del hombre cuando Jesucristo asumió nuestra naturaleza humana, venciendo las ataduras del pecado y de la muerte por la fuerza del amor misericordioso que se ha manifestado en el madero de la Cruz, en su costado traspasado contemplamos como ha abierto las puertas de la vida que nos hacen entrar en la misma dinámica del amor divino. Cristo Jesús es la solución de Dios ante el drama que puede experimentar el hombre en cualquier crisis.

-Ahora bien en estos períodos difíciles, para hacer frente a la dispersión, tengamos siempre presenta la enseñanza de san Ignacio, en tiempo de turbación no hay que tomar decisión, es decir, mientras experimentemos en un período difícil fuertes inquietudes emocionales y de pensamiento, hemos de abstenernos de tomar grandes decisiones puesto que al no tener claridad en nuestra manera de juzgar la realidad posiblemente cometamos alguna imprudencia. El Papa Francisco comentando la reacción de los discípulos en el capítulo 6 de san Juan en el discurso del pan de vida y como unos se van mientras otros se quedan recuerda esta realidad.

“En mi tierra hay un dicho que dice: “No cambies de caballo en medio del río”. En tiempos de crisis, hay que ser muy firmes en la convicción de la fe. Los que se fueron, “cambiaron de caballo”, buscaron otro maestro que no fuera tan “duro”, como le decían a él. En tiempos de crisis tenemos la perseverancia, el silencio; quedarse donde estamos, parados. Este no es el momento de hacer cambios. Es el momento de la fidelidad, de la fidelidad a Dios, de la fidelidad a las cosas [decisiones] que hemos tomado antes. Y también, es el momento de la conversión porque esta fidelidad nos inspirará algunos cambios para bien, no para alejarnos del bien.” (Papa Francisco, Homilía 2 de mayo de 2020)

Lo primero que se aconseja ante cualquier calamidad es válido también ante las crisis: aprender a guardar la calma. Hemos serenarnos, contemplar la realidad en el marco global de nuestra historia, para ello es conveniente hacer un ejercicio mental que nos puede ayudar, un ejercicio de memoria deuteronómica. El Pueblo de Israel siempre que experimentaba la limitación, el dolor por su pecado o por la situación de opresión que vivía, recordaba las grandes obras que Dios había hecho en su favor. Hagamos algo similar nosotros también.

Visto a la luz de nuestra devoción en el Corazón de Cristo, recuerda con cuanto amor y bondad Dios te ha manifestado su amor en el pasado, haz memoria de las bendiciones que has recibido a lo largo de tu vida, empieza a verla como una historia de salvación, contempla su amor misericordioso que en tantas ocasiones ha transformado tu miseria en una ocasión de bondad y gracia, luego de ver el marco general, repasa en la jornada en que estas viviendo cuantas bondades te puede haber dado el Señor, antes de las 7 de la mañana fácilmente cuentas ya más de 10 bendiciones; habiendo hecho memoria, entonces dite a ti mismo “Dios que ha sido bueno conmigo en el pasado, que ha sido bueno conmigo hoy, lo seguirá siendo en el futuro, porque Él me bendice no tanto porque yo haga X o Y cosa, sino porque Él es Bueno” Esto es hacer memoria de la Bondad de Dios. 

Esto irá dando serenidad a nuestro corazón porque estaremos entrando en la dinámica del Corazón de Jesús que en todo busca nuestro bien. Fruto de la serenidad recuperaremos nuestra capacidad de recogimiento interior y esto nos ayudará grandemente porque nos dará la unidad interior necesaria para entrar en oración y poder confrontar ese momento particular bajo la luz de la Palabra de Dios, insértando el período difícil que estamos pasando el gran marco de nuestra historia de salvación, es decir no veremos sólo el punto de dificultad sino que daremos un paso atrás para contemplar el gran panorama, incluso insertándolo en la historia de la salvación en general, esto es de verdad vivir lo que María santísima hacía cuando meditaba las cosas en su corazón (Cf. Lc 2, 19). 

El Papa Benedicto XVI reflexionando sobre María santísima como asumía los momentos de oscuridad nos enseña que en esas ocasiones ella encuentra el fundamento de su fortaleza en la oración pues ella entra en diálogo con la Palabra que le es dada por medio del ángel a la hora de llevar a cabo su misión como Madre del Salvador “no la considera superficialmente, sino que se detiene, la deja penetrar en su mente y en su corazón para comprender lo que el Señor quiere de ella, el sentido del anuncio” es más al conservar las cosas en su corazón ella reunía “todos los acontecimientos que le estaban sucediendo; situaba cada elemento, cada palabra, cada hecho, dentro del todo y lo confrontaba, lo conservaba, reconociendo que todo proviene de la voluntad de Dios. María no se detiene en una primera comprensión superficial de lo que acontece en su vida, sino que sabe mirar en profundidad, se deja interpelar por los acontecimientos, los elabora, los discierne, y adquiere aquella comprensión que sólo la fe puede garantizar. Es la humildad profunda de la fe obediente de María, que acoge en sí también aquello que no comprende del obrar de Dios, dejando que sea Dios quien le abra la mente y el corazón.” (Benedicto XVI, Audiencia General, 19 de diciembre de 2012)

-Frente al afán desordenado de bienestar terreno que nos lleva a la negación del dolor y sufrimiento (incluso de la enfermedad), hemos también de recordar que en esta vida ciertamente no podremos evitar la experiencia de estas situaciones, forman parte de la misma experiencia del ser humano, es cierto que hemos de buscar combatir los males presentes o posibles en la medida de nuestras capacidades, sobre todo cuando son fruto de la injusticia, no podemos convertirnos en cómplices, sin embargo, sabemos que esas realidades son parte de nuestra historia, no sólo hemos de preguntar el origen de los mismos para combatirlos, el porqué de ellos, sino también como afrontarlos cuando están presentes y, más aún, cuando estos se prolongan en el tiempo.

“Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Benedicto XVI, Spe Salvi 2007:37). 

Es decir, el sufrimiento cuando llega debe ser iluminado con la Cruz de Jesús, porque en medio de la tribulación hemos de recordar que no es posible evitarla del todo, pero cuando llega es una ocasión de muchos bienes si es llevada adecuadamente porque podemos aprovecharla para completar a lo que falta en nosotros de la Pasión del Señor (Cf. Col 1, 24), desde ahí podemos interceder por otros, reparar por los pecados cometidos e incluso expiar los propios. Uno de los aspectos del sentido del sufrimiento es que debe ser aprovechado para hacer el bien, y esto es posible si unimos nuestro dolor al de Cristo.

“La respuesta a la pregunta sobre el significado del sufrimiento ha sido dada por Dios al hombre en la Cruz de Jesucristo. El sufrimiento, consecuencia del pecado original, asume un nuevo significado: se convierte en participación de la obra salvífica de Jesucristo (…) En cuanto Dios y hombre, Cristo ha asumido sobre sí los sufrimientos de la humanidad y en Él el sufrimiento humano mismo asume un significado de redención. En esta unión entre lo humano y lo divino, el sufrimiento manifiesta el bien y supera al mal” (Juan Pablo II, Mensaje en la Jornada Mundial del Enfermo, 2002). 

Aquí vemos otro aspecto desde el cual la espiritualidad del Corazón de Jesús aporta abundantes frutos para el cristiano, puesto que unirnos a los dolores del Señor por amor a la humanidad, es colaborar con Él en la obra de la redención, por un lado consolamos su Corazón al ofrecer una obra de satisfacción por aquellos que sumidos en la vida de pecado no corresponden a su amor, y por otro, hacemos extensivo su amor al interceder por tantos hermanos nuestros necesitados del amor del Señor. 

De este modo el drama del sufrimiento humano adquiere un sentido, porque nos lleva a salir de nuestro ensimismamiento, de nuestro egoísmo, y comienzo a ver a mi prójimo, incluso cuando no soy yo el que materialmente sufre a causa de una situación, porque soy capaz de compadecerme del otro al punto que busco hacer algo para aliviar su mal, así damos otro paso, y como nos enseña la párabola del Buen Samaritano, ya no sólo soy objeto de la misericordia divina sino me convierto en su instrumento, el amor del Corazón de Cristo late de tal modo en mí, que comienzo a ser instrumento suyo, haciendo el bien con el sufrimiento y haciendo el bien al que sufre. 

“El sentido del sufrimiento, es verdaderamente sobrenatural y a la vez humano. Es sobrenatural, porque se arraiga en el misterio divino de la redención del mundo, y es también profundamente humano, porque en él el hombre se encuentra a sí mismo, su propia humanidad, su propia dignidad y su propia misión. El sufrimiento ciertamente pertenece al misterio del hombre». Juan Pablo II, Salvifici Doloris

Y sabemos que esto mismo nos da la alegría no sólo de corresponder al amor del Señor y de amar al prójimo en actitudes y comportamientos concretos, sino también es ocasión de un gran mérito porque así “acumulamos tesoros en el cielo” (Cf. Mt 6, 20) porque como dijo Jesús “lo que hicieron con uno de estos más pequeños mis hermanos conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Y esto nos lleva al siguiente punto.

-A la luz del misterio del Corazón de Cristo el misterio de la muerte se ilumina, puesto que al contemplar su amor, recordamos que a nivel terreno la muerte no es otra cosa sino la separación del alma y del cuerpo, situación que no estaba previsto en el principio al ser creado el hombre y que vino como consecuencia del pecado original, pero Jesús ha venido para que el hombre tenga vida y vida eterna, por las aguas del bautismo el alma ha renacido ya a la nueva vida en Cristo, pero aún falta que el cuerpo participe de esa vida divina, sabemos que eso ocurrirá en la resurrección al final de los tiempos cuando resucitemos como Cristo lo hizo. La fe en la resurrección ilumina el drama de la muerte, recordándonos que por un lado, este cuerpo terreno que habrá de corromperse luego de la muerte será enterrado como la semilla en la tierra, ello nos librará de las debilidades propias de la carne con las cuales hemos combatido durante tanto tiempo ganando toda suerte de méritos, de tal modo que un día recuperaremos nuestro cuerpo pero participante de la gloria de la nueva vida en Cristo Jesús, por lo tanto como dicen los textos de la Misa por los difuntos:

“…aunque la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa
de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en ti creemos, Señor,
no termina, se transforma;
y, al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo…”

El Corazón amoroso de Jesús, ardiente de un amor humano perfeccionado a nivel espiritual y sensible por la acción del Amor Divino al que está unido, es para nosotros símbolo de esperanza puesto que anhelamos llegar a gozar de esa misma armonía interior del que vive en gracia de Dios, realidad que continuará como bienaventurados en el cielo y que llegará a su plena manifestación al final de los tiempos en la Resurrección.

Sobre este último punto es oportuno también meditar, puesto que cuando hablamos de esperanza, estamos hablando de una realidad que ciertamente anhelamos alcanzar pero que ya podemos comenzar a gozar es decir, en la medida en que nosotros en lo cotidiano de la vida aprovechamos los medios ordinarios que la Iglesia nos ofrece para nuestra santificación, en esa medida comenzaremos a gozar o recuperaremos si hemos perdido esa armonía interior que vive el hombre que busca como Cristo hacer la voluntad del Padre ¿cuáles son esos medios?: la perseverancia en la vida comunitaria, el ejercicio de una vida virtuosa, particularmente las obras de misericordia con los más necesitados; una vida sacramental activa: particularmente la frecuencia en la Eucaristía y la Reconciliación; y la oración asidua, sea la oración individual vocal o silenciosa, o la oración comunitaria, la meditación de la Sagrada Escritura etc, todas estas realidades pueden y deben ser también profundizadas, nosotros nos hemos limitado de alguna manera al período concreto de la crisis y hemos dado de alguna manera algunas pautas para saber afrontar cuando llega, pues este es el primer paso, pero hay mucho por trabajar aún para hacer de ese período una oportunidad de crecimiento.

La espiritualidad del Corazón de Jesús nos ayudará en esto porque nos recuerda la centralidad del anuncio del amor de Dios al hombre frente a los peligros que debe enfrentar el ser humano en su camino hacia al cielo, en medio del drama del sufrimiento le concede la gracia de volver la mirada lo esencial de la misión de Cristo de la cual hemos sido hecho partícipes, la redención del género humano a través de los sufrimientos en Cruz. Reanima incluso en ese sentido la vida del cristiano por un lado, en cuanto discípulo que aprende del Maestro a amar hasta el extremo, motivándole a vivir con cada vez mayor profundidad su conversión, y por otro, en cuanto misionero, que busca colaborar con Él en su obra de amor. 

¿No vemos aquí también como se cumplen las promesas del Corazón de Jesús? nos da las gracias necesarias para afrontar estas situaciones, nos consuela en medio de la dificultad dándonos un sentido en medio del dolor, devolviéndonos así la paz, y quien en medio del dolor y la crisis sabe vivir en paz comunica la paz a su familia, el Corazón de Jesús es un verdadero refugio frente a la fragilidad de nuestra condición mortal protegiéndonos de la tibieza y el egoísmo, al aprovechar la dificultad para unirnos a Cristo en su obra de redención nos sentimos estimulados en nuestro camino de conversión anhelando vivir cada día más en santidad y dando pasos concretos para corresponder a la acción de la gracia de Dios en nuestra vidas, es más nos convertimos en verdaderos misioneros del Señor que buscan llevar los frutos de su redención a todos los hombres, en medio de la crisis, en medio del sufrimiento, en medio del dolor, incluso en medio de la enfermedad podemos ser verdaderos apóstoles de Jesús.

IMG: Detalle del Sagrado Corazón de Jesús en una pintura de Raúl Berzosa