La grandeza de lo pequeño

La comparación de un árbol que surge frondoso a partir de una rama o del que surge a partir de un grano mostaza nos recuerdan que en el desarrollo del Reino de los Cielos aquellas realidades que nos parecen sin importancia muchas veces son las que se desarrollaran en modo inimaginable, por pequeño que sea, nada hecho por amor al Señor resulta indiferente. Un solo santo hace un gran bien a la Iglesia universal, todo lo que cada uno de nosotros haga por corresponder con generosidad a la acción de la gracia de Dios en su vida, todo lo que hagamos por secundar la voluntad de Dios en nuestra historia, todo cuanto en nuestra historia personal sea transformado por la acción del Espíritu Santo, todo, por pequeño que sea, tendrá una gran repercusión en todo el cuerpo místico de Cristo que es su Iglesia.

Por eso, aunque a momentos parezca que son pocos los que se esmeran en asumir con seriedad su compromiso de una vida santa nunca hemos de desanimarnos, quizás de esos pocos dependa que muchos otros lleguen a conocer, amar y servir al Señor, recordemos la Iglesia comenzó con apenas unos pocos apóstoles y algunas mujeres que piadosamente siguieron a Jesús. Las grandes reformas en la historia de la Iglesia las han realizado unos pequeños hombres y mujeres que se decidieron vivir con radicalidad el Evangelio, pensemos en san Francisco, santo Domingo o santa Teresa, o quien podría negar la fuerza del testimonio de vida y las oración llena de lágrimas con las que una madre de familia como santa Mónica logró la conversión de san Agustín, cuyo legado continua a realizar una gran influencia en la vida y enseñanza de la Iglesia, y qué no podríamos decir de la más sencilla, la más humilde, la más generosa entre todas las mujeres, María santísima, que con su “sí” a la palabra del ángel, nos trajo al Salvador del mundo.

Esa disponibilidad a hacer la voluntad de Dios está a la base de la verdadera conversión del corazón que genera grandes cambios, comienza por un cambio de mentalidad, de pensar que somos poca cosa o que lo que hacemos cuenta poco, recuerda que vales mucho, que Cristo dio la vida por ti, tu precio es la Sangre de Cristo crucificado, el Hijo de Dios dio su vida por ti, de ahí que todo lo que haces para corresponder a su amor está llamado a dar mucho fruto. Si consideras esto no sólo cambiarás de mentalidad, sino también tu modo de obrar y de sentir comenzarán a ser diferentes y te transformarás en un verdadero discípulo misionero del Señor.

Recuerda que el Reino crece por la misión apostólica de ir por todo el mundo a anunciar el Evangelio, la conversión del corazón está a la base de la conversión pastoral, a todos nos inquieta que hayan tantos hermanos nuestros que vivan en la indiferencia, la tristeza o incluso la amargura de una vida que sólo tiene por horizonte cuestiones que se acaban con esta existencia terrena, una vida sin la firmeza de una Verdad que no cambia no obstante las modas de pensamiento que van y vienen, una vida sin un amor que se otorga sin condiciones ni restricciones que limitan la libertad del hombre, de ahí que nos sintamos llamados a compartir la Vida Plena que encontramos en Cristo Jesús, una vida con una esperanza alegre, una fe que no defrauda y un amor que libera al hombre de las ataduras del pecado y la muerte.

Esa semilla que crece como un árbol frondoso extiende sus ramas en todos los ambientes que en los que nos movemos, en lugar de trabajo, en la escuela, en el hogar, en el transporte colectivo, en la calle, en el polígono, etc. Cada acto de bondad que transmite un hombre que busca vivir según la Palabra de Dios colabora a la extensión de la obra de Cristo. No desestimes nunca lo que haces por amor al Señor y para gloria de su Nombre, ya que recuerda que el Reino de los Cielos no crece por nuestra por gran astucia o por nuestro poder, sino por la grandeza de nuestra generosidad, Dios no juzga como los hombres en meras apariencias externas, Dios ve el corazón, por ello vamos con confianza sabiendo que el Reino crece porque es la fuerza del Espíritu Santo que Cristo derramó en nuestros corazones, un sí generoso lo impulsa a desarrollarse para alabanza y gloria de Dios Padre.

“(La semilla del grano de mostaza) a pesar de su pequeñez, está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el terreno, de salir a la luz del sol y de crecer hasta llegar a ser «más alta que las demás hortalizas» (cf. Mc 4, 32): la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su potencia. Así es el reino de Dios: una realidad humanamente pequeña, compuesta por los pobres de corazón, por los que no confían sólo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios, por quienes no son importantes a los ojos del mundo; y, sin embargo, precisamente a través de ellos irrumpe la fuerza de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante.” (Benedicto XVI, Angelus 17 de junio de 2012)

Lecturas:

• Ez 17, 22-24. Yo exalto al árbol humilde.
• Sal 91. Es bueno darte gracias, Señor.
• 2Co 5, 6-10. En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor.
• Mc 4, 26-34. Es la semilla más pequeña, y se hace más alta que las demás hortalizas.

IMG: Vitral que presenta un la parábola de la semilla de mostaza en la catedral nacional episcopaliana en Washington.