*Intervención en el Congreso de Amor Fraterno de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón en la Basílica del Sagrado Corazón de Jesús en San Salvador
La última sección de la Exhortación Apostólica “Gaudete et Exultate” está dirigida específicamente a recordarnos que nuestro camino de santificación es todo un combate. El recurso a este ejemplo no es reciente, ciertamente ya san Pablo comparaba la vida cristiana a las competencias de los antiguos atletas y cómo estos se preparaban para dar lo mejor de sí en ellas, habla en el capítulo seis de la carta a los efesios de la armadura de la fe con la cual el cristiano se ha de revestir e incluso explícitamente en la primera carta a Timoteo dirá a su discípulo a la hora de exhortarle a huir el pecado y fomentar las virtudes “Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado y que tú profesaste noblemente delante de muchos testigos” (1 Tim 6, 12) . Este lenguaje no es para nada ajeno a la historia de la salvación, el mismo Pueblo de Israel al ser liberado de la esclavitud en Egipto es llamado a luchar contra siete naciones en los cuales los padres de la Iglesia miraban una figura de los siete pecados capitales con tal de conquistar la tierra prometida.
Así en la dinámica de la vida espiritual el combate en la práctica no es otra cosa sino nuestra colaboración en libertad a la gracia que Dios va derramando en nosotros y por la cual nos va uniendo y transformando hasta que lleguemos a ser semejantes a Él en Cristo Jesús, hasta que configuremos nuestro corazón con el Suyo de tal manera que lata en nosotros su amor en plena docilidad a la acción del Espíritu Santo.
Dicho esto, el Papa Francisco en este apartado menciona a los que clásicamente se han llamado “enemigos del alma”: el mundo, la carne y el demonio, y se detiene particularmente en el tercero que muchas veces hoy en día es negado. Asi pues, podríamos decir, participamos en tres combates:
- Combate contra el mundo: “que nos engaña, nos atonta y nos vuelve mediocres sin compromiso y sin gozo” (GE 159)
- Combate contra la carne: “la propia fragilidad y las propias inclinaciones (cada uno tiene la suya: la pereza, la lujuria, la envidia, los celos, y demás)” (GE 159)
- Combate contra el demonio: nos recordará el Santo Padre que no debemos simplificar demasiado la figura del mal en termino generales, existe el maligno “un ser personal que nos acosa” (GE 160), “Él no necesita poseernos. Nos envenena con el odio, con la tristeza, con la envidia, con los vicios. Y así, mientras nosotros bajamos la guardia, él aprovecha para destruir” (GE 161) santo Tomás decía que el oficio principal del demonio es “Tentar” con la intención de dañar (cf. STh I q.114 a. 2)
El P. Royo Marín nos enseña que: “No hay una norma fija o clara señal para distinguir cuando la tentación procede del demonio o de otras causas (como la propia concupiscencia). Sin embargo, cuando la tentación es repentina, violenta y tenaz; cuando no se ha puesto ninguna causa próxima ni remota que pueda producirla; cuando pone profunda turbación en el alma o sugiere el deseo de cosas maravillosas o espectaculares, o incita a desconfiar en un religioso de los superiores o a no comunicar nada de cuanto ocurre al director espiritual, bien puede verse en todo, una intervención más o menos directa del demonio.” (Teología de la perfección cristiana, p. 302)
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Conducta práctica ante las tentaciones
(Teología de la Perfección Cristiana – p. 305-308).
Pero precisemos un poco más de lo que el alma debe hacer antes de la tentación, durante ella y después de ella. Esto acabará de completar la doctrina teórica y el adiestramiento práctico del alma en su lucha contra el enemigo infernal.
- Antes de la tentación- la estrategia fundamental para prevenir las tentaciones las sugirió N. S. Jesucristo a los discípulos de Getsemaní en la noche de la cena “Velen y oren para no caer en la tentación” (Mt 26, 41). Se impone la vigilancia y la oración.
- Vigilancia. – El demonio no renuncia a la posesión de nuestra alma. Si a veces parece que nos deja en paz y no nos tienta, es tan sólo para volver al asalto en el momento menos pensado. En las épocas de calma y sosiego hemos de estar convencidos de que volverá la guerra acaso con mayor intensidad que antes. Es preciso vigilar alerta para no dejarnos sorprender.
Esta vigilancia se ha de manifestar en la huida de todas las ocasiones más o menos peligrosas, en la previsión de asaltos inesperados, en el dominio de nosotros mismos, particularmente del sentido de la vista y de la imaginación; el examen preventivo, en la frecuente renovación del propósito firme de nunca más pecar, en combatir la ociosidad, madre de todos los vicios, y en otras ocasiones semejantes. Estamos en estado de guerra con el demonio y no podemos abandonar nuestro puesto de guardia y centinela, si no queremos que se apodere por sorpresa, en el momento menos pensado, de la fortaleza de nuestra alma.
- Oración. – Pero no basta nuestra vigilancia y nuestros esfuerzos. La permanencia en el estado de gracia, y, por consiguiente, el triunfo contra la tentación requiere una gracia eficaz de Dios, que sólo puede obtenerse por vía de oración. La vigilancia más exquisita y el esfuerzo más tenaz resultarían del todo ineficaces sin la ayuda de la gracia de Dios. Con ella, en cambio, el triunfo es infalible. Esa gracia eficaz escapa al mérito de justicia y a nadie se le debe estrictamente, ni siquiera a los mayores santos. Pero Dios ha empeñado su palabra, y nos la concederá infaliblemente si se la pedimos con la oración revestida de las debidas condiciones: Ello pone de manifiesto la importancia excepcional de la oración de súplica. Con razón decía san Alfonso María de Ligorio, refiriéndose a la necesidad absoluta de esta gracia. “El que ora se salva y el que no ora se condena”. Ya para decidir ante la duda de un alma si había sucumbido a la tentación solía preguntarle simplemente “Hiciste oración pidiéndole a Dios la gracia de no caer”. Por eso Cristo nos enseñó en el Padre Nuestro a pedirle a Dios que “no nos dejes caer en tentación”. Y es muy bueno y razonable que en esta oración preventiva invoquemos también a María, nuestra buena Madre, que aplastó con sus plantas virginales la cabeza de la serpiente infernal, y a nuestro ángel de la guarda, uno de los cuyos principales oficios es precisamente el de defendernos contra los asaltos del enemigo infernal.
- Durante la tentación. – La conducta práctica durante la tentación puede resumirse en una solo palabra: resistir. No basta tener una actitud meramente pasiva (ni consentir ni dejar de consentir), sino que es menester una resistencia positiva. Pero esta resistencia positiva puede ser directa o indirecta.
- RESISTENCIA DIRECTA es la que se enfrenta con la tentación misma y la supera haciendo precisamente lo contrario de lo que ella sugiere. Por ejemplo: empezar a hablar bien de una persona cuando nos sentíamos tentados a criticarla, dar una limosna espléndida cuando la tacañería trataba de cerrarnos la mano para una limosna corriente, prolongar la oración cuando el enemigo nos sugería acortarla o suprimirla, hacer un acto de pública manifestación de fe cuando el respeto humano trataba de atemorizarnos, etc. Esta resistencia directa conviene emplearla en toda clase de tentaciones, a excepción de las que se refieren a la fe o a la pureza, como vamos a decir en seguida.
- RESISTENCIA INDIRECTA es la que no se enfrenta con la tentación, sino que se aparta de ella distribuyendo la mente a otro objeto completamente distinto. Está particularmente indicada en las tentaciones contra la fe o la castidad, en las que no conviene la lucha directa, que quizá aumentaría la tentación por lo peligroso o resbaladizo de la materia. Lo mejor en estos casos es practicar rápida y enérgicamente, pero también con gran serenidad y calma, un ejercicio mental que absorba nuestras facultades internas, sobre todo la memoria y la imaginación, y las aparte indirectamente, con suavidad y sin esfuerzo, del objeto de la tentación. Por ejemplo: recorrer mentalmente la lista de nuestras amistades en tal población…el título de los libros que hemos leído sobre tal o cual asunto, los quince mejores monumentos que conocemos, etc. Son variadísimos los procedimientos que podemos emplear para esta clase de resistencia indirecta, que da en la práctica positivos y excelentes resultados, sobre todo si se la practica en el momento mismo de comenzar la tentación y antes de permitir que eche raíces en el alma.
A veces la tentación no desaparece en seguida de haberla rechazado, y el demonio vuelve a la carga una y otra vez con incansable tenacidad y pertinacia. No hay que desanimarse por ello. Esa insistencia diabólica es la mejor prueba de que el alma no ha sucumbido a la tentación. Repita su repulsa una y mil veces si es preciso con gran serenidad y paz, evitando cuidadosamente el nerviosismo y la turbación. Cada nuevo asalto rechazado es un nuevo mérito contraído ante Dios y un nuevo fortalecimiento del alma. Lejos de enflaquecerse el alma con esos asaltos continuamente rechazados, adquiere nuevas fuerzas y energía. El demonio, viendo su pérdida, acabará por dejarnos en paz, sobre todo si advierte que ni siquiera logra turbar la paz de nuestro espíritu, que acaso era la única finalidad intentada por él con esos reiterados asaltos.
Conviene siempre, sobre todo si se trata de tentaciones muy tenaces y repetidas manifestar lo que nos pasa al director espiritual. El Señor suele recompensar con nuevos y poderosos auxilios ese acto de humildad y sencillez, del que trata de apartarnos el demonio. Por eso hemos de tener la valentía y el coraje de manifestarlo sin rodeos, sobre todo cuando nos sintamos fuertemente inclinados a callarlo. No olvidemos que, como enseñan los maestros de la vida espiritual, tentación declarada está ya medio vencida.
- Después de la tentación. – Ha podido ocurrir únicamente una de estas tres cosas: que hayamos vencido, o sucumbido, o tengamos duda e incertidumbre sobre ello.
- SI HEMOS VENCIDO y estamos seguros de ello, ha sido únicamente por la ayuda eficaz de la gracia de Dios. Se impone, pues, un acto de agradecimiento sencillo y breve, acompañado de una nueva petición del auxilio divino para otras ocasiones. Todo puede reducirse a esta o parecida invocación “Gracias, Señor, te lo debo todo a ti, sígueme ayudando en todas las ocasiones peligrosas y ten piedad de mí”.
- SI HEMOS CAÍDO y no nos cabe la menor duda de ello, no nos desanimemos jamás. Acordémonos de la infinita misericordia de Dios y del recibimiento que hizo al hijo pródigo, y arrojémonos llenos de humildad y arrepentimiento en sus brazos de Padre, pidiéndole entrañablemente perdón y prometiendo con su ayuda nunca más volver a pecar. Si la caída hubiera sido grave, no nos contentemos con el simple acto de contrición; acudamos cuanto antes al tribunal de la penitencia y tomemos ocasión de nuestra triste experiencia para redoblar nuestra vigilancia e intensificar nuestro fervor con el fin de que nunca se vuelva a repetir.
- SI QUEDAMOS CON DUDA sobre si hemos o no consentido, no nos examinemos minuciosamente y con angustia, porque tamaña imprudencia provocaría otra vez la tentación y aumentaría el peligro. Dejemos pasar un cierto tiempo, y cuando estemos del todo tranquilos, el testimonio de la propia conciencia nos dirá con suficiente claridad si hemos caído o no. En todo caso conviene hacer un acto de perfecta contrición y manifestar al confesor, llegada su hora, lo ocurrido en la forma que esté en nuestra conciencia, o mejor aún, en la presencia misma de Dios.
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Posteriormente el Romano Pontífice nos recuerda que en lo ordinario del buen combate de la fe la vida de la gracia nos da ciertas armas para combatir:
“la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero” (GE 162)
La actitud en el combate es la del que avanza, poco a poco se va ganando terreno siempre en aras a ser mejor, siempre tender a lo más, es el famoso magis ignaciano, por ello dirá el Papa que “En este camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal.” (GE 163).
En este punto hemos de estar atentos, usando el lenguaje del Evangelio, hemos de vigilar, ya que el hecho de no descubrirse en caídas graves no significa que se haya triunfado, es más hay que estar alertas a la trampa de la tibieza, ya que poco a poco llevará de la comodidad al sueño y del sueño a la corrupción espiritual de aquel que se deja engañar por el mal bajo apariencia de bien. “La corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad, ya que «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14)” (GE 165)
Para combatir y vigilar es necesario discernir, que no sólo es razonamiento, sino que es un don del Señor que hay que clamar al Espíritu Santo y colaborar con Él a través de la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo (Cf. GE 166) El momento histórico que vivimos lo exige ante la oferta exagerada de información, el afán de novedades vanas, la relativización de la verdad y su extremo opuesto la rigidez del que no quiere cambiar.
Aunque el discernimiento se ejercita ciertamente ante decisiones que tienen un impacto grandísimo en la vida como la elección de un estado de vida o en medio de una crisis, no se debe limitar a esto, debemos hacerlo siempre, nada es indiferente para el alma en su ascensión a las cumbres de la santidad, y si este es nuestro empeño requieren de un modo especial atención los detalles, ya que el discernimiento “Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer. Muchas veces esto se juega en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano. Se trata de no tener límites para lo grande, para lo mejor y más bello, pero al mismo tiempo concentrados en lo pequeño, en la entrega de hoy” (GE 169)
Va más allá de valorar si algo es bueno o malo, o de sí es pecado o no, que nos podría hacer caer en una especie de legalismo, es claro que es necesario aquello, pero hemos de transcenderlo “No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción de hacer algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia tranquila. Está en juego el sentido de mi vida ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie conoce mejor que él.” (GE 170)
“El discernimiento como peregrinaje es una invitación constante a ver hacia adelante, a tender hacia aquello que tiene valor permanente respecto a aquello que es una conquista secundaria y transitoria. Es ir hacia la meta última, hacia Dios que quiere donarse en plenitud; es alargar continuamente el propio horizonte sobre el horizonte de Dios. Ver, más que al propio presente o pasado, al futuro que Dios quiere hacer. En este peregrinaje, Dios se hace peregrino con el hombre. Dios es aquel que acompaña siempre a su Pueblo: “El Señor lo guio solo, no había ningún dios extranjero” (Dt 31, 12). Dios es el gran educador de su pueblo. Fiándose de Él, todo obstáculo, incluso el más grande, puede ser superado, porque Dios es más grande que cualquier dificultad. En esto, nuestro camino de fe es continuidad con aquella de Abraham, el cual “pensaba que Dios es capaz de resucitar a los muertos” (Hb 11, 19). La imagen del peregrinaje es un retomar aquella del combate espiritual (Hb 6, 12). No se puede peregrinar hacia Dios si no entrando en el misterio de la salvación, en el combate y en la victoria del Señor Jesús. El combate del Crucificado, la victoria a precio de su sangre es para nosotros fuente de vida. Nuestras luchas, nuestras dificultades, han sido ya superadas por el Señor resucitado. A nosotros nos toca la tarea de discernir, en la fatiga del camino, la gloria de la cima.” (Angela Tagliafico, Conferencia “Discernimiento espiritual y discernimiento de espíritus”, Collegio Mater Ecclesiae, 14 de marzo de 2015)
Para ello es imprescindible el silencio orante, un silencio que parte de lo exterior para llegar al verdadero silencio interior que nos permite escuchar la voz del Señor “Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas” (GE 172) hay que saber acallar sobre todo las voces de la autosuficiencia, de la autojustificación y de la autovictimización, presentarme ante Dios tal y como soy, y confrontarme con su Palabra que la Iglesia me comunica a través del Evangelio y de la luz que me ofrece sobre Él al hoy de nuestros días a través del Magisterio.
“Pero ¿cuál es la clave de lectura de la Palabra de Dios que nos ayuda a descubrir los criterios para el discernimiento espiritual? Donde encontramos las recomendaciones de una tendencia, de una virtud o de una actitud Cristo, también hay un criterio de lo que debe tener para nosotros un significado positivo en el discernimiento espiritual, mientras lo contrario debe tener un significado negativo. En esto discernimos el Espíritu de Cristo que es el objeto fundamental de todo discernimiento espiritual.
Aquello que Él recomienda es del espíritu bueno, corresponde a su voluntad; aquello que el reprocha o condena, no es según su voluntad, no es propio del espíritu bueno. Esa es la clave para encontrar criterios de discernimiento en la Palabra divina; o al menos criterio general para iluminar nuestra mente con la luz divina de su voluntad en general.
La aplicación en los diferentes casos deberá basarse en estas claves, y también en aquellas aplicables según las circunstancias y con las gracias recibidas determinadas en el sujeto concreto, según el plan de Dios sobre él, según su vocación.” (Angela Tagliafico)
A esto hemos de aunar que también otros criterios de discernimiento son la comunión con la Iglesia, la edificación de la comunidad cristiana y la caridad fraterna, ya que son elementos muy importantes a la hora de realizar un adecuado discernimiento espiritual, pues es el mismo Espíritu que anima y conduce la vida de la Iglesia Universal es el que anima y conduce a cada cristiano.
Discernir requiere aprender a educarnos en “la paciencia de Dios y sus tiempos” es oportuno abrirnos al modo en que el nos lleva y confiar en medio de la turbulencias de las olas del mar de este mundo que es Él quien lleva la barca y la llevará a puerto en su momento “Él no hace caer fuego sobre los infieles (cf. Lc 9,54), ni permite a los celosos «arrancar la cizaña» que crece junto al trigo (cf. Mt 13,29). También se requiere generosidad, porque «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20,35). No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo.” (GE 174).
El verdadero discernimiento lleva a adquirir el mismo modo de pensar y sentir de Cristo, nos hacemos uno con Él de tal modo que comprendemos la dinámica de una vida que es donación, que darse, que entregarse, esto es propio de la espiritualidad del Sagrado Corazón que no busca otra cosa sino entrar en la voluntad del Padre, que nuestro corazón lata al ritmo del Corazón de Jesús en el amor del Espíritu Santo. Aprendemos a combatir para expulsar de nuestro interior aquello que contamina el amor que Jesús ha hecho nacer en nuestros corazones; aprendemos a vigilar para no dejarnos seducir por los engaños de los enemigos del alma que buscar apartar nuestro corazón del Amor del Corazón de Cristo; aprendemos a discernir para descubrir los caminos por los cuales Dios quiere ensanchar nuestro corazón en el Corazón de Cristo para amar como el alma, incluso al punto de dar la propia vida, avanzar en la santidad podríamos decir es también aprender a amar hasta el extremo y ello supone pasar por la Cruz.
Combate, Vigilancia y Discernimiento son tres palabras claves con las que el Papa Francisco cierra su Exhortación, y es que para mantener el auténtico gozo que es fruto del Espíritu Santo es preciso estar atentos, examinando toda la realidad ya que nada es indiferente para el alma con tal de salir triunfadores en la conquista de la tierra prometida que se nos dará por la acción de la gracia de Dios que ha brotado del costado abierto del Redentor.