Hace casi cien años, un joven de Turín, ciudad donde vivió don Bosco, daba de qué hablar, era un muchacho que venía de un familia acomodada de la ciudad, propietarios de uno de los periódicos más importantes del lugar, su nombre: Pier Giorgio Frassati. Inquieto, alegre, valeroso como cualquier joven era un estudiante universitario de ingeniería en Minería en el Politécnico de Turín, su sueño, trabajar en las minas junto a tantos obreros pobres, sí, se trataba de un muchacho que como muchos buscaba alcanzar grandes ideales. Pertenecía a la Acción Católica Italiana y era terciario dominico, diríamos hoy un joven involucrado en la pastoral de la Iglesia. Solía ir a la montaña con sus amigos a escalar los Alpes, le encantaba pasar tiempo con ellos y estar en aquellas alturas, de hecho, solía repetir una frase “Verso l’alto” (Hacia las alturas), pues la tranquilidad y la hermosura del paisaje le maravillaban.
Su familia como muchas sufría problemas, hacia 1924 sus padres vivían en constante conflicto, estaban a punto de separarse, su madre muchas veces no lo comprendía en sus aspiraciones y su padre esperaba que fuera su sucesor en la empresa, no obstante el ambiente tenso, él, siempre buscaba de contentarles y alegrarles, su consuelo eran su abuela y su hermana con quienes compartía alegremente la vida. Sin embargo justo alrededor de esa época su abuela enfermó gravemente y su familia, como cualquiera, se volcó en atenciones hacia ella, nadie se percató que él también estaba comenzando a enfermar, se iba poniendo pálido y adelgazaba pero él decía que era a causa del estudio, sin embargo en espacio de pocos días fue empeorando, nunca se quejó, nadie se dio cuenta que estaba en las últimas, cayó tres veces por tierra débil dirigiéndose hacia el cuarto de la anciana abuela para acompañarle, hasta que finalmente él mismo quedó en cama, nadie lo visitó durante todo un día, a pesar de estar en la misma casa, y cuando finalmente su abuela murió, su madre le reprochó el que no les ayudase al funeral diciéndole “parece imposible, cuando eres necesario siempre haces falta”.
Mientras su familia estaba en el entierro de la abuela, les llegó la noticia, Pier Giorgio estaba gravísimo, paralizado, tenía poliomielitis aguda y a pesar de que la familia movilizó los médicos más famosos no se podía hacer nada, sus últimos encargos a su hermana fueron que llevara unas vacunas a unos pobres y que dijera a los jóvenes de un voluntariado donde colaboraba que buscaran un sustituto. Así tres días después de su abuela, con 24 años de edad, falleció.
Quizás una de las realidades que más inquietan, que más perturban, que más acongojan el corazón del ser humano es justo la que encontramos en el evangelio de este domingo: la muerte. En estos tiempos de pandemia que vivimos ha sido como el fantasma que merodea a diestra y siniestra, sea que alguno muera a causa de la enfermedad, sea que uno muera por otras causas, la vulnerabilidad que ha puesto de manifiesto el virus nos recuerda que somos seres finitos y limitados, más aún, las condiciones poco comunes en que son enterrados los que mueren a causa del Covid19 o la poca afluencia permitida en los funerales de los que mueren por otras causas revelan el profundo horror a la soledad que experimenta el ser humano.
La muerte de hecho es vista como tristeza, soledad y abandono hasta el punto de que muchos la viven con horror. Las lágrimas, los gemidos y suspiros de los que quedan en esta tierra, tan normales en todo luto, nos dicen también que esta realidad será siempre un hecho de que hay alguien que hace falta, algo que debía estar ahí, ya no lo está, y con razón se dice popularmente, “hemos perdido a fulano”.
Y si este es el drama que se vive ante la muerte física, ¿qué no podríamos decir de aquella que se ha llamado “muerte espiritual”? y es que lo más semejante a la realidad del alma privada de la gracia y amistad de Dios por el pecado mortal es justamente la muerte. Ese es el estado de aquel que se aparta del amor de Dios y de su Iglesia, es el hombre que se aísla en el mal, aunque a veces parece que está rodeado de amigos si estos lo llevan al mal no merecen tal apelativo, son semejantes a los demonios que no colaboran los unos con los otros para hacer el bien sino para ser cómplices del caos, de la destrucción y de la muerte de un hombre.
Cuan triste es aquel que no sólo entra en esa fatal realidad, sino que empedernido en ella no busca salir de su situación, antes bien se gloría vanamente de tal realidad y corrompe su corazón. Más aún, si éste muriese en tal situación, sin arrepentirse, rechazando la misericordia de Dios, sabemos que se haría participe de la condenación eterna, en la soledad, tormento y desolación del infierno de aquel que se ha privado del amor. Esta es la verdadera muerte que debería aborrecer el hombre, de esta debería realmente sentir horror, los que se encuentran en este estado son los que con mayor razón merecen compasión.
Ante esta realidad, la Sagrada Escritura se nos presenta hoy como una luz de la verdad que viene a disipar las tinieblas del pecado y de la muerte. El libro de la sabiduría nos recuerda que Dios no creó el hombre para que muriese, este mal entró por envidia del enemigo en el mundo, del homicida por excelencia, que sedujo a la humanidad al pecado. Dios es Dios de vivos, todo lo creó bueno, lo creó para la dicha, para la felicidad eterna, todo lo hizo para que irradiara su gloria. Por eso, en su infinita misericordia, viendo al hombre en tal condición de miseria a causa del pecado envió a su Hijo Único, nuestro Señor Jesucristo, quien en el Evangelio de hoy se nos presenta como vencedor del reino de la muerte, son los tiempos mesiánicos, los tiempos de salvación, Jesús, es la solución de Dios ante el drama de lo que el pecado vino a degenerar. Y ¿cómo vencería la muerte? A través del misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Los milagros que atestiguamos hoy nos recuerdan que Jesús vence, que Jesús reina y que Jesús impera, el mal no tiene la última palabra, es Él quien nos lleva de nuevo a la vida, y por las aguas del Bautismo, a la vida eterna. Un día nuestro cuerpo participará de esta gracia de un modo especial en la resurrección al final de los tiempos, pero nuestra alma ha comenzado ya a gozar de esa vida nueva. Jesús nos hace crecer en ella a través de los sacramentos, de los cuales tiene una especial fuerza de conservación y crecimiento la santísima Eucaristía, y si a causa de la debilidad hubiésemos perdido la vida de la gracia cayendo en el pecado mortal, nos ofrece el sacramento de la Reconciliación para restaurarla y fortalecernos para evitar futuros tropiezos.
Un rol fundamental en este campo lo juega la vida de oración, así como aquella mujer afligida por la hemorragia se acercó al Señor para ser sanada, así nosotros también hemos de volvernos a Él para que, sanados y purificados de los pecados veniales y malas inclinaciones, y, fortalecidos por la vida de la fe, evitemos caer en aquello que podría llevarnos a la muerte del alma, por algo nos enseñó a clamar al Padre eterno “no nos dejes caer en la Tentación”. Recordemos que los primeros cristianos rezaban el Padre Nuestro todos los días, tres veces al día. En el combate espiritual a veces puede que tropecemos, otras podremos caer, lo importante es volvernos a la misericordia de Dios buscando renovar nuestro buen propósito una y mil veces, como decía el Papa Francisco “Dios no se cansa de perdonar”.
La palabra de hoy es una palabra de esperanza, la muerte aunque lleve una nota de tristeza no es el final de nuestra historia, nuestra vocación a la santidad no es otra cosa que una llamada a la vida dichosa en la comunión con Dios y su Iglesia, al gozo imperecedero del cielo, a la dulce y esplendorosa visión de la contemplación de Dios en su gloria, esta felicidad que no pasará la podemos comenzar a vivir ya en esta tierra siempre que entramos en su voluntad, y aunque llegará a su plenitud cuando entremos en la eternidad, podemos descubrir desde ya en una vida según el Corazón de Jesús la paz interior que nadie arrebatará. Y es que una vida vivida en el amor de Cristo en esta tierra se transformará en una eternidad feliz en el cielo.
Al poco tiempo de la muerte de Pier Giorgio, comenzaron a llegar numerosos desconocidos a su casa, su madre incluso llegó a dar la orden a los empleados que no dejaran pasar a nadie, ellos comenzaron a identificarse como amigos de Pier Giorgio, entonces les dejaron pasar, llegaban llenos de lágrimas y con el rostro triste, se arrodillaban frente a su cama.
Cuando sacaron finalmente el ataúd con su cuerpo para llevarlo al cementerio gente de todos los lugares de la ciudad salieron al encuentro, en su mayoría gente muy pobre, marginados, desempleados, personas que había estado en prisión, todos se decían amigos del muchacho y se dolían por su muerte, fue entonces que se conoció quién era él verdaderamente, llevaba una vida oculta a muchos, solía visitar los barrios más pobres de Turín, con el dinero que llegaba a sus manos buscaba ayudar a todos, sus amigos dicen que nunca tenía dinero para sí por eso mismo, ellos también refieren como rezaba el rosario todos los días y frecuentaba la Misa diaria, si había viaje a la montaña no salía sin haber ido primero a ella. De este modo aquel muchacho, en la hora de su muerte dio testimonio de una vida bien vivida en Cristo Jesús, en lo ordinario del día a día de un joven de veinte años.
El vivió una vida plena que llegaría a ser fuente de muchas bendiciones para tantos hombres y mujeres que le conocieron, y tantos otros que animados por su buen ejemplo buscarían vivir en santidad, en la hora de su muerte fue se entendió a que se refería su frase “hacia la alturas” y es que era un hombre que tenía puesto la mirada en el cielo, con razón fue beatificado por san Juan Pablo II el 20 de mayo de 1990.
La muerte ciertamente es una realidad que siempre será un tanto difícil, pero, aunque para algunos se convierta en una tragedia devastadora que hunde en el abismo de la confusión, para aquellos que creen y viven en la victoria del Resucitado será el coronamiento de una existencia terrena que prepara la gloria futura, porque el cristiano no muere, sino que termina de nacer.
IMG: Fotografía del funeral de Pier Giorgio Frassati
Lecturas:
• Sb 1, 13-15; Sb 2, 23-24. Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo.
• Sal 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
• 2Co 8, 7.9.13-15. Vuestra abundancia remedia la carencia de los hermanos pobres.
• Mc 5, 21-43. Contigo hablo, niña, levántate.