Caminos de Misión

Por todos lados la Sagrada Liturgia en este domingo nos grita una palabra, nos hace énfasis en un elemento esencial de la Iglesia, nos recuerda algo propio de nuestra identidad de cristianos: la misión. Todo hombre que ha vivido un encuentro personal con Cristo y ha sido incorporado a la santa Iglesia de Dios experimenta por la fuerza del amor que ha tocado su historia un impulso a querer comunicar a otros esa vida plena que ha encontrado. El bautizado siendo fiel a su llamado a una vida santa para mayor gloria de Dios descubre en su interior ese deseo de compartir con otros aquello que ha visto y oído, anhela transmitir a otros la Buena Nueva de la salvación y quiere llevarlos a vivir en aquella comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo de la cual brota como un río de agua viva la felicidad y el gozo que él mismo ha comenzado ha comenzado a gustar.

Hoy en día el Santo Padre, nos está recordando que todo en la vida de la Iglesia, desde las estructuras visibles más amplias hasta las relaciones entre cada uno de sus miembros debe estar animado por este sentir misionero. Y es que si hemos hecho experiencia del amor de Cristo no podemos ser indiferentes.

Al contemplar la realidad en la que nos movemos y ver como tantos andan por el mundo sin una esperanza yendo por ahí simplemente “pasándola”, sumidos en la tristeza de una existencia rutinaria sin sentido, a veces con un horizonte tan corto como lo es el próximo placer efímero que se encuentra o incluso imbuidos en círculos de violencia, discordia y amargura donde lo único que importa es dominar y sobrevivir, nos deberíamos sentir interpelados a anunciar la plenitud de vida que se encuentra en Cristo Jesús, quizás nosotros mismos hemos andado así, hemos hecho experiencia del sin sabor de una vida en la que Dios no está presente y sabemos el vacío que se lleva por dentro, y como se clama una mano amiga, una mirada compasiva o una palabra de consuelo.

Es justo esta la acción del misionero, él es la presencia de alguien que escucha, atiende y se interesa desde la lógica de la acogida antes que la del juicio, desde la lógica de la misericordia antes que la de la condena, desde la lógica del amor de Dios antes que la del ladrón y mercenario.

El misionero busca imitar de tal modo a Cristo que él mismo se convierte en el reflejo de su amor por todos los hombres y anima al otro no como quien está en un pedestal, sino que se abaja hasta la realidad del otro para ayudarle a levantarse. El misionero busca comunicar la misericordia de Dios animando al hermano a la conversión de vida llevándole a descubrir la maravilla de la libertad y gozo que hay en una vida según los criterios del Evangelio, de modo especial a través del testimonio de la propia vida, sabiendo actuar con la paciencia y serenidad del que respeta los procesos graduales de crecimiento de todo ser humano.

El llamado a la misión es propio de la dinámica apostólica de la Iglesia, como aquellos primeros enviados que vemos en el Evangelio también hoy todos estamos llamados a anunciar a Jesús, a veces la experiencia de la propia limitación y de nuestras debilidades nos hacen sentir incapaces de colaborar con nuestra Madre la Iglesia en esto, pero recordemos ¿cuál era el perfil de estos primeros enviados? Unos eran unos pobres pescadores como Pedro, otros tenían un historial que les jugaba en contra como el publicano que había sido Mateo, otro un joven impetuoso que al rechazo que unos tuvieron de Jesús le pidió permiso para hacer bajar fuego del cielo para que los consumiese como Juan, otros incluso dudaron de Él en su resurrección como Tomás, sin embargo, por la fuerza del Espíritu Santo, aquellos hombres fueron transformados y llevaron el Evangelio por todo el mundo llevando a tantos otros hombres y mujeres al conocimiento de la verdad y del amor de Dios en Jesucristo. No hemos de temer a la misión, su éxito es obra del Señor, a nosotros lo que nos toca es colaborar con Él siendo dóciles a su voz que nos llama y nos envía, a algunos les hará sembrar, a otros regar, a otros vigilar y a otros cosechar, quizás no veremos nosotros los frutos de lo que hagamos, pero nuestra alegría estará en haber podido colaborar en la viña del Señor.

Por tanto, lancémonos también nosotros a ser verdaderos discípulos misioneros, que transmitan la fuerza del amor incondicional de Dios que renueva todo lo que toca, y hagámoslo en eso ordinario del día a día, si alguien esta solo, seamos en Cristo su compañía y seamos para él familia de Dios; si alguien esta triste, llevémosle una Palabra de Vida que le sirva de consuelo; si alguien se siente herido llevémosle nosotros el bálsamo del amor que no traiciona; si alguien se siente perdido y confundido  llevémosle a Aquel que se nos reveló como el Camino, la Verdad y la Vida.

• Am 7, 12-15. Ve, profetiza a mi pueblo.

• Sal 84. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.

• Ef 1, 3-14. Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo.

• Mc 6, 7-13. Los fue enviando.

IMG: Fotografía de Cathopic