Camino del Éxodo XV

Vieron a Moisés la piel de la cara y no se atrevieron a acercarse a él

Lectura del libro del Exodo (Ex 34, 29-35)

Cuando Moisés bajó de la montaña del Sinaí con las dos tablas del Testimonio en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, por haber hablado con el Señor. Aarón y todos los hijos de Israel vieron a Moisés con la piel de la cara radiante y no se atrevieron a acercarse a él. Pero Moisés los llamó. Aarón y los jefes de la comunidad se acercaron a él, y Moisés habló con ellos. Después se acercaron todos los hijos de Israel, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en la montaña del Sinaí. Cuando terminó de hablar con ellos, se cubrió la cara con un velo.

Siempre que Moisés entraba ante el Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Al salir, comunicaba a los hijos de Israel lo que se le había mandado. Ellos veían la piel de la cara de Moisés radiante, y Moisés se cubría de nuevo la cara con el velo, hasta que volvía a hablar con Dios.

Meditación

El resplandor de Moisés al salir de la presencia del Señor evoca ciertamente como aquel que se llega Él no queda igual, si los diálogos de Moisés que estaba con Él cara a cara como quien está con un amigo nos recuerdan lo que es la oración, el resplandor de su rosotro nos recuerda que de su presencia no podemos salir iguales, hemos de resplandecer como Moisés.

Más aún, una vida activa de oración que se traduce en actitudes y comportamientos concretos para el bautizado es un vivir concretamente su vocación de hijo del Padre ¿quién es el que resplandece sino Cristo en el Tabor? El Hijo Único de Dios, aquel que es luz de luz, y que como diría san Juan nos ha hecho “hijos de la luz” no sólo resplandecía sino que literalmente viene descrito como el “hermoso”. El entrar en la voluntad del Padre la cual se conoce y se gusta por la oración y se traduce en obras de amor nos lleva a irradiar su gloria en este mundo, de ahí que nuestra alma es hermoseada, todavía un poco más, la gloria de Dios no nos viene como algo externo sino como algo que brota de nuestro ser, ya que por la gracia gozamos de su misma vida divina, somos partícipes de su Gloria y de su belleza divina.

Nosotros como Moisés también nos podemos gozar en la contemplación del Señor de un modo especial en la oración, disfrutando de su Presencia santa. La coherencia de vida brota de ahí como de su fuente, y a ella tiende como a su fin. Ya que una vida vivida en la voluntad de Dios sólo puede vivirse si el corazón es purificado de los afectos desordenados y rectificada sus intenciones se arroja a Él como su todo, es entonces que se vive aquel versículo del Sermón de la Montaña en el que Jesús nos enseñó: “Bienaventurados los puros de corazón porque ellos verán a Dios”.

“Hermosa es toda alma contemplada en la justa proporción de sus propias virtudes, pero la belleza verdadera y la más amable, contemplable sólo por el que ha purificado su mente, se encuentra en la naturaleza divina y bienaventurada. El que mira fijamente su esplendor y su gracia, recibe de ella, como si se tratara de una tintura que le colorea el rostro con un brillante esplendor. Por eso también el rostro de Moisés se volvió radiante, haciéndose partícipe de aquella belleza al tratar con Dios. Así el que es consciente de su propia virtud, pronuncia estas agradecidas palabras: Señor, por tu voluntad diste vigor a mi belleza (Sal 30, 7)” San Basilio de Cesarea, Homilías sobre los Salmos 19, 5

Que el Señor nos conceda la gracia en este día de disponer nuestros corazones a la oración de modo que al encontrarnos cara a cara con Él en ella podamos vivir como una alabanza de su gloria.

IMG: Detalle del Moisés de Miguel Ángel