«Ahora, en cambio, la justicia de Dios, atestiguada por la Ley y los Profetas, se ha manifestado con independencia de la Ley: justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no hay distinción, ya que todos han pecado y están privados de la gloria de Dios y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que está en Cristo Jesús. A él lo ha puesto Dios como propiciatorio en su sangre —mediante la fe— para mostrar su justicia tolerando los pecados precedentes, en el tiempo de la paciencia de Dios, con el fin de mostrar su justicia en el tiempo presente, y así ser Él justo y justificar al que vive de la fe en Jesús. Entonces, ¿en qué se fundamenta la jactancia? Ha quedado excluida. ¿Y por qué ley?, ¿la de las obras? No: por la ley de la fe. Afirmamos, por tanto, que el hombre es justificado por la fe con independencia de las obras de la Ley. ¿Acaso Dios lo es sólo de los judíos? ¿No lo es también de los gentiles? Sí, también de los gentiles. Porque un solo Dios es el mismo que justificará la circuncisión a partir de la fe y la falta de circuncisión mediante la fe.» (Rm 3, 21-30)
Llegamos al núcleo central de la carta a nivel doctrinal, san Pablo deja claro que el hombre es justificado por su fe en Cristo y no por la ley. En los apartados anteriores ha querido precisar como todos los hombres necesitan ser justificados por Cristo, sea que perteneciesen al antiguo pueblo de Israel sea que fuesen de origen pagano, ni la Ley dada a Israel es causa de justificación ni el desconocimiento de la misma es excusa para los paganos a quienes de diversas maneras Dios se les había manifestado, todos han pecado y la consecuencias de sus actos hablan de la maldad que habían cometido.
En este contexto la fe en Cristo es la que nos abre a la gracia de ser justificados, pero que significa esto de “justificación” y por qué es importante, en pocas palabras es acoger la justicia de Dios, ser hechos justos en Cristo Jesús, liberación de pecado, santificación y renovación interior, la Iglesia nos enseña que:
“La justificación libera al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón. La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y sana.
La justificación es, al mismo tiempo, acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina.” (Catecismo de la Iglesia Católica nn.1990-1991)
Es el Señor Jesús que ofreciéndose a sí mismo como victima de propiación nos ha obtenido este don. Cuando Pablo remarca que no es la Ley la que justifica su énfasis está en no creer que son los propios méritos personales al buscar cumplir una estricta observancia de esta la que obtiene al hombre la justificación, ésta es don de la gracia de Cristo, y es por ese don que el hombre puede obrar coherentemente viviendo según el espíritu de aquella Ley recogido y elevado en el mandamiento del amor.
Para nuestra vida interior tener claridad en estos puntos nos lleva a recordar que no realizamos obras buenas para ganarnos por nuestros méritos personales el cielo, para ser justos, sino que obramos buenamente porque hemos sido hechos en justos en los méritos de Cristo, de tal modo que la recompensa obtenida al final de nuestras vidas si hemos buscado ser fieles al Señor redunda en una glorificación del mismo Jesús, el que ama no se busca a sí mismo en las obras de amor que hace por su amado, sino que lo que busca es agradarle a aquel que ama, el cristiano busca que su Señor sea conocido, amado y servido es decir glorificado.
“El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que Él impulsa, y el libre obrar del hombre es lo segundo, en cuanto que éste colabora, de suerte que los méritos de las obras buenas deben atribuirse a la gracia de Dios en primer lugar, y al fiel, seguidamente. Por otra parte, el mérito del hombre recae también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo, de las gracias prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo.”
Catecismo de la Iglesia Católica n.2008
A la luz de la doctrina de la justificación entendemos porque tantos santos se han sentido motivados a los actos más heroicos contemplando esta realidad, es que Dios nos ha salido al encuentro, nos amó primero, y en la fe lo que hacemos es apropiarnos, hacer nuestra, aceptar esa gracia que se nos da en Cristo Jesús, hemos sido reconciliados con Dios y se han abierto las puertas del cielo, podemos vivir en santidad y por tanto nos abrimos a la renovación del corazón.
«El que asciende no termina nunca de subir; y va paso a paso; no se alcanza nunca el final de lo que es siempre susceptible de perfección. El deseo de quien asciende no se detiene nunca en lo que ya le es conocido» (San Gregorio de Nisa, In Canticum homilia 8).
Img: Icono de san Pablo hecho por Andrei Rublev