Libres en Cristo

Por lo tanto, que no reine el pecado en su cuerpo mortal de modo que obedezcan a sus concupiscencias, ni ofrezcan sus miembros al pecado como armas de injusticia; al contrario, ofrézcanse ustedes mismos a Dios como quienes, muertos, han vuelto a la vida, y conviertan sus miembros en armas de justicia para Dios; porque el pecado no tendrá dominio sobre ustedes, ya que no están bajo la Ley sino bajo la gracia. Entonces, ¿qué? ¿Pecaremos, ya que no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia? De ninguna manera. ¿Es que no saben que si se ofrecen ustedes mismos como esclavos para obedecer a alguien, quedan como esclavos de aquel a quien obedecen, bien del pecado para la muerte, bien de la obediencia para la justicia? Pero, gracias a Dios, ustedes, que fueron esclavos del pecado, obedecieron de corazón a aquel modelo de doctrina al que fueron confiados y, liberados del pecado, se hicieron siervos de la justicia.

La exhortación que dirige ahora san Pablo a los cristianos sigue la lógica de su discurso acerca del pecado y la justificación por la fe en Cristo, de hecho después de habernos recordado como todos los hombres estaban sometidos al dominio del pecado ahora parece exaltar de júbilo y gozo al motivar a los bautizados a vivir su fe en Jesucristo. Es un nuevo ánimo a no echarse para atrás, a no perder de vista el don de Dios, a que en medio de la dificultades en el buen combate de la fe no se olviden que el trifunfo ya fue ganado, que ahora se vive bajo la dinámica de la gracia de Dios y no bajo el reino del pecado, ya no se es esclavo sino libre en la gracia de la vida nueva en Cristo Jesús.

Pablo confía en la acción de la gracia, pero no por ello deja de exhortar al combate, puesto que éste es la colaboración de nuestra voluntad libre a la obra de Dios en nosotros.

«Nuestros antiguos pecados han sido eliminados por obra de la gracia. Ahora, para permanecer muertos al pecado después del Bautismo, se precisa el esfuerzo personal aunque la gracia de Dios continúe ayudándonos poderosamente» (S. Juan Crisóstomo, In Romanos 11,1).

Estar al servicio de la justicia divina no es otra cosa sino vivir en la voluntad de Dios, buscar atender a sus mandatos y preceptos, dejarnos guiar por sus consejos y mociones interiores, de modo que en cada una de nuestra acciones brille la santidad de Aquel que nos amó primero.

“El discípulo de Cristo debe hacer suya la victoria de Cristo y esto se realiza ante todo con el Bautismo, mediante el cual, unidos a Jesús, «de la muerte volvemos a la vida». Ahora bien, el bautizado, para que Cristo pueda reinar plenamente en él, debe seguir fielmente sus enseñanzas; nunca debe bajar la guardia, para no permitir que el adversario de algún modo recupere terreno.”

Benedicto XVI, Homilía 25 de febrero de 2009

IMG: «Bautismo de san Agustín» de Ian Van Scorel