“Así pues, no hay ya ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del Espíritu de la vida que está en Cristo Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible para la Ley, al estar debilitada a causa de la carne, lo hizo Dios enviando a su propio Hijo en una carne semejante a la carne pecadora; y por causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la Ley se cumpliese en nosotros, que no caminamos según la carne sino según el Espíritu. Los que viven según la carne sienten las cosas de la carne, en cambio los que viven según el Espíritu sienten las cosas del Espíritu. Porque la tendencia de la carne es la muerte; mientras que la tendencia del Espíritu, la vida y la paz. Puesto que la tendencia de la carne es enemiga de Dios, ya que no se somete —y ni siquiera puede— a la Ley de Dios. Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Ahora bien, ustedes no viven según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de él. Pero si Cristo está en ustedes, ciertamente el cuerpo está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu tiene vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo de entre los muertos dará vida también a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que habita en ustedes. (Rm 8, 1-11)
La ley buscaba tutelar la justicia divina, apuntaba a que el hombre comenzara a vivir según la voluntad de Dios, pero por sí misma era incapaz, sin embargo, en virtud del Espíritu Santo que Cristo nos ha enviado ahora el hombre es capaz de vivir en la libertad que otorga la voluntad divina. No es que el hombre ya no pueda pecar, sino que movido por el Espíritu evitar el pecado al procurar seguir siempre aquello que Dios le ha revelado como bueno y verdadero.
De ahí que el pecado ya no tiene autoridad sobre el cristiano, pues este al haber renacido en el Bautismo, por la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, ahora vive una vida nueva animada por el Espíritu. El pecado es sinónimo de esclavitud, tinieblas, tristeza, soledad, congoja, ira y toda suerte de negatividad, mientras que en la vida en el Espíritu esta llena de las sorpresas de Dios, el hombre por Él recupera su capacidad de asombro ante la misericordia divina, vive en la luz y alegría, redescubre al prójimo en término de comunidad, hace experiencia del gozo sereno que se manifiesta en el orden que Dios ha pensado para el mundo. Ciertamente cuesta abandonar los esquemas predeterminados, aún los no pecaminosos en sí pero que con el tiempo se pueden atrofiar, pero la audacia que el Espíritu Santo nos impulsa renueva continuamente el amor que no pasa, que no cambiar y que nos primerea.
IMG: «San Pablo» de Rembrandt