Contemplar la misericordia de Dios en la viudez de los dos mujeres que encontramos hoy en el Evangelio nos recuerda como el Señor no deja a la deriva a aquellos que con sinceridad se acogen a Él. Generosidad y confianza se unen en lo que podríamos llamar en la espiritualidad cristiana como santo abandono, el cual es una actitud fundamental de aquellos que son pobres de espíritu.
En primer lugar ¿qué significa esta última expresión “pobre de espíritu”? y porque ha sido elogiado el hombre que vive esa realidad al punto que Jesús la considera la primera de las bienaventuranzas, la primera de las grandes dichas del Reino. Según enseña la Iglesia: La pobreza de espíritu es “la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia” (Catecismo de la Iglesia 2546) los biblistas dicen que cuando se habla de este tipo de pobreza de habla de ser carente, vacío, pobre del espíritu propio en cuanto búsqueda exclusiva de sí mismo, libres de todo narcicismo o como diría el Papa Francisco un corazón libre del peso de la “autorreferencialidad”.
Se trata ciertamente de un vacío que se convierta en apertura, ¿apertura de qué? Del don de Dios, sí, de ahí que el santo abandono, confianzarse totalmente en el amor de Dios fuente de todo bien, es la consecuencia que aquel que vive esta dimensión de la vida cristiana. Este llamado ciertamente no es fácil, lo vemos en el reclamo que la viuda del antiguo testamento le hace a Elías, sin embargo, también vemos como ella escuchando la voz de Dios a través del profeta, hace lo que le dicen y contempla la misericordia del Señor al ver como su harina y aceite se multiplican. Pero más grande aún que la grandeza material de aquel signo será lo que el Evangelio comenta, Jesús elogia a alguien ¿qué más se podría pedir? El mismo Hijo de Dios, el Creador y Redentor, el Amor de los amores, alaba la actitud de aquella viuda, si en su actitud de santo abandono echando dos moneditas dio gloria a Dios, Dios ahora la glorifica ya con estas palabras.
Y es que imagina la escena, en medio del bullicio del Templo (se encontraban en el atrio) ahí donde había comerciantes y mercaderes, donde pasaba medio mundo porque peregrinos iban y venían constantemente a Jerusalén, en donde cualquiera podía perderse, la acción bondadosa de aquella mujer no paso desapercibida a los ojos de Jesús, y es que nada es pequeño cuando se hace por amor. Dios conoce nuestros esfuerzo y fatigas, nuestras dificultades, ansias y anhelos del corazón, el escruta con delicadeza nuestra intención, y ante la mirada del justo juez no hay nada que se le oculte.
El santo abandono no implica sólo que se habrá de tener lo necesario para la subsistencia material sino que va más allá, nos ilustra como con nuestra generosidad y confianza en Dios no sólo le damos gloria sino que también al no dejarse ganar Él generosidad brilla en nosotros su luz y somos glorificados en Él.
«Sobre la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto» (San León Magno, Sermo de jejunio dec. mens., 90, 3).
• 1R 17, 10-16. La viuda preparó con su harina una pequeña torta y se la llevó a Elías.
• Sal 145. Alaba, alma mía, al Señor.
• Hb 9, 24-28. Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos.
• Mc 12, 38-44. Esta viuda pobre ha echado más que nadie
IMG: «Óbolo de la viuda» mosaico en la Basílica de san Apolinar