Él nos trae la paz

Una de las características de los tiempos mesiánicos, de la llegada del Redentor al Pueblo de Israel, es la paz que habría de reinar en medio del Pueblo santo de Dios, pero también en sus relaciones con las demás naciones, la paz se extiende a toda la realidad. Cristo Jesús es el cumplimiento de esta promesa que se hizo en el pasado, al atender la súplica del centurión romano, el Señor muestra su apertura ante la humildad y sencillez de la fe de aquel hombre, en la escena vemos un judío y un romano que vienen a ser de alguna manera reconciliados en favor del servidor que sufre en casa del centurión. No hay conflicto sino paz en Cristo, aquella palabra del anciano profeta «de las espadas harán arados y de las lanzas podaderas» se viene a cumplir, el tiempo del Señor ha llegado.

Señor, en este adviento pongo mi corazón en tus manos, yo también quiero experimentar la paz que traes al mundo, yo también quiero ser signo e instrumento de comunión entre los demás, pero poder vivir esa realidad en mi casa, en mi trabajo o en mi colonia, sé que tengo que primero vivirla en mi corazón.

Ayúdame amado a Jesús, mira que yo también tengo un criado enfermo, mi corazón, ¡Cuántas veces queriendo hacer el bien que quiero, termino obrando mal! ¡Cuántas veces me dejo llevar por la prepotencia, la ira, la pendencia, el coraje, el rencor, el enojo y el resentimiento! ¡cuántas veces dejo de la tristeza, la amargura y la rigidez se apoderen de mí!

Jesús, di solo una palabra y quedará sano, Jesús di una palabra que me lleve a la conversión y sane mi corazón, Jesús di una palabra que de un nuevo hálito de vida en aquel que muchas veces yace en agonía. Jesús haz de mis espadas arados, de mis lanzas podaderas. Que pueda ser yo hoy un sembrador de paz, porque en mi habite la paz, pero no como la da el mundo, sino como la das Tú.

En este adviento yo también clamo: Ven, Señor, Jesús y enseñanos ser instrumentos de tu paz que lleva a la reconciliación del hombre con Dios, con su prójimo y consigo mismo.