Allanando valles y montañas

La segunda semana de tiempo de adviento se abre con el grito de los profetas en san Juan Bautista que nos dice: “Preparen los caminos del Señor”. Ciertamente todo este tiempo que precede a la Navidad es para nosotros ocasión de una preparación interior para uno de los acontecimientos en torno a los cuales gira todo el ritmo de nuestras celebraciones como Iglesia (el otro es la Pascua). El nacimiento del Redentor es para el cristiano fuente de una alegría particular, Dios no se olvida de nosotros, el Señor no ha sido indeferente ante las consecuencias que el pecado ha dejado en nuestras vidas, Dios nos ama a todos y cada uno, y llegó a tal punto su amor que se ha hecho hombre como nosotros para romper con la historia de miseria y tristeza e inaugurar una historia de salvación.

El grito de los profetas nos recuerda que para disponer nuestro corazón a este paso del Señor por nuestras vidas es necesario abajar toda montaña de soberbia, egoísmo, prepotencia, autosuficiencia, espíritu de rivalidad, entre otras, pero no sólo ese puede ser un detractor de la acción de Dios en nosotros, también lo son todos aquellos valles, hondonadas de tristeza y amargura, que nos sumergen en la parálisis de la vida espiritual, esos valles pueden ser nuestro ánimo apocado, la tristeza nacida de complejos de culpa mal sana, la indiferencia hacia el prójimo, mi falta de compromiso con la comunidad. Si hemos de acoger la obra de amor y misericordia que el Niño Jesús nacido en Belén viene a realizar es necesario desterrar de nuestros corazones estos valles y montañas que no nos dejan alzar la mirada, puesto que tanto un espíritu lleno de soberbia como un espíritu lleno de tristeza caen siempre en la autorreferencialidad que encierra al hombre en sí mismo nublando su mirada ante la luz del sol de justicia que brilla en el pesebre.

San Juan Bautista predicaba un bautismo de conversión para preparar el corazón, invitaba a seguir al cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y que dicha para aquellos que acogieron su invitación, entre ellos tenemos el ejemplo del primer llamado, san Andrés, y el discípulo amado, que la tradición identifica con san Juan, los apóstoles, los que tuvieron la dicha de oír decir a Jesús “ustedes son mis amigos”, nos dan testimonio de una vida que es transformada si acogemos a Jesús.

No hemos de olvidar, la preparación para acoger al Señor dura toda nuestra vida, de ahí el porqué san Pablo nos invita a vivir creciendo en el amor, porque aquel que ama con autenticidad, puede percibir como en medio de los gozos y el sufrimiento que implica el amor, se va ensanchando su capacidad de amar. Es hermoso como el corazón del hombre, entre las alegrías y consuelos que experimenta en su vida, así como los dolores y angustias que prueba en la situaciones contrarias, si se deja transformar por la gracia de Dios, ve como su capacidad de amar se expande.

La vida nos trae pruebas, que decimos a menudo nos hacen madurar, es decir, aprendemos a responder desde la fe, a las diferentes situaciones que vivimos según la edad y la realidad personal en la que nos encontramos, un niño ama, pero sus manifestaciones de amor no son las mismas que los de un joven o un adulto, eso no significa que su amor valga menos, sino que en cada etapa del camino habrá de irse profundizando conforme va creciendo en su sensibilidad espiritual y en su modo pensar, de modo que mientras su entendimiento va aprendiendo a ver todo bajo la luz de la fe, su voluntad aprenda cada vez más a moverse en la búsqueda del bien mayor, y sabemos que el bien por excelencia que busca el que ama es la gloria de Dios. Este es el ejemplo que nos dio el Niño Jesús que como dice san Lucas crecía en estatura, sabiduría y gracia de Dios, y llego a amar a tal punto que dio su vida para la salvación de la humanidad entera entrando en la voluntad de su Padre celestial y por esa obediencia suprema recibió el Nombre que esta por sobre todo Nombre.

En este segundo domingo de adviento roguemos los unos por los otros como nos enseña san Pablo para que al escuchar la voz que grita “Preparen los caminos del Señor” nosotros podamos con un corazón bien dispuesto, acoger la llamada del Señor que nos llama a seguirle y podamos decir con el salmista “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.

Lecturas:

• Ba 5, 1-9. Dios mostrará tu esplendor.

• Sal 125. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

• Flp 1, 4-6.8-11. Que lleguéis al Día de Cristo limpios e irreprochables.

• Lc 3, 1-6. Toda carne verá la salvación de Dios.

IMG: «Predicación de san Juan Bautista» de Brueghel el anciano