Mi 5, 1-4 “De tu saldrá el jefe de Israel”
Sal 70, 2-3. 15-16. 18-19 “Señor, muéstranos tu favor y sálvanos”
Hb 10, 5-10 “Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad”
Lc 1, 29-45. “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?”
Eco de la Palabra:
-¿Qué dice el texto? ¿Qué me dice el texto?
-Auténtico, Breve y Cristocéntrico
– Algunas preguntas para suscitar el diálogo (¿qué me dice el texto):
¿Qué me llama la atención de las lecturas?
¿Qué significa para mi el nacimiento de Jesús en Belén?
¿Qué provoca en mi corazón las palabras de la carta a los Hebreos “Aquí estoy, Dios mío, para hacer tu voluntad”?
¿Puedo decir que me vida se caracteriza por la dicha fruto de la obediencia de la fe como se dijo de María?
Catequesis
Al llegar al cuarto domingo de adviento nos encontramos ante la inminencia del nacimiento de Jesús, de hecho la Sagrada Liturgia se vuelca a meditar los misterios que circundan su vida de la mano de María, y recordemos Nuestra Buena Madre es figura de la Iglesia y por tanto del alma cristiana, de este modo ella también nos va presentando la obra de Dios en cada uno de nosotros mientras contemplamos el misterio de la encarnación.
Las lecturas de este domingo nos presentan tres grandes elementos siempre que consideramos la Encarnación del Hijo de Dios. En primer lugar con el profeta Miqueas recordamos que la venida del Salvador es una promesa hecha en la antigüedad que encuentra su cumplimiento en Jesucristo, habra de nacer pobre y humilde en una aldea “pequeña” según dice la Escritura, Aquel que gobernará al pueblo no lo hará como un déspota sino que es descrito como pastor, con fuerza y potestad de dominio pero que viene a traer la paz y a reunir a los hijos de Israel. Podríamos enumerar cinco características del rey anunciado: su origen es humilde, pertenece al linaje de David, con su llegada Dios visita a su pueblo y lo congrega terminando la situación de abandono y dispersión típica del exilio, por esto mismo se manifiesta que todo es obra del Altísimo, el fin de su llegada es instaurar la paz. De ahí que podríamos concluir que estas mismas características anuncian la presencia de Cristo en una comunidad, familia o en el corazón de un persona: ésta se presenta con humildad y sencillez, valora sus antepasados y su historia vista desde la perspectiva de la misericordia, siempre busca edificar, construir y en medio de un conflicto siempre llama a la unidad e intenta conducir a la paz.
En un segundo momento la carta a los Hebreos nos recuerda la libertad y obediencia amorosa del Hijo de Dios al asumir nuestra naturaleza humana y ofrecer su vida sacrificio entrando en la obediencia al Padre “He aquí que yo vengo para hacer tu voluntad” es el pálpito que resuena en los corazones de aquellos que buscan vivir como hijos de Dios.
«…Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús «por los pecados del mundo entero» (1Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: «El Padre me ama porque doy mi vida» (Jn 10, 17). «El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado» (Jn 14, 31)…Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12, 50; Lc 22, 15; Mt 16, 21 – 23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: «¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!» (Jn 12, 27). «El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?» (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que «todo esté cumplido» (Jn 19, 30), dice: «Tengo sed» (Jn 19, 28).” (Catecismo de la Iglesia 606-607)
No podemos olvidar destacar este último punto, del cielo vino al pesebre para subir al madero de la cruz y reconciliarnos con el Padre, la alegría de la navidad también tiene como horizonte el misterio pascual: la pasión, muerte y resurrección del Señor. La obediencia no es otra cosa que entrar en la voluntad del otro, y la obediencia de la fe, es entrar en la voluntad de Dios en cuanto que se nos ha revelado como un Padre bondadoso que no busca sino nuestro bien eterno, me fio de Él porque es mi Padre y quiero colaborar con Él en la salvación de la humanidad entera. La obediencia de Cristo lleva a sus discípulos a buscar vivir con esa misma entrega de cara a Dios, una obediencia que se manifiesta en actitudes y comportamientos concretos atendiendo sus mandamientos, abrazando libremente el espíritu de sus consejos y siguiendo las mociones que inspira en nuestro corazón.
En tercer lugar, contemplando como María santísima encinta visita a santa Isabel nos maravillamos con el primer anuncio que Juan Bautista hace desde el vientre de su madre de la llegada de Jesús, su salto de alegría es la antesala de lo que está por venir. María desde el primer instante en que lleva al Divino Niño en su seno se pone en camino de servicio, su vida es misión de llevar a Cristo a donde quiera que vaya, ella misma junto con Isabel se convierten en verdaderas figuras proféticas, porque con sus palabras anuncian la llegada del Señor.
«Considera la precisión y exactitud de cada una de las palabras: Isabel fue la primera en oír la voz, pero Juan fue el primero en experimentar la gracia, porque Isabel escuchó según las facultades de la naturaleza, pero Juan, en cambio, se alegró a causa del misterio. Isabel sintió la proximidad de María, Juan la del Señor; la mujer oyó la salutación de la mujer, el hijo sintió la presencia del Hijo; ellas proclaman la gracia, ellos, viviéndola interiormente, logran que sus madres se aprovechen de este don hasta tal punto que, con un doble milagro, ambas empiezan a profetizar por inspiración de sus propios hijos» (san Ambrosio).
María santísima es la mujer dichosa por la obediencia de la fe, ella nos trae al Salvador del mundo, ella con una confianza absoluta en Dios nos enseña como acoger la palabra que se nos da en Cristo. Cuando escuchamos la Palabra de Dios que nos habla en la Sagrada Escritura, en la santa Predicación, en la voz de nuestros pastores, en la comunidad, en la oración ¿cómo la recibimos? Asimismo nos maravillan las palabras que santa Isabel dice a María: “bendita entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” recordemos que para la israelita una bendición es la expresión más auténtica de la proximidad y cercanía de la Dios sobre los que ama, es como una garantía del amor de Dios que ha de transmitirse. Parecen resonar aquí las palabras dirigidas a Abraham cuando el Señor le dice “tu nombre será una bendición” y “en ti serán bendecidos todos los pueblos” Así la dicha de María no se queda sólo en ella sino se comunica a todos los que por la fe acogerán al hijo de Dios en su corazón.
En la prontitud de ánimo para servir de María contemplamos ya la obra del Espíritu Santo que también obra en la cristianos, esta relación entre el misterio de la Encarnación y la acción del Espíritu también se evidencia en la Eucaristía, la oración sobre las ofrendas de este domingo pide “El mismo Espíritu que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifique, Señor estos dones que hemos colocado sobre tu altar” llevandonos a recordar que “a través de la Eucaristía, por el poder del Espíritu Santo, los fieles llevarán en su propio cuerpo lo que María llevó en sus entrañas. Como Ella, tendrán que hacer de prisa el bien al prójimo. Sus buenas aciones realizadas siguiendo el ejemplo de María, sorprenderán entonces a los otros con la presencia de Cristo, de modo que dentro de ellos se produzca un salto de gozo” (Directorio Homilético 109).
De ahí que el ejemplo de María es también un estimulo para la misión, la alegría de la llegada de Cristo que transforma la humanidad ha de comunicarse en una historia concreta. Esto es propio de la dinámica de la Encarnación Dios sale al encuentro del hombre en la realidad en la que vive, la fe recordemos no es un mero anuncio teórico o meros sentimientos, ella se traduce en obras de amor.
La profecía del nacimiento de Jesús en Belén ilumina su presencia en nuestras vidas, cuando contemplo mi vida camino de Navidad ¿estoy dando signos de su llegada? ¿hay humildad o soberbia? ¿valora sus raíces o busca destruirlas? ¿procura la unidad o la división? ¿Acompaña o abandona? ¿busca la paz o el conflicto?
El corazón de los hijos de Dios se revela en su capacidad de entrar en la obediencia de la fe, ello implica dos grandes momentos, capacidad de escucha y prontitud de ánimo para entrar en acción ¿puedo decir que soy un hijo obediente? ¿estoy atento a la voz del Señor? ¿dónde la busco? ¿soy pronto para entrar en la voluntad de Dios? ¿cuáles son los obstáculos que encuentro habitualmente (orgullo, prejuicios, resentimientos, pereza, indiferencia, etc)?
El ejemplo de María santísima nos lleva cuestionarnos ¿tengo capacidad de servicio? ¿cómo se manifiesta? ¿vivo de corazón mis servicios o son un “cargo” o “compromiso” más a cumplir? ¿es mi servicio consecuencia de mi vida de fe que se evidencia en la perseverancia en la comunidad y la disponibilidad a realizar incluso aquello que parece más insignificante con amor? ¿o lo hago simplemente para aparentar (querer ser visto) o para tranquilizar la conciencia (“estoy haciendo algo por Dios” “peor es nada”)?
IMG: «Visitación de María a santa Isabel» del Giotto