Catequesis para Comunidades Parroquiales – Bautismo del Señor – Ciclo C
1. Celebración de la Palabra (45min)
Is 42, 1-4.6-7. Miren a mi siervo, en quien tengo mis complacencias
Sal 29 (28), 1-10. Te alabamos Señor
Hch 10, 34-38. Dios ungió con el Espíritu Santo a Jesús de Nazareth
Lc3, 15-16.21-22. Después del bautismo de Jesús, el cielo se abrió.
Eco de la Palabra:
-¿Qué dice el texto? ¿Qué me dice el texto?
-Auténtico, Breve y Cristocéntrico
– Algunas preguntas para suscitar el diálogo (¿qué me dice el texto):
¿Al ver las actitudes del Siervo del Señor descritas por Isaías, puedo decir que Dios se complace con mi vida?
Cornelio dice que Dios no hace distinción de personas sino que “acepta al que lo teme y practica la justicia de la nación que fuere” ¿me esfuerzo yo también por hacer lo mismo?
¿Qué significa el bautismo de Jesús para mí? ¿Qué provocan en mi corazón las palabras “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”?
2. Catequesis (30 min)
Con el Bautismo de Jesús en el Jordán se concluye el tiempo de navidad. En la celebración de los misterios de la infancia de nuestro amado Jesús, nos hemos gozado hace pocos días con su nacimiento, hemos contemplado al niño en el pesebre junto María, José, los pastores y más recientemente los magos venidos del oriente; hemos visto en el Divino Niño el comienzo del cumplimiento de las promesas hechas desde la antigüedad, en esa línea la solemnidad que celebramos hoy, si bien cierra este tiempo litúrgico, es a la vez un nuevo comienzo, puesto que el Bautismo del Señor es el inicio de su ministerio público, de aquí irá Jesús a llamar a la conversión y anunciará la Buena Nueva de la salvación que culminará en el misterio pascual, su Pasión, Muerte y Resurrección, es la manifestación (epifanía) de Jesús que marca el inicio del camino hasta el calvario y por él a la gloria de la resurrección.
Estamos ante un misterio hermosísimo, la Iglesia nos enseña que: «El bautismo de Jesús es, por su parte, la aceptación y la inauguración de su misión de Siervo doliente. Se deja contar entre los pecadores (cf. Is 53, 12); es ya «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29); anticipa ya el «bautismo» de su muerte sangrienta (cf Mc 10, 38; Lc 12, 50)…» (n.536). La grandeza de la misericordia divina se hace manifiesta, el Hijo de Dios no sólo asumió nuestro naturaleza humana, no le bastó venir al mundo en un niño de una familia pobre y de una pequeña aldea de Israel, no le bastó al Rey del universo nacer en este mundo sin un techo que le cubriese, ser recostado en un pesebre y ser perseguido desde su más tierna infancia, ahora contemplamos su profunda humildad, su profundo abajamiento en el hecho de que se deja contar entre nosotros pecadores, Jesús hace una primera inmersión en el Pueblo, entre aquellos que muchas veces hemos rechazado con nuestras actitudes y comportamientos vivir en el amor de Dios, entre aquellos que tantas veces no hemos sabido valorar las bendiciones que nos vienen de lo alto, con esto nos da una gran lección sobre esta virtud que nos previene de afán desordenado de propia excelencia que muchas veces nos cierra al plan de salvación, a la Iglesia, a la comunidad, al hermano bajo excusas como “para ser como fulano para que voy a ir” “si se vive mejor fuera de la comunidad que en ella” “si sé que voy a pecar para que ir” etc. Jesús no nos tiene asco ni manifiesta repugnancia ante nuestra debilidades antes bien quiere llegar ahí y sanar la llaga, cerrar la herida, robustecer al que ha perdido las fuerzas.
En la respuesta a Juan el Bautista que en un inicio se rehúsa en un inicio a bautizarle, Jesús nos una lección de obediencia ya que tiene muy claro que «Viene ya a «cumplir toda justicia» (Mt 3, 15), es decir, se somete enteramente a la voluntad de su Padre: por amor acepta el bautismo de muerte para la remisión de nuestros pecados (cf. Mt 26, 39)» En la obediencia de Cristo, la antigua desobediencia del pecado de Adán fue sanada, obediencia que lo llevo hasta la muerte “y muerte en cruz para salvarnos”, el Edén fue cerrado por el pecado de Adán, ahora el cielo se abre por Cristo. Cuanto puede lograr la obediencia a la voluntad de Dios en la vida del cristano, de ahí que podemos decir “en la obediencia está la bendición”.
Jesús haciendo una inmersión en las aguas las santifica, las transforma, el consagrado del Señor, consagra la aguas del Bautismo, el Ungido del Señor, da una nueva fuerzas al elemento natural, con razón antiguamente durante la Liturgia del Bautismo, el ministro vertía óleo consagrado en el agua que habría de utilizarse para el Sacramento. Y es que el Bautismo de Cristo inaugura nuestro Bautismo «Por el bautismo, el cristiano se asimila sacramentalmente a Jesús que anticipa en su bautismo su muerte y su resurrección: debe entrar en este misterio de rebajamiento humilde y de arrepentimiento, descender al agua con Jesús, para subir con él, renacer del agua y del Espíritu para convertirse, en el Hijo, en hijo amado del Padre y «vivir una vida nueva» (Rm 6, 4)» (Catecismo de la Iglesia n.537)
Con esto también se nos da una lección de identidad, ya que nuestra dignidad viene no viene de factores externos a nosotros (como las alabanzas o críticas, funciones o posesiones) sino que brota del interior, de nuestro SER HIJOS AMADOS DEL PADRE, esa es nuestra carta de identidad. Y es que al pronunciar las palabras “Tú eres mi hijo” el Padre celestial no sólo declara la procedencia divina de Jesús, sino también nos asume a todos los bautizados como hijos suyos puesto que “toda la naturaleza humana está incluida en la persona de Cristo, en cuanto que es hombre” (San Cirilo de Alejandría)
La paloma que desciende sabemos es un símbolo del Espíritu Santo que unge a Cristo, pero Jesús es Dios y el Espíritu Santo es Dios ¿Qué necesidad hay que el Espíritu descendiese sobre Él si había ya una comunión íntima de vida en la Santísima Trinidad? Nos dirá san Cirilo de Alejandría que Cristo “recibe el Espíritu Santo no para sí mismo, ya que Él lo posee como algo propio y en Él y por Él se comunica a los demás…sino que lo recibe en cuanto que, al hacerse hombre, recapitula en sí toda la naturaleza para restaurarla y restituirle su integridad primera…Cristo recibió en su persona el Espíritu, no para sí mismo, sino más bien para nosotros, ya que por Él nos vienen también todos los demás bienes”.
Cristo es el Ungido, el consagrado del Señor y al unirnos a Él por el Bautismo también nosotros participamos en esa consagración del Espíritu Santo, de ahí que gozamos de la misma vida divina por la gracia. La unción con el Santo Crisma en el Bautismo significa justamente esto, el don del Espíritu santo al nuevo bautizado, es un cristiano, un ungido por el Espíritu, en el fondo ese es el significado de este glorioso título que ostentamos, participando en el ministerio de Cristo sacerdote, profeta y rey. En nuestra liturgia esta unción bautismal «anuncia también la segunda unción del santo crisma que dará el obispo: el sacramento de la Confirmación que, por así decirlo “confirma” y da plenitud a la unición bautismal» (Catecismo de la Iglesia n. 1242)
Cuantas consecuencias prácticas tiene esto en nuestra vida ordinaria, esto es la base de nuestro compromiso bautismal, somos los ungidos de Dios y por tanto debemos vivir como tales, hombres y mujeres que buscan vivir la misma vida de Cristo. Para llevar a plenitud esto es también necesario que nosotros hagamos una tercera inmersión con y como Jesús en la oración, dándonos una lección de comunión de vida con el Padre eterno, el Papa Francisco los explicará de un modo espléndido diciendo:
“…después de la inmersión en el pueblo y en las aguas del Jordán, Jesús se “sumergió” en la oración, es decir, en la comunión con el Padre. El bautismo es el comienzo de la vida pública de Jesús, de su misión en el mundo como enviado del Padre para manifestar su bondad y su amor por los hombres. Esta misión se realiza en una unión constante y perfecta con el Padre y el Espíritu Santo. También la misión de la Iglesia y la de cada uno de nosotros, para ser fiel y fructífera, está llamada a “injertarse” en la de Jesús. Se trata de regenerar continuamente en la oración la evangelización y el apostolado, para dar un claro testimonio cristiano, no según los proyectos humanos, sino según el plan y el estilo de Dios.” (Angelus, 13 de enero de 2019)
Recordamos así hoy tres inmersiones: en el pueblo, en el agua y en la oración, y cuatro lecciones: humildad, obediencia, identidad y comunión con el Padre. El bautismo del Señor es una occasion propicia para renovar nuestro bautismo, con ocasión de esta celebración hemos de pedir al Señor la gracia de ser fieles a nuestra fe, viviendo con coherencia en el amor al modo de Jesús.
3. Edificación espiritual (45 min)
¿Qué aprendí de esta catequesis?
¿Cómo estoy viviendo las virtudes de la humildad y la obediencia de la fe?
¿Soy consciente de mi identidad de Cristiano? ¿De qué manera he experimentado la tentación de sentir que mi valor depende de las alabanzas y criticas de otros o de la funciones y bienes poseídos?
¿Cómo está mi vida de oración personal? ¿Tengo trato íntimo con el Señor? ¿Cómo hago mi oración (tiempo, lugar, etc.)?
¿Qué sé sobre mi bautismo? ¿cuándo fue? ¿qué recuerdos tengo de ello? ¿Quiénes son mis padrinos? ¿cuál fue o es mi relación con ellos? ¿qué significa para mí ser bautizado?
¿Cómo me ha ayudado la Pequeña Comunidad a vivir mi compromiso bautismal? ¿Cómo he ayudado yo a los hermanos de la Comunidad a vivir su compromiso bautismal? ¿Cuándo salimos o nos juntamos entre hermanos siempre damos testimonio de vida cristiana? ¿qué hay de cuando tengo que relacionarme con otros hermanos de la parroquia, con mis vecinos o compañeros de trabajo? ¿se ve que ahí hay un cristiano, un ungido del Señor?