Martirio

En esta velada martirial, estamos queriendo reflexionar acerca de la vida de los testigos de Cristo que por su causa han ofrecido el sacrificio de sus vidas uniéndose en la muerte a nuestro Señor con la esperanza de compartir su gloriosa resurrección.

Compartir la suerte del Cristo en la Cruz es un don concedido a algunos de sus servidores más cercanos, perseverar fiel al Evangelio en medio de la persecución, la incomprensión, las amenazas, es ciertamente una de las pruebas más grandes que puede experimentar un cristiano, sólo la fuerza del amor es capaz de llevar a alguien a dar la vida. Nuevamente el hombre que vive según las categorías del Reino no pretender quitar, ni arrebatar, ni tomar violentamente nada, antes bien busca entregarlo todo, busca darse por entero.

La Iglesia nos enseña que:

“El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. “Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios” (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1)”. (CIC n.2473)

El martirio constituye la identificación suprema con Cristo crucificado, «Él es el prototipo de los mártires “Teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y en su condición de hombre se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Flp 2, 6-8)…. Cristo es el siervo doliente de Yahvé anunciado por los profetas, que tiene que sufrir y morir para justificar a la muchedumbre, que vino a dar su vida en rescate por muchos, El Señor vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, pero Él los amó hasta el fin; fue entregado, condenado a muerte y crucificado. De este modo consumó el sacrificio del amor a fin de que tuviéramos vida. Cristo exhortó repetidas veces a los fieles a tomar su cruz y seguirlo por el camino real de su pasión.» (S. de Fiores et al., Nuevo Diccionario de Espiritualidad, Ed. San Pablo)

El martirio es la manifestación heroica de la fortaleza cristiana que movida por el Espíritu Santo, alcanza las cumbres de su perfección, por ella un hombre se lanza valientemente en la búsqueda del bien arduo, aquel que es difícil de conseguir. La fortaleza puede comprenderse en un doble aspecto, como las dos caras de una moneda por un lado resiste ante los males que ha de sufrir, y por otro, persevera en el combate por el bien hasta alcanzar la meta. La fortaleza crece de un modo especial cuando tiene que arraigarse en medio del suelo de la adversidad, su raíz se profundiza y se adhiere cada vez más firmemente en la correspondencia a la gracia del amor de Cristo, podríamos decir que la intensidad del rojo del martirio le viene propiamente de ahí, de haber amado a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo por amor a Él. Por eso decimos que el martirio lleva a la perfección en el amor y por tanto a la santidad. Por el ejemplo y las gracias que brotan del sacrificio ofrecido podemos decir: “El martirio es un servicio, es un misterio, es un don de la vida, muy especial y muy grande”[1]

¿Por qué tanta insistencia en recordar a los mártires? Porque al alabar a los mártires el Padre es glorificado ya que todo lo que concierne a su pasión es obra de su admirable poder, ya que Él misericordiosamente les ha proporcionado el ardor de la fe, la firmeza de la perseverancia y la victoria en la batalla por Cristo Señor nuestro

Es más debemos recordar que en cierto sentido, todo cristiano ha de tener una voluntad firme como la de un mártir aunque no todos hayan de morir como ellos, se trata de vivir lo que algunos han llamado el martirio en la vida cotidiana. Esto brota del hecho de que “Los cristianos son…hombres y mujeres contracorriente. Es normal: porque el mundo está marcado por el pecado, que se manifiesta en diversas formas de egoísmo y de injusticia, quien sigue a Cristo camina en dirección contraria. No por un espíritu polémico, sino por fidelidad a la lógica del Reino de Dios, que es una lógica de esperanza, y se traduce en el estilo de vida basado en las indicaciones de Jesús.”[2] A santa Juan de Chantal le preguntaban como es posible alcanzar este martirio de la vida cotidiana, decía ella “Den a Dios su sí total y lo comprobarán”.

Hoy me refiero al martirio en general para que luego de la santa Misa en sus intervenciones los diferentes grupos nos hablen de nuestros mártires que serán beatificados, de momento concluye con unas palabras de San Óscar Romero en la homilía del primer aniversario del p. Rutilio:

“Dicen que alguien, riéndose, el día del asesinato decía: «Ya comprobamos que también el pellejo de los curas es susceptible de balas». Así se rieron, porque creyeron truncar toda su predicación cristiana. Lo que no se esperaban es que la muerte de un cura suscita tempestades, suscita primaveras, como la que ha vivido El Salvador cristiano desde hace un año. Lo que no sabían es que ellos ponían en el surco una semilla que reventaría en grandes cosechas como decía Cristo: «El grano de trigo muere no para quedarse sepultado». No han triunfado sobre él. La cosecha de la persecución ¡cómo ha sido abundante!, hermanos.

Y yo quiero aquí, en este momento, agradecer a este cristiano, junto a los cristianos que con él murieron, junto a los cristianos que con él trabajaron, esta siembra de primavera que estamos recogiendo ahora. Se dice que en la Arquidiócesis, que en nuestra Iglesia, no había sacudido tanto su alegría de esperanza como en estos tiempos. Bendito sea Dios que es la muerte del cristiano, semilla de más cristianos, semilla de vocaciones, como diría el P. General de los Jesuitas. Esta es la vida de este cristiano que por el Bautismo emprendió unas perspectivas tan amplias que no las podemos abarcar desde la tierra.” (San Óscar Romero, Homilía 5 de marzo de 1978)


[1] Papa Francisco, Homilía del 8 de febrero de 2019

[2] Papa Francisco, Audiencia General del 28 de junio de 2017