Catequesis para Comunidades Parroquiales – IV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
1. Celebración de la Palabra
Jr 1, 4-5. 17-19 Te consagré profeta de las naciones
Sal 70 Señor, Tú eres mi esperanza
1 Cor 12, 31—13, 13 Entre estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor, el amor es el mayor de los tres
Lc 4, 21-30 Jesús, como Elías y Eliseo, no fue enviado tan sólo a los judíos
¿Qué inspira en mi corazón las palabras dadas a Jeremías?
El salmista aclama al Señor como su esperanza ¿podría hacer lo mismo yo? ¿dónde busco habitualmente mi esperanza (seguridad)?
¿De qué maneras manifiesto la caridad (el amor) con mis hermanos de comunidad, en la parroquia, en mi casa o en el trabajo?
¿Cuál ha sido mi experiencia como discípulo de Cristo de ser signo de contradicción? ¿Ante la persecución del mundo busco venganza? ¿Renuncio? o ¿busco entregar la vida por amor como lo hizo Jesús?
2. Catequesis
La Sagrada Liturgia en los domingos anteriores nos ha llevado a profundizar sobre la Unción de Cristo en el Bautismo que nos ha manifestado su identidad de Hijo del Padre y sobre la importancia de la Palabra de Dios que transforma nuestra vida y nos va configurando a nosotros según el modelo de Jesús como hijos de adopción por la fe que hemos recibido.
Recordemos, al renacer del agua y del Espíritu hemos comenzado a gozar de la vida divina, a estar participación en la vida de Dios le llamamos gracia santificante, por ella nos vamos configurando a Cristo como hijos amados del Padre, a la vez, hemos sido ungidos por el Espíritu Santo para ser participes del triple ministerio (ministrare = servir) de Cristo Jesús: sacerdote, profeta y rey. Podríamos decir, en cuanto hijos se configura nuestro modo de ser, y por el triple ministerio nuestro modo de obrar. En cuanto participes del sacerdocio de Cristo todo fiel cristiano ofrece sacrificios espirituales al Padre, en cuanto reyes, transforman el mundo según los valores del Reino de Dios (justicia, paz, amor, etc.) y, en cuanto profetas, anuncian la palabra de Dios, la Buena Nueva de salvación, dándole a conocer a todas las naciones.
La Sagrada Liturgia en esta ocasión nos invita a detenernos en este domingo en este último aspecto. A todos nos resulta habitual reflexionar como a los pastores de la Iglesia les corresponde esta función por excelencia al haber recibido el sacramento del orden el cual por definición es el sacramento continúa la misión apostólica, sin embargo, no debemos olvidar que no es tarea única y exclusiva de ellos, sino que al brotar del carácter bautismal todo cristiano está llamado según su vocación particular y en comunión con los pastores de la Iglesia a ir y anunciar el Evangelio.
El Catecismo haciendo eco de los documentos del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia (Lumen Gentium), sobre el apostolado de los laicos (Apostolicam Actuositatem) y sobre la misión (Ad Gentes) nos enseña que: “Cristo, realiza su función profética no sólo a través de la jerarquía sino también por medio de los laicos. El los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra. Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra En los laicos, esta evangelización adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo: Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes como a los fieles” (Catecismo de la Iglesia Católica nn. 904-905)
De esto se sigue que no podemos retraernos de participar en la misión de la Iglesia, es propio de nuestra naturaleza de cristianos ir y anunciar la Buena Nueva, presentar a Cristo a los demás, para nosotros no es cuestión de gustos o pareceres, es un mandato dado por el Señor antes de subir a los cielos (cf. Mt 28, 19). También en nuestro corazón late aquel “¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!” (1 Co 9, 16) que impulsó a san Pablo a recorrer diferentes territorios. También hoy el Señor nos dice lo mismo que a Jeremías “Antes de plasmarte en el seno materno, te conocí, antes de que salieras de las entrañas, te consagré, te constituí en profeta de las naciones” (Jr 1, 4-5).
Cierto temor ante el llamado del Señor, ante la misión, no es extraño, , Abraham dudó de que la promesa de un hijo se cumpliese con su esposa y aceptó en su lugar a su esclava, Moisés se negó cuatro veces a ir donde el Faraón para convencerle de liberar al Pueblo, Jonás se embarcó para huir de la misión de predicar a Nínive, Isaías se sentía indigno por su pecado, el mismo Jeremías que vemos en la primera lectura se sentía incapaz por su juventud, Pedro se rehusaba a la muerte en Cruz del Señor y en el momento más crítico le negó, Tomás dudó del resucitado, Pablo en sus inicios fue un perseguidor de la Iglesia…sin embargo en todos la Palabra del Señor penetró el corazón y entraron en la obediencia de la fe, se pusieron en camino para ir anunciar lo que se les mandaba y aquella Palabra continuó a transformar la historia de la humanidad.
Lo que el cristiano hace no es otra cosa sino continuar con la misión de Cristo, el texto del Evangelio que hemos escuchado nos muestra como el Señor recuerda a los israelitas que la palabra ha sido dada para todos incluso a los no judíos como la viuda de Sarepta y Naamán el Sirio, esto causa conmoción en aquellos que aunque el inicio admiraban a Jesús luego comenzaron a ponerlo en duda, y es que la misión siempre conocerá resistencia, ya el anciano Simeón le había anunciado a la santísima Virgen al hablarle del niño Jesús y su futuro: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción” (Lc 2, 34). El cristiano como discípulo de Cristo también será signo de contradicción no por querer sembrar enemigos y conflictos, sino que porque en un mundo marcado por el imperio del pecado, hacer el bien, es ser luz en medio de la tiniebla.
“La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben porqué? Porque la verdad siempre es perseguida. Jesucristo lo dijo: «Si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros». Y por eso, cuando un día le preguntaron al Papa León XIII, aquella inteligencia maravillosa de principios de nuestro siglo, cuáles son las notas que distinguen a la Iglesia católica verdadera, el Papa dijo ya las cuatro conocidas: una, santa, católica y apostólica. «Agreguemos otras -les dice el Papa-, perseguida». No puede vivir la Iglesia que cumple con su deber sin ser perseguida” (San Óscar Romero, Homilía 29 de mayo de 1977).
¿Cómo vence el cristiano ese temor? Como el mismo Cristo: en un acto de amor, por el cual se abandona totalmente en el Padre y dice “Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lc 22, 42) y se pone en camino a subir al monte calvario, sabiendo que entregando su vida salvará a muchos, y aquel que Resucitó de entre los muertos, le dará la corona merecida y le hará resucitar también un día con Él. En el ejercicio de la misión, anunciando en los diferentes servicios que prestamos a veces en visiteos, a veces transmitiendo la fe en la catequesis, a veces predicando en una asamblea o retiro, a veces en un consejo dado a otra persona, siempre debería resonar en nuestro corazón el himno a la caridad que escuchamos en la carta a los corintios “La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Co 13, 4-7) ya que el amor es el motor que impulsa todo el obrar cristiano.
De ahí que no resulte extraño que todo relato vocacional en la Sagrada Escritura viene acompañado de una expresión que nos ánima a todos “yo estoy contigo”, lo vemos en Abraham, en Moisés, en Josué, en Jeremías, incluso en María santísima, y Jesús lo confirma cuando envía los apóstoles: “He aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Lc 28, 20). Es esto lo que motiva al cristiano a ir con alegría y servir a Jesús anunciándolo en todas las formas en que se necesita, la presencia del Amado es nuestra seguridad, la obra no es nuestra, es suya, y por eso nos lanzamos con confianza, porque el seguramente la llevará a feliz término.
3. Edificación espiritual
¿Qué aprendí de la Catequesis?
¿Cuáles son las excusas con las que me escondo para misionar (servir)? ¿cómo las enfrento?
¿Cuáles son los temores que tengo para misionar (servir)? ¿cómo los enfrento?
¿Cuál ha sido mi experiencia la hora de anunciar a otros el Evangelio o de prestar un servicio en la parroquia? (misiones, predicaciones, consejos, coordinaciones, organización, liturgia, atención al necesitado, cocina, etc.)
El próximo 27 de febrero tendremos una gran misión parroquial para anunciar el inicio de la Cuaresma ¿estoy dispuesto a ir cumplir el mandato del Señor?