Catequesis para comunidades parroquiales – V Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo C
1. Celebración de la Palabra
Is 6, 1-8. Aquí estoy, Señor, envíame
Sal 137, 1-8. Cuanto te invocamos, Señor, nos escuchaste
1 Cor 15, 1-11. Eso es lo que hemos predicado y lo que ustedes han creído
Lc 5, 1-11. Dejándolo todo lo siguieron.
Dejamos un espacio de silencio orante para preparar nuestro eco de la palabra.
- Isaías tuvo un encuentro personal con Dios el cual se presentó lleno de gloria ¿cuál ha sido mi experiencia de encuentro con el Señor?
- Pablo nos habla del núcleo del mensaje de su predicación ¿cuál ha sido mi experiencia de predicar la palabra de Dios?
- ¿Qué significaría para mí hoy acoger a Jesús en mi barca como Pedro, o “remar mar adentro”, o “lanzar la red a la derecha”?
2. Catequesis
Tanto la lectura de Isaías como el Evangelio nos muestran como la llamada del Señor a hacer su voluntad se manifiesta en la vida de todo hombre, se realiza en la historia, con un lugar o tiempo concreto: “Estaba Jesús junto al lago de Genesaret” o “El año de la muerte del rey Ozías” (Is 6, 1). Nace de una experiencia de encuentro de ojos abiertos y corazón palpitante con el Señor, se trata de una verdadera teofanía, es decir una manifestación de Dios, Isaías contempla la majestad divina en medio de la visión de la presencia de Dios en el Templo y escucha la voz que dice “Santo, santo, santo”, recordemos que para los hebreos la repetición de un palabra designa su superlativo es lo que nosotros hacemos cuando decimos “Santísimo” en indica la trascendencia divina; los discípulos al escuchar del Maestro que dice “tiren la red a la derecha” y contemplan la pesca milagrosa quedan asombrados ante tan gran acontecimiento.
Esto les hace percibir su pequeñez, su miseria, su nada, al punto que Isaías dice “estoy perdido…soy un hombre de labios impuros…” (Is 6, 5) y Pedro dice: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador” (Lc 5, 8) incluso algo parecido se ve en la segunda lectura cuando san Pablo comentando su misión apostólica dice que él mismo es como “un aborto” esto lo dirá por como se encontraba él muerto antes de conocer a Cristo, sin embargo Dios actúa, un ángel purifica con el carbón encendido al profeta (Is 6, 6) mientras que Pedro escucha de labios de Jesús “No temas” (Lc 5, 10), y Pablo continúa a predicar el Evangelio por la gracia de Dios (1 Cor 15, 10).
Entonces se escucha claramente un llamado “¿A quien enviaré?” (Is 6, 8) “Desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10), a esta voz Isaías como movido por el Espíritu responde “Aquí estoy, mándame” (Is 6,8) y aunque no escuchamos la respuesta de los discípulos a la llamada de Jesús, si la vemos cuando el evangelista nos dice: “dejándolo todo, lo siguieron” (Lc 5,11), la generosidad de su respuesta nos lleva a recordar unas palabras de san Juan Crisóstomo: «como los santos son amigos de Dios, aman también muchísimo a todos los hombres» (In Isaiam 6,5) de ahí su capacidad de entrega a la obra del Señor.
Todo cristiano está llamado a “remar mar adentro” en el camino de la fe, a seguir a Cristo como fiel discípulo, Él es nuestro modelo, Él nos enseña como viven los hijos de Dios. La Iglesia nos enseña que:
“Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros. «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre»(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que Él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro:
Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia … Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn.)” (Catecismo de la Iglesia n.521)
La respuesta al seguimiento de Cristo es personal aunque nuestro discipulado es una experiencia comunitaria en la Iglesia, vamos juntos como hermanos, seguimos al Maestro, y en el pasaje del Evangelio se nos recuerda como en la misión de la Iglesia las cosas se hacen en nombre de Cristo, si no son vana fatiga, fiándonos de Jesús como comunidad cristiana remamos mar adentro y echamos las redes, sea en el camino de conversión personal o en la conversión de la realidad en la que vivimos y la cual propiciamos con el anuncio de la Buena Nueva de la Salvación. Por eso san Juan Pablo II decía: “Duc in altum! (Remen mar adentro) Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro” (Novo millennio ineunte, n.1), es más el Papa Francisco nos recuerda que: “El mayor milagro realizado por Jesús para Simón y los demás pescadores decepcionados y cansados, no es tanto la red llena de peces, como haberlos ayudado a no caer víctimas de la decepción y el desaliento ante las derrotas. Les abrió el horizonte de convertirse en anunciadores y testigos de su palabra y del reino de Dios.” (Angelus 10 de febrero de 2019)
Estos textos también nos hacen recordar de un modo especial la llamada que algunos miembros de la comunidad cristiana reciben para abrazar un estado de vida que implica una especial consagración al Señor, sea en el sacerdocio en el caso de los hombres, sea en la vida religiosa en el caso de aquellos hombres y mujeres que se sienten llamados a profesar los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia.
“Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con Él ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales (cf Lc 14, 26; Mc 10, 28-31). Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya (cf Ap 14, 4), para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de agradarle (cf 1Co 7, 32), para ir al encuentro del Esposo que viene (cf Mt 25, 6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del que Él es el modelo: «Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda» (Mt 19, 12).” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1618)
Es importante en nuestras comunidades cristianas y en nuestras familias siempre presentar el sacerdocio y la vida religiosa como uno de los estados de vida a los que el Señor llama a algunos de sus fieles. Todo joven en algún momento de su historia debería preguntarse ¿será que el Señor me llama a esto? Sin temor a que al responder vaya a ser juzgado, discriminado o que se generen tantas expectativas de él que al momento de discernir y quizás descubrir que no es su vocación sienta que ha defraudado a alguien. Esto también nos llevará a valorar cada vez más la vida matrimonial, a la cual nadie debería de caer en “automático”, la vida conyugal es también una llamada a una vocación particular en la vida de la Iglesia. Si alguien se siente llamado al sacerdocio o a la vida religiosa es muy bueno hablar con alguien que viva dicho estado de vida para hacer una experiencia de aquello que le llama la atención y comenzar un discernimiento en la oración sobre la voluntad de Dios para su vida, sometiéndose en fe a la autoridad que el Señor confió a la Iglesia para confirmar dicha vocación.
“La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora. Este «hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue «bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con Él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es hermoso —y es una gracia inmensa— estar consagrados a Dios y al servicio de los hermanos, totalmente y para siempre. El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.” (Papa Francisco, 55 Jornada Mundial de Oración por las vocaciones)
3. Edificación espiritual
- ¿Qué aprendiste de la catequesis?
- ¿Has hecho alguna vez experiencia de “estupor” o “asombro” ante Dios? ¿Cómo está nuestra capacidad de dejarnos sorprender por Él?
- ¿Cuál es el mar en el que el Señor te pide adentrar hoy por hoy? ¿Dónde crees que está queriendo actuar de un modo particular? (Familia, amigos, compañeros de trabajo, heridas del pasado, pecados o vicios)
- Si hoy te tocará anunciar la Buena Nueva ¿cuál sería el núcleo de tu mensaje? ¿cómo lo harías? ¿Cuál ha sido tu experiencia de encuentro con Cristo?
- ¿Cuál ha sido tu experiencia en contacto con sacerdotes o religiosos/as?
- ¿Alguna vez te has sentido llamado a esta vida? ¿cómo has hecho tu proceso de discernimiento vocacional? ¿cuál fue tu experiencia?
- (Según el caso) ¿Alguna vez te has planteado como sería tu vida si el Señor te invitara a vivir una consagración especial? ¿cuáles serían o son las excusas o temores habituales que se oponen a esta llamada? ¿estarías dispuesto a seguir un proceso de discernimiento vocacional?