¿Qué revela tu corazón?

Cuan importante es la palabra para el desarrollo del ser humano, por una palabra comunica, por una palabra edifica, por una palabra corrige, por una palabra también puede que maltrate o destruya, la fuerza de las palabras es tal que incluso hoy en día hay quienes cambiándolas quieren cambiar nuestro lenguaje y cambiando el lenguaje cambiar la verdad, por ejemplo ya no se habla de aborto sino de interrupción del embarazo, ya no se habla de una madre y su hijo, sino de una mujer y un producto, ya no se habla eutanasia sino muerte digna, y más recientemente con los ataques vividos en Ucrania, ya no se habla de guerra sino de “operación militar especial”…qué importante es prestar atención a nuestro lenguaje, puesto que puede comunicar la verdad y la vida o puede ser utilizado para mentira y la muerte.

En el fondo, toda palabra pronunciada, se convierte en la exteriorización de una realidad interna y profunda, de ahí que Jesús diga en el Evangelio “de la abundancia del corazón habla la boca” o también “por sus frutos los conocerán” y es que, amados hermanos, el Señor sabe muy bien la vida interior del hombre termina por manifestarse hacia fuera, de ahí que sea tan importante cultivar una sana interioridad, a través de la oración, la vida sacramental y la práctica de las virtudes; sólo una relación íntima y real con nuestro Dios es capaz de producir vida en nuestra alma y por tanto obras buenas a través de nuestro cuerpo. Es importante que recordemos, nuestra fe no es simplemente una serie de normas de conducta, la relación no apunta solamente a modificar patrones de comportamiento, la Iglesia no es una correccional, la fe ante todo nos lleva a creer en Jesucristo, que por la fuerza del amor nos concede una nueva vida y de ahí es que brota un obrar diferente al que el mundo propugna, de ahí que el cristiano busque en todo hacer el bien verdadero.

El Señor Jesús en el Sermón del Llano nos invita a purificar el interior en vistas al exterior, hay quienes han utilizado este evangelio para justificar la imposibilidad de corregir a alguien debido a la propia fragilidad, como sí solo los seres perfectos pudieran ayudar a alguien que todavía no alcanzado esa perfección, a la verdad lo primero que hemos de valorar con el ejemplo de la viga, la paja y el ojo, es que al reconocer los propios defectos recordamos que somos débiles y eso nos hace entrar en la humildad de aquel que busca ayudar no como quien está en un pedestal sino como quien también esta combatiendo al lado del hermano, y así en segundo lugar, por vía de la humildad aprendemos a compadecernos en el sentido más puro de la palabra “padecer-con” y de ahí que al acercarnos al hermano lo hagamos con misericordia, es entonces que se puede realmente ser de ayuda.

De ese modo seremos como el árbol bueno que da frutos buenos. ¿Cuál será ese árbol bueno?, podemos responder: el árbol de la Cruz de Cristo. Al injertarnos en ese árbol, muriendo a nuestros egoísmos y a la soberbia, somos capaces de producir los verdaderos frutos de la vida espiritual o lo que es lo mismo la vida en el Espíritu, estos son según nos enseña san Pablo “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Gál. 5, 22-23). Por el contario el árbol al que muchos se injertan es el mundo ¿cuáles son los frutos de ese árbol malo? “la fornicación, la impureza, la lujuria, la idolatría, la hechicería, las enemistades, los pleitos, los celos, las iras, las riñas, las discusiones, las divisiones, las envidias, las embriagueces, las orgías y cosas semejantes.” (Gal 5, 19-21) injertándonos en ese árbol el maligno enemigo pretende arrancarnos la vida, bien lo decía san Pablo “los que hacen esas cosas no heredarán el Reino de Dios.” (Gal 5, 21) y vaya que son fuertes las palabras del apóstol.

A la luz de lo anterior examinemos hoy nuestro modo de hablar y de obrar ¿qué frutos produzco yo? ¿qué sale de mi boca? Ojo que para destruir no se requiere decir groserías o insultos, hay modos sutiles de sembrar cizaña, aquel que siempre se queja de todo, aquel para el que todos es causa de pereza o tristeza, aquella que siempre vive buscando los defectos de los demás y que nunca está a gusto con las cosas, ponte a reflexionar ¿seré uno problemático en medio de mi casa, pasaje o comunidad? Usualmente el problemático siempre tiende a victimizarse por todo y no se da cuenta que en realidad es un victimario, si me descubro así la respuesta no es tirar la toalla o retirarse de todos lados ¡no! la respuesta es primero recordar cuál es tu identidad, eres un hijo de Dios que esta combatiendo el buen combate de la fe, entonces habrá que asumir esos defectos y comenzarse a corregir pidiendo al Señor la gracia, buscándola en los medios ordinarios que nos da (oración y sacramentos) y disponiéndonos a trabajar con tesón actuando por contrarios a nuestra sensibilidad (o mejor dicho irritabilidad) natural (virtudes), si ello implica aprender a controlar el lenguaje, alguna actitud o una conducta pues pediremos la ayuda oportuna a los hermanos, teniendo presente que nada cambia tanto como cuando yo cambio primero, y que nadie hará por ti lo que tú no estés dispuesto a hacer por ti.

Ánimo hermano, no temas, Cristo ha resucitado para llevarte a la nueva vida, una vida dichosa y eterna, pero es necesario que como el grano de trigo caigamos y muramos en tierra para renacer en esta nueva condición, todo lo que hagas por buscar vivir cada vez más como hijo de Dios, tiene grandes repercusiones de bien en la vida de toda la Iglesia, y toda la Iglesia te apoya en este caminar, el Señor va por delante, recuerda la palabras de san Pablo en la segunda lectura “estén firmes y permanezcan constante, trabajando siempre con fervor en la obra de Cristo, puesto que ustedes saben que sus fatigas no quedarán sin recompensa por parte del Señor”