1. Celebración de la Palabra
- Si 27, 4-7. No elogies antes de oírlo hablar.
- Sal 91. Es bueno darte gracias, Señor.
- 1 Co 15, 54-58. Nos da la victoria por medio de Jesucristo
- Lc 6, 39-45. De lo que rebosa el corazón habla la boca
Al examinar tu lenguaje ¿cómo es? ¿qué actitudes manifiesta?
¿Tu vida manifiesta la victoria de Cristo o vives como un triste sin esperanza?
¿Eres pronto al espíritu de crítica? ¿buscas corregir, imponerte o reprochar? ¿cómo ha afectado (para bien o para mal) tu vida en la comunidad este aspecto?
2. Catequesis
La fe cristiana interpela la realidad en la que se desarrolla, los valores del Reino habitualmente van contracorriente con la mentalidad del mundo actual, cuando se pregona la cultura de la muerte, el cristiano pregona la vida eterna; cuando se pregona el individualismo, el cristiano pregona la comunión; cuando se pregona la violencia y el afán de dominio, el cristiano pregona la mansedumbre y humildad.
Para no dejarse llevar por las modas del momento adaptándose al mundo presente el cristiano examina la realidad, entra en diálogo con ella pero no para hacerse como ella sino para responder ante los desafíos que supone con una perspectiva de fe en cada situación, de modo que siempre pueda desarrollar su camino de santidad e iluminar la realidad transformándola según los valores del Reino.
La Liturgia de la Palabra busca llevarnos a mantenernos vigilantes examinando los espíritus que animan nuestro entorno, de ahí que la sabiduría escrita en el libro del Sirácides nos diga: “El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona” Si 27, 7. Cuando Jesús en el evangelio invita a “no juzgar” hemos de verlo en base al ejemplo que pone de la viga, la paja y el ojo del hermano. La palabra del Señor quiere indicarnos que hemos de abstenernos de los juicios temerarios, es decir de las valoraciones y sentencias sobre los demás o la realidad que nos rodea cuando no tenemos todos los elementos necesarios para hacer el discernimiento oportuno ya que podríamos errar. Esto es lo que sucede habitualmente cuando nos dejamos llevar por la ira o la precipitación sin ponderar lo suficiente las cosas, simplemente se anhela venganza y se condena al otro desproporcionadamente. La valoración que el cristiano hace debe apuntar siempre a la salvación de las almas partiendo del discernimiento de los movimientos del propio corazón antes de ver lo que sucede en el hermano, porque sólo una mirada purificada podrá realmente ver las cosas como son bajo la luz de la fe de cara a la vida eterna.
La Iglesia nos enseña que la valoración moral de todo acto debe hacerse partiendo de tres componentes: el objeto elegido, es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad; el fin, es la intención con la que se realiza; y la circunstancias, comprendidas también las consecuencias. Siempre hemos de tener presente que un fin bueno no justifica un acto malo.
“El acto moralmente bueno supone a la vez la bondad del objeto, del fin y de las circunstancias. Un fin malo corrompe la acción, aunque su objeto sea de suyo bueno (como orar y ayunar para ser visto por los hombres). El objeto de la elección puede por sí solo viciar el conjunto de todo el acto. Hay comportamientos concretos -como la fornicación- que son siempre errados, porque su elección comporta un desorden de la voluntad, es decir, un mal moral. Es, por tanto, erróneo juzgar de la moralidad de los actos considerando sólo la intención que los inspira o las circunstancias (ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su marco. Hay actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de la circunstancias y de las intenciones, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto; por ejemplo, la blasfemia y el perjurio, el homicidio y el adulterio. No está permitido hacer el mal para obtener un bien” (Catecismo de la Iglesia nn. 1755-1756)
Para realizar esta valoración es oportuno por tanto recordar que todos tenemos el deber de formar la propia conciencia para que nuestros juicios sean según la razón conforme al bien verdadero querido por el Señor.
La mentalidad contemporánea busca sembrar, hoy por hoy, que la moralidad de los actos está basada en la esfera emocional, si “siento” que es bueno entonces debe serlo, y por sentir indica si provoca placer o gusto, no obstante, sea contrario a la recta razón. Los juicios de valor se vuelven irrelevantes cuando se renuncia al bien y a la verdad objetiva, si todo es relativo al cristal con que se mira, y se cambian los cristales según el gusto y placer, no existe firmeza y solidez que permita desarrollar una vida plena, para usar una imagen de la Sagrada Escritura, es una casa construida sobre arena, o como dirían los sociólogos estamos ante la base de la sociedad líquida ya que adquiere la forma del molde que se le ponga. Para no dejarnos llevar por este tipo de cultura es oportuno que el cristiano se forme continuamente.
“La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o cura del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón” (Catecismo de la Iglesia n.1784)
Cuando Israel salió de Egipto el Señor le entregó una ley, los mandamientos en realidad fueron para el Pueblo el modo en que se le comunicó la verdad sobre el bien a procurar y el mal a evitar para vivir con gozo la libertad que habían recibido y no perderla yéndose detrás de nuevas esclavitudes. “(Dijo Moisés a los israelitas:) Miren que les he enseñado leyes y normas, según me ha ordenado el Señor, mi Dios, para que se comporten con arreglo a ellas en la tierra en la que van a entrar a tomar posesión. Obsérvenlas y llévenlas a la práctica, pues serán su sabiduría y su discernimiento a los ojos de los pueblos que, al conocer todos estos mandatos, dirán: «En verdad esa gran nación es un pueblo sabio y juicioso»” Dt 4, 5-6.
De ahí que la Iglesia nos enseña que en el examen de la realidad interior y exterior “la Palabra de Dios es la luz que nos ilumina; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. Es preciso que examinemos nuestra conciencia atendiendo a la cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza de la Iglesia” (Catecismo de la Iglesia Católica nn. 1785)
El Evangelio de san Lucas en esta sección del sermón del llano nos invita en primer lugar a purificar nuestro corazón, lo cual pasa por la valoración de nuestro propio obrar para ver si estamos viviendo coherentemente nuestra fe, las palabras de Jesús no apuntan simplemente a reconocer que estamos mal y no actuar, siguiendo la lógica del “no puedo hacer nada por mí ni por el hermano,” sino que en todo caso debe ser un aliciente para entrar en la conversión renunciando a visiones mundanas y complejos mal sanos de culpabilidad que sumen en la parálisis, dejando que la luz de Cristo ilumine nuestras vidas y con renovado empeño nos lancemos a vivir según su Palabra con los auxilios de su gracia; así pasaremos al segundo momento, la valoración de nuestro entorno de modo que podamos transformar la realidad en la que nos desarrollamos, de modo que con una vida coherente sembremos los valores del Reino de los cielos que en nosotros están como en germen y que han de crecer hasta ser como árbol frondoso que da mucho fruto.
“La Palabra de Dios nos invita claramente a «afrontar las asechanzas del diablo» (Ef 6,11) y a detener «las flechas incendiarias del maligno» (Ef 6,16). No son palabras románticas, porque nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad. Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero. Si nos descuidamos nos seducirán fácilmente las falsas promesas del mal, porque, como decía el santo cura Brochero, «¿qué importa que Lucifer os prometa liberar y aun os arroje al seno de todos sus bienes, si son bienes engañosos, si son bienes envenenados?».
En este camino, el desarrollo de lo bueno, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal. Nadie resiste si opta por quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella. Menos aún si cae en un espíritu de derrota, porque «el que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. […] El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal».”
Papa Francisco, Gaudete et exsultate n.162-163
La Palabra es desafiante y nos recuerda que no somos meros espectadores en el mundo que vivimos, en ocasiones nos tocará jugarnos los afectos o incluso ser juzgados y condenados por el ambiente en el que nos desenvolvemos, basta pensar en las persecuciones de los primeros cristianos para ver como esto siempre ha sido verdadero en la vida de la Iglesia pero la fe en Cristo nos robustece, la esperanza nos consuela puesto que estamos cierto que la victoria definitiva la ha conquistado ya el Señor, su resurrección ilumina nuestra historia de modo que también nosotros hemos de escuchar resonar las palabras de San Pablo: “Por tanto, amados hermanos míos, manténganse firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que en el Señor su trabajo no es vano.” 1 Co 15, 58.
3. Edificación espiritual
¿Qué aprendí de esta catequesis?
¿Mi lenguaje transmite esperanza o son puras quejas, lamentos, deshonestidades? ¿Qué puedo hacer para mejorar o para cambiar?
¿Cómo tomo mis decisiones? ¿Cuándo valoro mi actuación moral tiendo a dejar llevar por el sentimentalismo o busco tomar decisiones en base a lo que es bueno y verdadero según la recta razón iluminada por la fe?
Hablando de la educación de la conciencia:
- ¿Cómo lo hicieron mis padres? ¿Quiénes me han ayudado en esta formación?
- ¿Cómo es mi relación con la Sagrada Escritura? ¿Puedo decir que sus palabras iluminan mi vida? ¿al menos lo intento? ¿Frecuento algún libros de espiritualidad cristiana (vida de santos, escritos de algún santo u otros)? ¿qué hay de los medios actuales de comunicación sigo un canal particular de YouTube o pagina de Facebook que me ayude a profundizar mi fe? ¿qué tanto estoy al día con las enseñanzas del Papa o de nuestro obispo?
- ¿Qué puedo hacer hoy para comenzar a formar cada vez mejor mi conciencia?