«La Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos; es el rostro con el que Dios mismo se ha revelado, no desde lo alto de una cátedra, sino caminando con la humanidad. Es justamente Jesús quien nos ha revelado al Padre y quien nos ha prometido el Espíritu Santo. Dios ha caminado con su pueblo en la historia del pueblo de Israel y Jesús ha caminado siempre con nosotros y nos ha prometido el Espíritu Santo que es fuego, que nos enseña todo lo que no sabemos, que dentro de nosotros nos guía, nos da buenas ideas y buenas inspiraciones.” (Papa Francisco)
Oración inicial. Nos ponemos en presencia de Dios para comenzar nuestra reunión, pedimos la luz del Espíritu Santo para acercarnos a la Sagrada Escritura, solicitamos la gracia de un corazón dócil y un oído atento para vivir con fruto este momento.
1. Celebración de la Palabra
Pr 8, 22-31. Antes de comenzar la tierra, la sabiduría fue engendrada.
Sal 8. Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Rm 5, 1-5. A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado con el Espíritu.
Jn 16, 12-15. Todo lo que tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará.
- La sabiduría en el Antiguo Testamento es contemplada como una prefiguración de Cristo, Palabra eterna del Padre ¿Qué significa para mí que el Padre haya querido comunicarse con el hombre? ¿Qué significa para mí que haya llegado a tal punto de enviarnos a su Hijo para anunciársenos?
- El Espíritu santo nos lleva a contemplar a Dios como Padre en Jesús ¿qué imágenes he tenido de Dios? ¿qué imágenes he tenido de un padre? ¿Cómo ha cambiado la comunidad eso?
- El evangelio nos muestra como Dios busca llevarnos hacia la plenitud de lo que podemos conocer de Él, esto no es sólo teórico sino también vivencial ¿creo que estoy conociendo más a Dios? ¿cómo ha cambiado esto desde que estoy en comunidad?
2. Catequesis
El Domingo inmediatamente después de Pentecostés la Iglesia celebra el misterio central de la fe, la Santísima Trinidad. Los cristianos: “Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Substancia o Naturaleza absolutamente simple” (Concilio de Letrán IV).
En muchas religiones incluida la judía Dios es concebido como Padre en cuanto creador de todo cuanto existe, más aún, en la revelación del antiguo testamento lo es por hacer de Israel su primogénito y heredero (cf. Ex 4, 22) también en cuanto que protege al desamparado (cf. Sal 68,6) así en término de fe se dice que “Padre” indica: “Que Dios es origen primero de todo y autoridad trascendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos” (Catecismo n. 239). Sin embargo, en el Nuevo Testamento Jesús nos ha revelado al “Padre” en un sentido nuevo, no sólo en cuanto Creador, sino en cuanto que de Él procede eternamente su Hijo Único. El Hijo es “consustancial” al Padre, es decir un solo Dios con Él. Asimismo antes de su Pascua Jesús anunció la llegada de “otro consolador” , se trata del Espíritu Santo, que actuó ya en la Creación, habló por los profetas y que como confesamos en el Credo y está con la Iglesia para enseñarle y conducirle a la verdad completa. “El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre” (Catecismo n. 244)
El misterio de la vida íntima de Dios, Uno y Trino, ha sido descrito por algún teólogo de la siguiente manera: “El Padre- por vía de generación intelectual- concibe de sí mismo una idea perfectísima: es su divino Hijo, su Verbo, en el que se reflejan su misma vida, su misma belleza, su misma inmensidad, su misma eternidad, sus mismas perfecciones infinitas. Y al contemplarse mutuamente, se establece entre las dos divinas personas- por vía de procedencia- una corriente de indecible amor, torrente impetuoso de llamas que es el Espíritu Santo” (Antonio Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, p. 45).
El Misterio de un solo Dios, tres personas distintas, no es posible llegarlo a conocer por deducción usando nuestra sóla razón, conocemos esto por Jesús nos los reveló. Él anunció numerosas veces que hay un Padre que nos ama, que hay un Padre que nos ha pensado desde toda la eternidad, que hay un Padre que busca nuestra salvación, que hay un Padre que busca colmar los anhelos más profundos de nuestro corazón, que hay un Padre que busca librarnos de la esclavitud del pecado y de sus consecuencias para que podamos llegar a vivir a la altura de nuestra dignidad de hijos, que hay un Padre que no ha escatimado nada para hacernos gozar de su amor y de una vida de comunión plena y perfecta con Él, que hay un Padre que ofreció a su Hijo Único para que volviéramos a Él.
Jesús nos anuncia también que Él es el enviado por el Padre, Él ha venido no sólo para ser el proclamador de una Buena Nueva, sino Él mismo es la Buena Nueva de salvación de la humanidad. Nuestro Dios tan Santo y Omnipotente, quiso unir nuestra condición humana a su condición divina, y en el Hijo Unigénito del Padre se unió a nuestra carne mortal, “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” dice el apóstol san Juan. En Jesús, Dios y el hombre entran en nueva relación, en su corazón laten el amor de Dios y el amor del hombre al unísono. En Jesús, Hijo del Padre, hemos sido salvados y redimidos. En Él el amor de Dios por nosotros llegó al extremo más grande, el amor de Dios se hizo misericordia. Él se entregó a la muerte por nosotros, y resucitando, nos ha hecho renacer a la vida eterna. En Jesús entramos en una nueva relación con Dios, pues hemos sido hechos hijos suyos.
En Jesús también se nos revela el amor con que el Padre le ha amado a Él y el amor con el cual Él ha amado al Padre, con ese mismo Amor ha amado a la humanidad entera, ese amor es la fuerza que viene de lo alto, que todo lo crea y que renueva la faz de la tierra, es el Amor que le consuela, es el Paráclito, el Espíritu Santo, que habría de iluminar y encender el corazón de todos los que gozan de esa vida nueva de la gracia, es Él quien guía y acompaña a la Iglesia recordándole todo lo que Jesús enseñó y llevándole a la verdad plena. Es Él quien santifica y eleva a las alturas para las cuales fue creado el hombre. Él le inspira en los más profundo de su corazón aquella Palabra que transforma todo su ser, toda su historia y todo su obrar. La nueva relación con Dios, que es Uno y Trino, lleva al hombre ya no a amar y conocer con meras categorías y criterios terrenos, sino que entra en el mismo amor de Dios, amor divino que viendo su miseria tuvo compasión de él, amor que se hizo misericordia.
Este Dios tan grande y poderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, mora en cada uno de loscristianos por la acción de su gracia, es lo que en teología se conoce como “la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo”, que no es otra cosa que decir, Dios vive en ti. Por ello toda nuestra vida es eminentemente trinitaria. La Sagrada Escritura los testimonia:
- “Si alguno me ama, guardará mis palabras y mi Padre le amará y vendremos a él y en él haremos nuestra morada” (Jn 14, 23)
- “Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16)
- “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno profana el templo de Dios, Dios le destruirá. Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros” (1 Cor 3, 16-17)
- “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis?” (1 Cor 6, 19)
- “Pues vosotros sois templos de Dios vivo” (2 Cor 6, 16)
- “Guarda el buen depósito por la virtud del Espíritu Santo, que mora en nosotros” (2 Tim 1, 14)
Otro tanto testimonia la Tradición: “Al principio del siglo II, san Ignacio de Antioquía dice en sus cartas que los verdaderos cristianos llevan a Dios en sí y los llama “theophoroi” o “portadores de Dios”. Esta doctrina es común en la Iglesia primitiva; los mártires la proclaman en alta voz delante de sus jueces. Santa Lucía responde a Pascacio, prefecto de Siracusa “Las palabras no pueden faltar a los que llevan en sí al Espíritu Santo”. ¿Entonces el Espíritu Santo en ti?” “Así es, todos los que llevan vida casta y piadosa son templo del Espíritu Santo”.
Entre los Padres griegos, san Atanasio dice que las tres divinas personas están en nosotros (cf. Epist. I ad Serap). San Basilio declara que el Espíritu Santo, por su presencia, nos hace cada vez más espirituales y conformes a la imagen del Unigénito (De Spiritu Sancto), san Cirilo de Alejandría trata igualmente de esta íntima unión del justo con el Espíritu Santo (Diál.) Entre los Padres latinos, san Ambrosio enseña que lo hemos recibido con el bautismo y más aún con la confirmación (De Spiritu Sancto). San Agustín prueba que según el testimonio de los Padres más antiguos no es sólo la gracia lo que se nos da, sino Dios mismo, el Espíritu Santo y sus siete Dones (De fide et symbolo y De Trinitate). Esta doctrina revelada nos es inculcada, en fin, por la enseñanza oficial de la Iglesia. El Concilio de Trento dice a su vez: “La causa eficiente de nuestra justificación es Dios, quien, en su misericordia, nos purifica gratuitamente y nos santifica, ungiéndonos y marcándonos con el sello del Espíritu Santo, que nos fue prometido y es la prenda de nuestra herencia” (Dz 799)
(El Papa )León XIII lo diría de la siguiente manera: “Conviene recordar las explicaciones dadas por los Doctores según las enseñanzas de las Santas Escrituras: Dios está en presente en todas las cosas por su poder, en cuanto todo le está sometido, por su presencia, en cuanto todo está patente a sus ojos; por su esencia, en cuanto que está íntimamente en todos los seres como causa de su existencia. Pero Dios no está en el hombre como está en las cosas; está además en cuanto que es conocido y amado por él, ya que nuestra naturaleza nos lleva a amar, desear y aspirar al bien. Dios, por su gracia, reside en el alma del justo como en templo, de un modo muy íntimo y especial. De ahí ese lazo que tan estrechamente une al alma con Dios más de lo que un amigo puede estarlo con su mejor amigo, y le permite gozar de él con una gran dulzura” (Las tres edades de la vida interior, p.112-113)
El misterio de la Santísima Trinidad y de su inhabitación en cada uno de los bautizados lleva a la admiración del gran don que hemos recibido de Dios, pero no hemos de olvidar que la espiritualidad trinitaria es espiritualidad de comunión, con las Personas Divinas, ciertamente, pero también con aquellos que unen a ella, es decir con nuestro prójimo, son muy ilustrativas unas palabras del Papa Francisco:
“Celebramos la solemnidad de la santísima Trinidad, que presenta a nuestra contemplación y adoración la vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: una vida de comunión y de amor perfecto, origen y meta de todo el universo y de cada criatura, Dios. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos amó. Es el amor el signo concreto que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es el amor el distintivo del cristiano, como nos dijo Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» ( Jn 13, 35). Es una contradicción pensar en cristianos que se odian. Es una contradicción. Y el diablo busca siempre esto: hacernos odiar, porque él siembra siempre la cizaña del odio; él no conoce el amor, el amor es de Dios.” (Papa Francisco, 15 de junio de 2014)
El misterio de la Santísima Trinidad de este modo nos hace entrar en el conocimiento de Dios en sí mismo, su inhabitación en nosotros y las consecuencias prácticas de su vida de comunión para aquellos que profesamos la fe en Él, podríamos decir que la vida en Comunidad es una vida en el amor de la Santísima Trinidad, por lo que el aislarnos, encerrarnos en nosotros mismos, en “nuestro mundo” como si no hubiera algo ni alguien más es radicalmente contrario a la vida divina que hay en nosotros, de ahí que la vida nueva en Cristo que se vive en la Iglesia apunte siempre a construir puentes y lazos con los cuales nos hagamos cada vez más cercanos los unos a los otros.
3. Edificación espiritual
- ¿Qué aprendí de esta catequesis?
- ¿Qué significa para mí que la Santísima Trinidad “inhabite” en mi? (para algunos será causa de consuelo, para otros confianza, para otros fortaleza, para otros alegría, para otros esperanza, etc.)
- ¿Qué devociones trinitarias he aprendido en mi vida? (Trisagio, Divina Providencia, Gloria, etc.)
- ¿Cómo la comunión de vida del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo ilumina nuestra vida de comunidad? ¿en qué ocasiones me veo tentado a aislarme? ¿por qué? ¿de dónde me viene a veces la apatía o el buen ánimo por vivir una vida comunitaria parroquial (participación en actividades parroquiales)?
- Conocimiento y amor, son dos características de la vida de comunión intratrinitaria, ¿puedo decir que conozco y que busco esmerarme en conocer cada vez más a mis hermanos de comunidad? ¿aún me reservo cosas? ¿cómo cultivo el amor para con mis hermanos de comunidad?