Por su naturaleza humana Jesús también vivía en cuanto hombre una vida interior como nosotros, el también tiene un alma, recordemos el alma aunque no la vemos porque es espiritual, la percibimos por su obrar, por sus potencias, por lo que ella puede, el cual se manifiesta en el entendimiento, por el cual conocemos la verdad de las cosas, por su voluntad, por la cual queremos el bien conocido. También Jesús vivía estas realidades, por eso al contemplar su Corazón contemplamos que en cuanto hombre amaba buscando siempre el bien, Él desarrollaba una vida interior como nosotros,una vida intelectual y moral.
esús también conoció como un ser humano puede conocer. La Sagrada Escritura nos lo muestra: dice san Lucas (2, 52) en los relatos de su infancia que crecía en “en sabiduría, en edad”; el profeta Isaías (11, 2-3) profetizó que Él estaría “colmado del espíritu de sabiduría y de entendimiento, de ciencia y de consejo” santo Tomás de Aquino meditando en la relación que existe entre el conocimiento que existe en Jesús al ser Dios y hombre verdadero dirá apoyándose en el versículo de Apocalipsis (5,12) que dice “Digno es el Cordero de recibir la divinidad y la ciencia” que Cristo conoce todo “lo que de cualquier modo existe, existirá o existió, o fue hecho o dicho o pensado por quienquiera que sea, en cualquier tiempo.”.
De ahí que nuestro Señor conocía todo lo que habría de padecer como dice a sus apóstoles “Miren, subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles para burlarse de él y azotarlo y crucificarlo, pero al tercer día resucitará.” (Mt 20, 18-19).
Considera querido hermano por un momento al meditar en el amor del Corazón de Jesús: Él te conoce, Él nos conoce, sabe quienes somos, conoce nuestras luchas, conoce nuestros problemas, esta sabedor de nuestras debilidades, conoce ciertamente nuestras faltas, su conocimiento es tan perfecto que más de algún santo dirá que en el Getsemaní, mientras oraba al Padre, contemplaba no sólo los sufrimientos que habría de padecer, sino que también contemplaba los pecados por los cuales padecería, y sabemos que Él no había pecado, entonces contemplaba nuestros pecados querido hermano, ¡cómo no se estremecería! Sudaba gotas de sangre e incluso un ángel vino a consolarle.
Considera por un momento al meditar en el amor del Corazón de Jesús: Él te conoce, Él nos conoce, sabe quienes somos, conoce nuestras luchas, conoce nuestros problemas, esta sabedor de nuestras debilidades, conoce ciertamente nuestras faltas, su conocimiento es tan perfecto que más de algún santo dirá que en el Getsemaní, mientras oraba al Padre, contemplaba no sólo los sufrimientos que habría de padecer, sino que también contemplaba los pecados por los cuales padecería, y sabemos que Él no había pecado, entonces contemplaba nuestros pecados querido hermano, ¡cómo no se estremecería! Sudaba gotas de sangre e incluso un ángel vino a consolarle.
Y quieres saber que tan grande es el misterio de amor que encierra el Corazón de Jesús, que no sólo Él te conoce, sino que también, ejercitando su voluntad, asumió esos sufrimientos para salvarnos, sí el tomó sobre sí libre y voluntariamente nuestros pecados para rescatarnos de la muerte eterna, el eligió todo esto por amor a nosotros, porque el amor no es otra cosa sino procurar el bien del otro, y Cristo nos procuró el mayor de los bienes, la comunión plena con Él en cielo, deberíamos conmovernos hasta las lágrimas al escuchar con cuanto libertad y firmeza elige dar su vida por nosotros “Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente.” Dice en el evangelio de Juan (10, 18)
Así como en Cristo encontramos una inteligencia y voluntad humanas, también encontramos una sensibilidad y afectividad físicas que están “radicadas materialmente”[1] en su cuerpo como nos sucede a todos los seres humanos. Los autores sagrados nos hablan de los diferentes emociones y gestos expresivos de Jesús, deseo como cuando la Última Cena dijo “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer…” (Lc 22, 15) o la alegría al enviar a los 72 discípulos en misión dice el evangelio que “En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.”(Lc 10, 21)
«La mirada, las palabras y las actitudes de Cristo dejan adivinar, por tanto, en filigrana, un verdadero corazón humano»[2]La Sagrada Escritura nos muestra esta sensibilidad y afectos de Jesús, se enfadó cuando los discípulos no dejaban acercarse a los niños (cf. Mc 10, 14), es más, les abrazaba (cf. Mc. 10, 16) se conmovió al ver la multitud de personas como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 36), lloró por la muerte de Lázaro (cf. Jn 11, 35) y por la necedad de Jerusalén (Lc 19, 41), miró con amor al joven rico (cf. Mc 10, 21), vemos el celo con el que obra al expulsar los vendedores del Templo(cf. Mc 11, 15), se entristeció en la agonía de Getsemaní (cf. Mt 26, 38), fue consolado por la visita del ángel (cf. Lc 22, 43) etc.
Que hermoso considerar queridos hermanos, que al contemplar el Corazón de Jesús, estas contemplando aquel amor que no ama fríamente, sino con ternura y suavidad, que busca hacer llegar a nosotros la misericordia divina, por canales que son tan naturales para nosotros como las mismas emociones, considera como sentiría la suegra de Pedro cuando llena de fiebre Jesús se le acercó la tomo de la mano y la curó.
Imagínate a aquellos niños que querían conocerle, ver a aquel de quien todos hablaban, al que todos admiraban porque pasaba haciendo el bien y que quizás ya estaban por retirarse entristecidos por el regaño de los mayores cómo se habrán sentido cuando el salió en su defensa, con que ternura los habrá abrazado y que alegría invadiría el corazón de aquellos niños cuando eran bendecidos por el mismo Dios en las manos de Jesús.
Considera sus tristezas al ver como hoy como en aquellos días, muchos le rechazan, le critican o son tan fríos e indiferentes con Él, Jesús lloró por la terquedad de aquellos que no entraron en la conversión, ¿cuántas lágrimas le habremos ocasionado? Quizás llorará por la muerte espiritual de aquel que cae en pecado mortal como cuando lloró por la muerte de su amigo Lázaro; y cuánta alegría experimentará su Corazón santísimo cuando entramos en la conversión y nos volvemos a Él, cuando no somos indiferentes ante sus sufrimientos en Cruz, cuando decidimos abrazar en fe la vida nueva a la que nos ha invitado, Él mismo ha dicho que esto hace a todo el cielo entrar en una gran alegría.
En el corazón de Jesús se reconcilia el amor de Dios y el amor del hombre, la voluntad de Dios y la voluntad del hombre, el hombre vuelve a decir sí a Dios.
En el Corazón de Cristo el Corazón del hombre aprende a decir sí a la voluntad divina, entrando en comunión de vida con la Santísima Trinidad.
El Corazón de Cristo encierra un mensaje para todo hombre; habla también al mundo de hoy. En una sociedad, en la que la técnica y la informática se desarrollan a un ritmo creciente y la gente se siente atraída por una infinidad de intereses, a menudo contrastantes, el hombre corre el riesgo de perder su centro, el centro de sí mismo. Al mostrarnos su Corazón, Jesús nos recuerda ante todo que allí, en la intimidad de la persona, es donde se decide el destino de cada uno, la muerte o la vida en sentido definitivo. Él mismo nos da en abundancia la vida, que permite a nuestro corazón, endurecido a veces por la indiferencia y el egoísmo, abrirse a una forma de vida más elevada
San Juan Pablo II, Angelus 2 de julio de 2000.
[1] I. Andereggen, El corazón del Verbo encarnado…, 136.
[2] É. Glotin, La Biblia del Corazón de Jesús…, 204.