La Liturgia de la Palabra nos recuerda hoy que en el seguimiento de Cristo hay que estar dispuesto a dejarlo todo con tal de ir tras Él, san Benito lo diría de otro modo, “no antepongan nada a Jesucristo”. Pero no perdamos de vista, toda renuncia es primero una entrega, y en el discipulado se trata de la entrega total de sí mismo al Señor, he ahí la auténtica libertad de la que goza el cristiano.
El Señor toma la iniciativa de salirnos al encuentro, nos invita a hacer camino con Él, los modos en que ocurre esta llamada son muy variados, sin embargo es siempre Dios quien se encuentra detrás de esta convocatorio. La primera lectura nos presenta a Eliseo quien habrá de ser el sucesor del profeta Elías, el gesto realizado al ofrecer en holocausto el ganado y quemar su carreta en el fondo nos manifiestan como ante la llamada del Señor dejos sus seguridad para no volver atrás, con el Señor o todo o nada.
El salmista canta la grandeza de aquel que al dejarlo todo descubre al Señor como su único tesoro, parece ser un hombre descendiente de la tribu de Levi quien entona este cántico, a esta tribu en la repartición de la tierra prometida no se le asignó ninguna herencia ya que al estar dedicados al servicio del culto del Señor, Él mismo se declaró para ellos como su tierra prometida, de ahí que diga “El Señor es el lote de mi heredad” que no es otra cosa que decir el Señor es mi recompensa, mi tierra, mi seguridad, aquello que tanto anhelo y ansío. En palabras de santa Teresa “Quien a Dios tiene, nada la falta. Sólo Dios basta”
Este misterio se revela aún más interpelador en el Evangelio que hemos escuchado, hay tres vocaciones, tres hombres, uno primero que parece estar dispuesto a entregarse del todo al seguimiento de Cristo, para purificar su intención el Señor le recuerda que no es seguridades terrenas lo que obtendrá en recompensa, de hecho recordemos que Jesús va subiendo a Jerusalén, hacia ahí a la muerte en Cruz es que se dirige, hacía habrá de seguirle, pero sabemos nosotros que quien sigue a Cristo en el Calvario, le sigue en la Resurrección y la Gloria. Al segundo que pide permiso de ir tras enterrar a sus padres le dice una expresión que a nuestra sensibilidad parece dura pero que en el fondo quiere recordarle a aquel hombre que el seguimiento no es para cuando “quede tiempo libre” después de atender otros compromisos, esta es la verdadera entrega. Finalmente al que quiere ir a despedirse de sus padres, le dice quien pone su mano en el arado no ha de ver para atrás, en este punto vemos como se separa del caso de Elías y Eliseo, porque el seguimiento de Jesús es más exigente, a la hora de seguirle no hay vuelta atrás, es un lanzarse siempre hacia adelante, porque quien no lo hace termina desviando el camino.
San Óscar Romero hace una exhortación maravillosa sobre estos últimos dos casos, dirá:
Cristo le dice: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». En lenguaje oriental la expresión no es tan dura. Sin duda que si hubiera muerto ya el padre, Cristo le hubiera permitido ir a enterrarlo. Se trata de una especie de decirle: «Te voy a seguir pero cuando no tenga compromisos familiares». Y son estas mediocridades las que a Cristo le repugnan. «Si no eres capaz de desprenderte ahora, no lo serás más tarde». Y al otro le dice: «Todo aquel que pone la mano en el arado y echa la mirada atrás» -expresión que quiere decir, como complaciéndose de su pasado, como contento de lo que ha hecho hombres haraganes, que no quieren dar un paso con Cristo en el desprendimiento a un futuro difícil- «¡No eres digno del reino de los cielos!».
En esta hora, hermanos, en que hay tantas necesidades en la Iglesia, da gusto escuchar hombres que como Eliseo se expresan en lenguaje sencillo a través de cartas; como que se ha convertido, como que han sentido la presencia de la Iglesia que los llama, que los espera en su propio ministerio. Yo le doy gracias al Señor, porque en esta hora son muchos los corazones que despiertan de su letargo. Así como también hay muchos que, como los que Cristo rechazó, son mediocridades. Quieren estar más a gusto con su familia, con sus cosas. No son capaces de desprenderse. Y esta vocación cristiana es de desprendimiento.
Al fin y el acabo este desprendimiento lleva en el seguimiento de Cristo al hombre y a la mujer a la verdadera libertad, esa libertad que nos arranca de la esclavitud del pecado y sus consecuencias, esa libertad que nos arranca de los criterios mundanos de los cuales muchos se dejan llevar, esa libertad que nos arranca de nuestros egoísmos, comodidades, complejos, murmuraciones, esa queridos hermanos es la libertad que anunciaba san Pablo, la libertad de hijos de Dios.
Pidamos la gracia al Espíritu Santo en que abra nuestro entendimiento y nuestro corazón para poder ver estas realidades y seguir a Cristo renunciando a todo lo que supone nos obstaculiza el vivir como discípulos que encuentran en Él, no sólo la única sino la suprema, la auténtica, la gloriosa vida que no nos será arrebatada.
Lecturas:
• 1R 19, 16b. 19-21. Elíseo se levantó y marchó tras Elías.
• Sal 15. Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.
• Ga 5, 1. 13-18. Vuestra vocación es la libertad.
• Lc 9, 51-62. Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Te seguiré adonde vayas.
IMG: «La historia de la Biblia. Del Génesis al Apocalipsis» 1873