Catequesis XIV Domingo TO – Ciclo C

CATEQUESIS PEQUEÑAS COMUNIDADES Y COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE

30/06/2022

«La verdadera y única paz de las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y animados de la esperanza del cielo, hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses de este mundo… Se equivoca quien se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas. Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo deberían convencer a este hombre de que ha construido sobre arena los fundamentos de la paz» (San Beda el Verable, Homilía 12, Vigilia de Pentecostés).

Oración inicial. Nos ponemos en presencia de Dios para comenzar nuestra reunión, pedimos la luz del Espíritu Santo para acercarnos a la Sagrada Escritura, solicitamos la gracia de un corazón dócil y un oído atento para vivir con fruto este momento.

1.    Celebración de la Palabra

Recordemos para dar nuestro Eco de la Palabra podemos preguntarnos ¿Qué dice el texto? ¿Qué me dice el texto? Y nuestra respuesta ha de ser Auténtica, Breve y Cristocéntrica.

Is 66, 10-14. Yo haré correr la paz sobre ella como un río

Sal 65. Las obras del Señor son admirables

Gal 6, 14-18. Llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado por Cristo

Lc 10, 1-12.17-20. El deseo de paz de ustedes se cumplirá

La lectura de Isaías es todo un oráculo de consuelo, es una palabra que anuncia la llegada de la paz ¿en qué situaciones mi vida anhelo esta paz del Señor?

El salmo cante la alegría del hombre que ha visto en su vida la intervención del Señor en su favor ¿En que cosas he visto la mano de Dios en mi vida en el último mes?

San Pablo habla de que el mundo está crucificado para él y él para el mundo ¿en mi vida en concreto qué atractivos del mundo han de ser crucificados? O ¿de qué modos aparezco crucificado ante el mundo?

En las últimas semanas hemos estado misionando la parroquia, a la luz de la palabra, ¿cuál ha sido mi experiencia en esta misión? (corderos en medio de lobos, apertura, rechazo, atención a enfermos, etc.)

2.    Catequesis

El evangelio dominical nos marca la pauta para entrar en el misterio que la Iglesia nos lleva meditar en esta ocasión, la misión de los setenta y dos discípulos es un recordatorio para todo cristiano de como la misión evangelizadora es una responsabilidad de todos, una tarea que no acaba, es una exigencia de nuestra fe, puesto que al adherirnos a Cristo Jesús por el Bautismo nos hacemos también partícipes de su misión de llevar el Reino de Dios por el mundo entero hasta conducir a todos a la Jerusalén celeste que es la imagen de la Iglesia triunfante en Cristo Jesús.

El Señor viene a anunciarnos la Buena Nueva de la salvación, pero hoy en día muchos pierden de vista la necesidad de ésta, ¿de qué nos quiere salvar el Señor? Él quiere librarnos del “antirreino” del imperio del pecado y de la muerte, quiere rescatarnos de una vida lejos de Él y de su amor, quien se deja conducir por la seducciones del mundo, el demonio y la carne, fácilmente puede quedarse en ese estado de distancia de Dios de modo permanente, a eso es a lo que llamamos infierno “la separación eterna de Dios” (Catecismo n.1035).

Los signos de la separación de Dios se manifiestan ya en esta vida no sólo en aquel que no persevera unido a la Iglesia, si no también en aquellos que aún viniendo a ella todos los domingos deliberadamente no entra en la conversión del corazón, llevando una doble vida, permaneciendo en el pecado. La amargura, tristeza, celosía, egoísmos, divisiones, violencia, etc. Son algunas manifestaciones de las consecuencias del pecado en el mundo.

“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.” (Evangelii Gaudium n.2)

Recordemos que hay una diferencia entre caer por debilidad y caer por necedad de perseverar en una vida fuera de la voluntad de Dios, en el primer caso la intención no está viciada y por tanto hay lucha y propósito de enmienda, si el alma es fiel a la gracia poco a poco podrá ir triunfando en su buen propósito; en el segundo caso, por venial que fuese el pecado, la intención ya está viciada y por tanto irá cayendo cada vez más estrepitosamente en la muerte espiritual.

El cristiano al hacer experiencia del amor de Cristo, que perdona su pecado y le concede la vida de la gracia, descubre como en la comunión con su Iglesia, entra en una auténtica comunión de vida nueva, hace experiencia de los frutos del Espíritu Santo en su vida y comienza a gozar en esperanza aquello que un día habrá de poseer en plenitud en la gloria del cielo. Además, experimenta en su corazón la invitación de Jesús de atraer a más hombres y mujeres a esta comunión, el amor mueve nuestros corazones a la apertura de compartir esta alegría con otros, al unirse a Jesús en el amor, también se sienten interpelados a compartir su misión, su corazón arde al contemplar como “la mies es abundante y los obreros pocos” así mientras ruegan al dueño de la mies que envíe obreros ellos se ponen en camino para llevar la Buena Nueva de Cristo que trae la auténtica paz a los corazones de los hombres.

“En virtud del Bautismo recibido, cada miembro del Pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero (cf. Mt 28,19). Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la Iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador, y sería inadecuado pensar en un esquema de evangelización llevado adelante por actores calificados donde el resto del pueblo fiel sea sólo receptivo de sus acciones. La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados. Esta convicción se convierte en un llamado dirigido a cada cristiano, para que nadie postergue su compromiso con la evangelización, pues si uno de verdad ha hecho una experiencia del amor de Dios que lo salva, no necesita mucho tiempo de preparación para salir a anunciarlo, no puede esperar que le den muchos cursos o largas instrucciones. Todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús; ya no decimos que somos «discípulos» y «misioneros», sino que somos siempre «discípulos misioneros». Si no nos convencemos, miremos a los primeros discípulos, quienes inmediatamente después de conocer la mirada de Jesús, salían a proclamarlo gozosos: «¡Hemos encontrado al Mesías!» (Jn 1,41). La samaritana, apenas salió de su diálogo con Jesús, se convirtió en misionera, y muchos samaritanos creyeron en Jesús «por la palabra de la mujer» (Jn 4,39). También san Pablo, a partir de su encuentro con Jesucristo, «enseguida se puso a predicar que Jesús era el Hijo de Dios» (Hch 9,20). ¿A qué esperamos nosotros?” (Evangelii Gaudium n.120)

Ciertamente la misión no es fácil, el mismo Jesús dijo que vamos como “ovejas en medio de lobos” y que incluso no todos aceptaran la palabra que se les dirige, pero esto no debe hacernos entrar en la zozobra que paraliza ya lo decía el Papa Francisco “Si dejamos que las dudas y temores sofoquen toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos, simplemente nos quedemos cómodos y no provoquemos avance alguno y, en ese caso, no seremos partícipes de procesos históricos con nuestra cooperación, sino simplemente espectadores de un estancamiento infecundo de la Iglesia.” (Evangelii Gaudium 129). Si no nos reciben en un lugar la misión continúa, siempre en movimiento, poniendo atención a los más débiles y excluidos como los enfermos y siempre pregonar la llegada del Reino, que es la apuesta por una vida diferente, una vida en comunión con Dios y su Iglesia.

Nuestro deseo es conducir a todos a la Jerusalén celeste, para celebrar la alianza con Dios, alianza que se vive de un modo especial en la celebración de la Sagrada Liturgia, recordemos el Señor convoca a su Pueblo en la Asamblea santa para que éste le dé un culto en espíritu y verdad, al contemplar a su Dios y unirse a Él todo hombre vive plenamente y experimenta el gozo y la paz, en anticipo ya en cada Misa pero un día en plenitud en la gloria del cielo.

“El mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cfr. Rom 10,17): la Iglesia lo confecciona a medida, con la blancura de una vestidura lavada en la Sangre del Cordero (cfr. Ap 7,14). No debemos tener ni un momento de descanso, sabiendo que no todos han recibido aún la invitación a la Cena, o que otros la han olvidado o perdido en los tortuosos caminos de la vida de los hombres. Por eso, he dicho que “sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii gaudium, n. 27): para que todos puedan sentarse a la Cena del sacrificio del Cordero y vivir de Él.

Antes de nuestra respuesta a su invitación – mucho antes – está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros. Por nuestra parte, la respuesta posible, la ascesis más exigente es, como siempre, la de entregarnos a su amor, la de dejarnos atraer por Él. Ciertamente, nuestra comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo ha sido deseada por Él en la última Cena.” (Desidero Desideravi n.5-6)

De ahí que la misión siempre apunta a la celebración de la Eucaristía, en la cual queremos participar plena, consciente y activamente como hermanos en la fe, puesto que es ahí que como comunidad cristiana nos unimos todos y cada uno a Jesús en oración y de un modo especial al recibir la santa comunión, ya lo decía san León Magno «Nuestra participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo no tiende a otra cosa sino a convertirnos en lo que comemos» por eso la celebración litúrgica nos transforma, nos une, nos santifica, así lo testimonia la oración sobre las ofrendas de este domingo “La oblación que te ofrecemos, Señor, nos purifique y nos haga participar, de día en día, de la vida del reino glorioso”.

3.    Edificación espiritual

  • ¿Qué aprendí de esta catequesis?
  • El imperio del pecado en el mundo se manifiesta a través de las seducciones del mundo, del demonio y de la carne ¿en mi vida como se hace presente este antirreino?
  • Jesús nos invita a todos a salir en misión, los visiteos son una iniciativa en ese campo, ¿de qué otros modos podríamos hacer misión a nivel personal pero también como comunidad?
  • Mi comunidad es el modo inmediato en el que vivo mi ser Iglesia ¿aún me siento entusiasmado? ¿qué cosas me detienen a veces? ¿Qué cosas me motivan? ¿a qué me comprometo para mejorar la vida en comunidad?
  • La misión tiene su culmen en la celebración de la Eucaristía ¿cómo vivo la santa Misa? ¿cómo me preparo? ¿me detengo a dar gracias? ¿cómo vivimos la Eucaristía como comunidad? ¿nos animamos a participar de ella? ¿Cuándo hay un enfermo procuramos hacer las diligencias necesarias para que pueda recibir la santa comunión?