Combatiendo la dispersión

Un día conversaba con un muchacho y le comentaba como sería interesante aprender a escuchar música clásica, dedicarse por un momento sólo a escuchar, y me dice “sí padre, estaría muy bien esa para cuando uno está haciendo limpieza” aquello me llevó a preguntarle, “¿serías capaz de solamente sentarte a escuchar sin tener que hacer otra cosa?” a lo que me manifestó que le sería difícil, entonces le pregunté “¿cómo haces entonces en las homilías u otras predicaciones?”. Esta conversación tan casual me llevo a considerar por un momento como en el mundo en el que nos desenvolvemos estamos tan acostumbrados a estar pendientes de muchas cosas que nos parece todo un reto dedicarnos sólo a una, esto realmente nos puede conducir a vivir distraídos a causa de la dispersión, y no hay nada tan pernicioso para la vida de oración como que el hombre o la mujer no sean capaces de recoger o agrupar sus pensamientos, sus afectos, sus quereres como quien los ubica en un solo lugar para poder aplicarlos a una materia en particular, esta concentración que literalmente quiere dar a entender la idea de traer todo al centro, es un preámbulo para el ejercicio de la oración.

Y realmente no aplica sólo a la oración, sino que es un fundamento claro en todo proceso de resolución de conflictos y problemas, muchas veces esa misma dispersión contribuye a crear lo que se conocen como “factores estresores” que poco a poco se van sumando y van haciendo que nuestra mente se embote, que nuestras emociones se alteren y termine deformándose nuestro mundo sentimental, e incluso nuestra voluntad acaba por no saber elegir una cosa u otra, muchas iras, juicios temerarios, resentimientos, discordias y complejos terminan por manifestar esta incapacidad de aplicarse con esmero a una cosa en particular.

Es cierto que el mundo en el que vivimos nos exige responder a multiples necesidades, y a menudo simplemente “reaccionamos”, somos incapaces de responder, la respuesta exige pensamiento, dedicación, reflexión, esmero, paciencia y decisión. Más aún el cristiano busca preguntarse en cada ocasión ¿cómo puedo glorificar a Dios en medio de esta situación? ¿cómo puedo vivir la voluntad de Dios en este caso? ¿cómo puedo manifestar mejor su amor? ¿cómo puedo realmente procurar el bien aquí? Y para esto sabrá recurrir a la Palabra de Dios, no en busca de un recetario sino de los principios que guíen todo su actuar, encomendando siempre al Señor su resultado. Responder a estar preguntas supone tener momentos en el día dedicados a la oración, esto nos lo muestra el Señor, por los evangelios sabemos que pasaba noches enteras sumergido en diálogo con el Padre, particularmente ante las jornadas llenas de predicaciones y curaciones de enfermos o cuando habría de tomar grandes decisiones como la elección de los 12 apóstoles o en el huerto de los olivos antes de su pasión.

Como hombres y mujeres que quiere configurarse con el Corazón de Cristo hagámonos el propósito de hacer pequeños ejercicios que nos ayuden a guardar el recogimiento interior, puede ser dedicar unos 10 minutos de nuestra jornada a pasar en silencio en una habitación, a hacer un oficio dedicándonos solamente a eso hasta concluir, cultivar la lectura de un libro por 10 minutos de corrido, sentarnos a la mesa del comedor sin usar nuestro teléfono poniendolo en silencio en otra habitación hasta terminar de comer, etc.

Estos pequeños ejercicios nos servirán de ejercicio de concentración que con el tiempo nos irán disponiendo a hacer lo que tenemos que hacer. De este modo iremos ganando terreno frente a la dispersión cuyos frutos veremos en nuestra vida de oración pero ojo esto implica también dedicar tiempo al diálogo con el Señor, no es arte de magia, la oración es como un ejercicio muscular requiere tiempo, dedicación y constancia para aprender a hacerla y que nuestra vida espiritual se desarrolle.

Jesús Manso y humilde Corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo.

IMG: Fotografía de Mirna Encinas de un crucifijo en Malbork, Polonia