“Yo encuentro en el mensaje del profeta Jeremías y de la carta a los Hebreos, y sobre todo en las divinas palabras de Cristo en su evangelio, el secreto de la felicidad. Tal vez a algunos les ha sorprendido cómo Cristo se presenta hoy precisamente diciendo: «¿Piensan ustedes que he venido a traer al mundo la paz?» No, sino división». No vayan a decir que Cristo está predicando la violencia. Sí está predicando la violencia, pero la verdadera violencia que necesita la paz verdadera. «No piensen que he venido a traer una paz superficial». Este es el primer punto de este mensaje de hoy. ¿En qué consiste, pues, la paz? La paz consiste en la sintonía con el plan de Dios.” San Óscar Romero
Oración inicial. Nos ponemos en presencia de Dios para comenzar nuestra reunión, pedimos la luz del Espíritu Santo para acercarnos a la Sagrada Escritura, solicitamos la gracia de un corazón dócil y un oído atento para vivir con fruto este momento.
1. Celebración de la Palabra
• Jr 38, 4-6. 8-10. Me engendraste hombre de pleitos para todo el país.
• Sal 39. Señor, date prisa en socorrerme.
• Hb 12, 1-4. Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos.
• Lc 12, 49-53. No he venido a traer paz, sino división.
¿En qué ocasiones me he sentido como Jeremías sufriendo por vivir según el Evangelio?
¿Recuerdo alguna vez en la que haya hecho una oración semejante a la del salmo 39? (¿Clamo a Dios en mi angustia o me olvido de Él enfocándome sólo en el dolor?)
¿En qué ocasiones me he sentido tentado a abandonar el seguimiento del Señor?
¿En qué sentido creo que Jesús dice que no viene a traer paz?
2. Catequesis
El evangelio de san Lucas nos presenta una palabra interpelante, el cristiano ha de ser capaz de tomar resoluciones decisivas en su camino de seguimiento de Jesús. Mientras Él va con sus discípulos rumbo a Jerusalén, lugar de su Pasión, comienza un discurso de carácter escatológico, es decir relativo al fin de los tiempos, ya anteriormente les ha advertido del peligro de aferrar el corazón a los bienes materiales, incluso les ha explicado como servirse de ellos para acumular tesoros en el cielo, ahora da otro paso, al presentarse como signo de contradicción nos advierte que habrá que renunciar incluso a los afectos terrenos si estos son ocasión para alejarnos de Él.
El seguimiento y la fidelidad al Señor a lo largo de la historia ha sido siempre ocasión de persecución, el mundo y las fuerzas del mal se oponen radicalmente a toda palabra que venga de Él, de ahí por ejemplo que vemos en los profetas como Jeremías, el sufrimiento que ha de vivir por continuar a anunciar la palabra que el Señor le dirige, sin embargo el dolor provocado por los hombres no es nada frente al gozo que el amor de Dios le hace experimentar, a éste que hoy vemos arrojado a un pozo y maltratado en otras ocasiones, es al mismo al que escuchamos decir “Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir” (Jr 20, 7). El profeta es signo de contradicción porque siempre es parcial, siempre está del lado de Dios pase lo que pase. Estos hombres del Antiguo Testamento fueron un anuncio de lo que Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, habría de padecer al anunciar la Buena Nueva de salvación.
«Muchas de las obras y de las palabras de Jesús han sido, pues, un «signo de contradicción» (Lc 2, 34) para las autoridades religiosas de Jerusalén, aquéllas a las que el Evangelio de san Juan denomina con frecuencia «los judíos» (cf. Jn 1, 19; 2, 18; 5, 10; 7, 13; 9, 22; 18, 12; 19, 38; 20, 19), más incluso que a la generalidad del pueblo de Dios (cf. Jn 7, 48-49). Ciertamente, sus relaciones con los fariseos no fueron solamente polémicas. Fueron unos fariseos los que le previnieron del peligro que corría (cf. Lc 13, 31). Jesús alaba a alguno de ellos como al escriba de Mc 12, 34 y come varias veces en casa de fariseos (cf. Lc7, 36; 14, 1). Jesús confirma doctrinas sostenidas por esta élite religiosa del pueblo de Dios: la resurrección de los muertos (cf. Mt 22, 23-34; Lc 20, 39), las formas de piedad (limosna, ayuno y oración, cf. Mt 6, 18) y la costumbre de dirigirse a Dios como Padre, carácter central del mandamiento de amor a Dios y al prójimo (cf. Mc 12, 28-34). » (Catecismo nn.575)
Pero ojo Jesús no es signo de contradicción por ser buscapleito sino porque su predicación ponía en evidencia la perversidad con la que muchos actuaban, la verdad de su palabra era luz que iluminaba y disipaba tinieblas, pero no olvidemos que también era bálsamo y consuelo para el que entraba en la conversión. Por eso comprendemos porque dirá que ha venido ha traer fuego, porque justamente el fuego tiene esta doble característica ilumina y da calor, de ahí que éste elementos un símbolo del amor de Dios por su pueblo, símbolo del Espíritu Santo.
Consideremos un momento el hecho de que Jesús fue signo de contradicción para su época porque en primer lugar, parecía ir contra la sumisión a la Ley, particularmente frente a la interpretación de la tradición oral que hacía los fariseos, contra la centralidad del Templo y contra la fe en el Dios único. De hecho es fácil considerar como vivir cristianamente contra un ambiente laxista puede llevar a la persecución, pero el Señor fue perseguido particularmente por el otro extremo, el rigorismo ¿Cómo esto ilumina nuestra realidad actual? Pensemos un par de ejemplos, primero la actualidad del legalismo, como muchos en un afán de bien terminan haciendo de la fe cristiana un conjunto de prescripciones morales rígidas y no atienden a los procesos de conversión de las personas, no se trata de llamar al bien mal ni al mal bien, pero sí saber que la luz de la fe va iluminando poco a poco las diferentes etapas a medida que el hombre se va abriendo a ellas, no basta con decir “hay que hacer” o “no hay que hacer algo” sino que ha de iluminarse la verdad del bien a tutelar y hacerlo de buena manera, sólo así se puede llevar a profundizar en el mandamiento y la enseñanza moral de la Iglesia, sino puede caerse en un cumplimiento meramente formal que no tiene raíces y que por tanto fácilmente se puede percibir como un peso insoportable a llevar y al que se termina renunciando.
En segundo lugar consideremos como en el afán de “tratar santamente las cosas santas” se termina cayendo en escrupulosidad, aclaremos no es lo mismo ser delicado de conciencia, queriendo tratar con dignidad y respeto lo santo, que ser escrupuloso, en el primer caso se apunta a elegir entre lo bueno aquello que resultar mejor, en el segundo, se termina tratando como malo a aquello que podría ser “menos bueno” y que sin embargo es lícito, en el fondo es un criterio superficial que puede lastimar mucho al que lo padece sino aprende a tratar esta situación y que puede llevarle a hacer sufrir a otros, Jesús no se quedó en la superficialidad de un edificio sino que buscó llevar a reconocer el profundo significado del Templo como casa de oración, la escena de la expulsión de los mercaderes no es sinónimo de un ánimo implacable e intransigente sino de purificación que conducirá a reconocerlo como lugar de encuentro con el Padre, incluso dará otro paso y se identificará a sí mismo con el Templo y más tarde san Pablo dirá que todo cristiano es Templo del Espíritu.
Un tercer ejemplo podría estar en el querer reducir a Dios a la idea que se tiene de Él y no lo que la fe de la Iglesia nos enseña, querer vivir sólo un aspecto de la vida cristiana basada en tradiciones de hombres pero que decide obviar la gran Tradición de la fe, rehusa a cambiar su propia visión de la realidad para conformarse con las del Evangelio, al final se termina cayendo en una ideologización de la fe que busca imponerse a todos y quien no piense del mismo modo es tratado como un “impuro e indigno” . Jesús presenta al Padre tal y como es, misericordioso y providente, de hecho Él mismo se presenta como la manifestación de su amor, va en busca de la oveja descarriada no para humillarla y atacarla sino para rescatarla, curarla y llevarla a habitar en su presencia. Al final Jesús no niega ni la Ley, ni el Templo ni el Monoteísmo, sino que lleva a una comprensión más profunda de estos dones de Dios a su Pueblo.
Un error de principiantes es creer que porque ya se conoce algo sobre una cosa ya se puede ser juez implacable sobre el asunto, esto también puede suceder en la vida espiritual, en el campo de la fe el conocimiento va unido al amor, sino se transforma en crueldad que termina alejando al que comienza a caminar, esta es una trampa del rigorismo. Éste a menudo simplemente tiende a ser un mecanismo de defensa similar a una máscara que oculta hipocresías o una vida doble.
Cuando Jesús nos invita a perseverar en su seguimiento a pesar de las contradicciones que una vida según el Evangelio suscite frente al mundo, no nos pide caer en el rigorismo sino que nos invita a dar testimonio de la verdad, y esto requiere de una virtud, la fortaleza, que en sus grados heroicos es capaz de llegar al martirio.
Por definición la fortaleza es: «la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa. “Mi fuerza y mi cántico es el Señor” (Sal 118, 14). “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33). » Catecismo n.1808
La fortaleza se trabaja de diferentes modos comenzando con la oración, hemos de pedirla a Dios, luego también podemso prever las dificultades que encontraremos en el camino y aceptarlas de antemano, abrazaar con generosidad las pequeñas molestias del día a día para fortalecer el propio espíritu contra el dolor y poner la mirada con frecuencia en Jesucristo crucificado, ya lo decía la carta a los hebreos “No han resistido todavía hasta la sangre al combatir contra el pecado” (Hb 12, 4) y san Agustín “«¿Qué te enseña Cristo desde lo alto de la Cruz, de la que no quiso bajar, sino que te armes de valor ante los que te insultan y seas fuerte con la fuerza de Dios?»
El cristiano da testimonio de la Verdad anunciada y predicada por el Señor y su Iglesia no obstante las dificultades que ello le pueda acarrear, pero su motivación no es la necedad o terquedad sino el amor al Señor y una vida según los criterios del Evangelio.
“la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión, como si fuese un pastel que se lo decora con nata. No, la fe no es esto. La fe comporta elegir a Dios como criterio- base de la vida, y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dio es amor, y el amor es positivo. Después de que Jesús vino al mundo no se puede actuar como si no conociéramos a Dios. Como si fuese una cosa abstracta, vacía, de referencia puramente nominal; no, Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir a los hombres entre sí, al contrario: Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación. Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí, divide; lo sabemos, divide incluso las relaciones más cercanas. Pero atención: no es Jesús quien divide. Él pone el criterio: vivir para sí mismos, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es «signo de contradicción» (Lc 2, 34).” (Papa Francisco, 18 de agosto de 2013)
3. Edificación espiritual
- ¿Qué aprendí de esta catequesis?
- ¿He hecho experiencia de rigorismo hacia mí? ¿de mí hacia los demás?
- ¿Cómo afronto de ordinario los cuestionamientos a mi fe? ¿se discernir entre aquel que busca la verdad y aquel que solo quiere pleito? Recordemos el consejo de san Pablo “Evita las discusiones necias e insustanciales, pues ya se sabe que degeneran en peleas. Y no es propio de uno que sirve al Señor pelearse, sino ser amable con todos, hábil para enseñar, paciente, que corrija con mansedumbre a los que disienten, por si Dios les da un arrepentimiento que les lleve a reconocer la verdad” (2 Tim 2, 23-25)
- ¿Cómo me propongo cultivar la virtud de la fortaleza?