Los sufrimientos que vivió el profeta Jeremías a causa de su fidelidad al anuncio de la Palabra de Dios, son considerados por la Iglesia una figura de la pasión de Cristo. Los babilonios dominaban en aquella época la región, ellos impusieron a Sedecías como rey, pero este mal aconsejado rehúsa pagar el tributo al imperio y busca una alianza con Egipto (recordemos que para el AT, Egipto es signo de esclavitud) es entonces que Babilonia sitia al reino, y Sedecías afligido, pide consejo al profeta que le dice que se rinda, los egipcios no le defenderán, sino por haberse sublevado los babilonios arrasarán con la ciudad, ello lleva a la ira a los consejeros del rey lo cuales atacan a Jeremías.
Sedecías optará por confiar en sus cálculos y no en la palabra que la anuncia el profeta la cual era una Palabra de Dios para él, la cual habría de librarlo de la afrenta, finalmente la ciudad sufre la destrucción y el pueblo es deportado, Sedecías incluso contemplará la muerte de sus hijos y será hecho ciego y prisionero de los Babilonios.
Jeremías ciertamente sufrió a causa de la predicación pero permaneció como el justo que padece por ser fiel no obstante la persecución, es el hombre que abandona en las manos de Dios a pesar de las amenazas a muerte. Sedecías es el hombre que se deja llevar por el consejo de los impíos y en se abandona a sus propios cálculos sin considerar al Señor en su historia, y cuyo fin acaba mal.
Ayer como hoy, la historia se actualiza, la fidelidad a la Palabra del Señor, conlleva muchas veces el convertirse en signo de contradicción en medio de un mundo que busca alejarse cada vez más de Él, la caridad cristiana es un fuego que se enciende los corazones de los hijos para que lata al ritmo del de Cristo, quien dio todo, incluso su propia vida, por hacer la voluntad del Padre no obstante la oposición y las acusaciones de las que fue víctima. El cristiano se convierte en signo de contradicción al estilo de Cristo, cuya palabra profética continúa a ser anunciada a través de los siglos. Dice el Catecismo de la Iglesia:
El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia los impulsa a actuar como testigos del evangelio y de las obligaciones que de ello se derivan. Este testimonio es trasmisión de la fe en palabras y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad (cf Mt 18, 16): «Todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación» (AG 11).
El apóstol Pablo nos invita a dejar “todo lo que estorba” en nuestro seguimiento de Cristo, todo lo que nos ata, incluso nos recuerda de modo vehemente que hemos testimoniar a nuestro Señor con confianza aún en medio de las situaciones más adversas. Quien se decide a vivir en el amor de Cristo, se convertirá con Él en signo de contradicción, puesto que el mundo detesta a los que no se adecúan sus cánones,
Cuando en medio de los sufrimientos que se vivan por causa del Evangelio nos llegue el desánimo, el sentir que no podemos, que “es más fácil” vivir según el pensamiento de moda recordemos las palabras del apóstol que nos dice “todavía no han llegado a derramar su sangre en la lucha contra el pecado”
Si meditamos asiduamente la Palabra de Dios, frecuentamos los sacramentos, tenemos una vida oración activa y si perseveramos en nuestra vida de comunión como Iglesia sea a través de la participación en la santa Misa, en las comunidades juveniles o parroquiales, en las reuniones del movimiento, podrán soplar muchos vientos contra nosotros, pero permaneceremos fieles, sin confusión porque estaremos oyendo la voz de nuestro pastor.
Que preciosa será una vida gastada por Cristo no obstante la persecución, que gozo el de aquel que mantiene el corazón y la mirada puestas en el Señor y no en cuestiones pasajeras, que feliz el hombre que lo da todo porque se sabe amado por Cristo, eso fue lo que movió a los mártires, como san Ignacio de Antioquía, a dar su vida por amor:
«No me servirá nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor para mí morir (para unirme) a Cristo Jesús que reinar hasta las extremidades de la tierra. Es a él a quien busco, a quien murió por nosotros. A él quiero, al que resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca… «
IMG: Rembrandt – «Jeremías lamentando la destrucción de Jerusalén»