La palabra de Dios nos recuerda a través de la imagen de la convocación de todos los pueblos a alabar al Señor (simbolizado por su Templo en el profeta Isaías) y entrar en comunión con Él (Simbolizado en el banquete anunciado por Jesús) un punto clave de la doctrina de la fe de cara a la misión y a la esperanza futura: la voluntad salvífica universal de Dios, san Pablo lo explicaría en su carta a Timoteo “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4) (recordemos conocer en la Sagrada Escritura implica también amar y crear vínculos de unión con la verdad).
Nuestro Padre misericordioso ciertamente busca que todos sus hijos vengan a Él, en medio incluso de las tribulaciones Él siempre dispone todo para bien de aquellos que le aman (mensaje del pasaje de la carta a los hebreos que oímos en la segunda lectura). Y aunque la el don de la salvación es gratuita, la fe en Jesucristo no sólo palabra que se pronuncia del diente al labio sino que se profesa en actitudes y comportamientos concretos, asumir a Jesús como nuestro salvador y creer que el Señor le resucitó de entre los muertos implica una vida conforme a eso que se cree, con la imagen de la puerta angosta el Señor nos recuerda que en el camino hacia el cielo hay que combatir, baste recordar al Pueblo de Israel camino a la tierra prometida, si eran fieles al Señor Él les daba la victoria, pero ellos siempre habían de entablar el combate. Fray Luis de Granada nos recordará en un modo sencillo: “Mira que no es ser buen cristiano solamente rezar y ayunar y oír Misa, sino que Dios te halle fiel, como a otro Job y otro Abrahán, en el tiempo de la tribulación” (Guía de pecadores 1, 2, 21)
Así pues Jesús cambia la pregunta que le hicieron, no se enfoca en la cantidad de los que se salvan, sino en la responsabilidad que todos tenemos de cooperar con la gracia que Él nos ha dado ya, en su Divina Misericordia, Él murió por amor a nosotros para hacernos libres del pecado y la muerte, pero es necesario que nosotros ejercitemos nuestra libertad viviendo coherentemente con nuestra fe, fomentando una vida virtuosa, frecuentando los sacramentos que son un don suyo en el cual su gracia nos fortalece, y cultivando una oración fervorosa que es un signo que pone de manifiesto si nos estamos relacionando con Él.
Nos enseña la Iglesia que “los creyentes han de emplear todas sus fuerzas según la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciendose conformes a su imagen y siendo obedientes en todo a la voluntad de Dios” (LG 40)
La Sagrada Eucaristía que celebramos, es un anticipo de aquel banquete del que habla Cristo, de aquel reunirse de todas las naciones (palabra que se ha comenzado a cumplir en la Iglesia que reúne hombres y mujeres de todo el mundo), al participar en la Sagrada Liturgia nos reunimos para dar alabanza a Dios como dice el salmo, con nuestros cantos, con nuestas respuestas en los diálogos, pero sobre todo con el ofrecimiento del sacrificio de Cristo al Padre celestial, nunca olvidemos la Misa es sacrificio de adoración, acción de gracias, expiación y súplica al Padre, hace presente nuevamente el Misterio de la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión de Cristo. Y particularmente al recibir la Sagrada Comunión nos unimos a nuestro Señor.
Esta convocación de todos los hombres a la vida en comunión entre ellos y con Dios, también lo vemos nosotros con el turno parroquial que hoy realizamos, los hermanos trabajan juntos en las diferentes actividades, con la coordinación, las alegría y dificultades que ello conlleva, en el servicio que prestan dan testimonio de la reunión en el amor que el Señor va forjando en su Iglesia.
Hoy que contemplamos esta palabra sintámonos dichosos de haber sido convocados a su Iglesia, a esta santa Eucaristía donde el pan de la palabra y el pan del sacramento se fracciona y se nos da como alimento de salvación, pero no olvidemos esa dicha ha de traducirse en una vida cristiana coherente y más aún ha de suscitar en nosotros el ímpetu misionero de ir y anunciar a nuestros hermanos que Dios les ama y les invita a participar de su gozo eterno en el santo banquete del amor, anuncio que ha de recorrer nuestras calles y polígonos, lugares de estudio y trabajo, reuniones de familiares y amigos, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4)
IMG: «Institución de la Eucaristía» de Gerard de Lairesse