Saliendo de la indiferencia

El Evangelio de este día vuelve a la carga para recordarnos la importancia de solidaridad fraterna, la parábola del rico Epulón y Lázaro es un fuerte llamado de atención para todos. El Señor busca disipar dos errores comunes en la época, por un lado, la negación de algunos sobre la supervivencia del alma después de la muerte, recordemos el alma es inmortal y por tanto la muerte es sólo la separación de alma y cuerpo, no es que la persona es aniquilada y deja de existir, importante porque esto es condición para la doctrina sobre el juicio particular y la retribución ultraterrena, la Iglesia nos enseña que “Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre” (Catecismo n. 1022);  por otro, el de aquellos que creían que las riquezas en este mundo, la prosperidad material, era premio de rectitud moral y las dificultades castigo, una tentación que aún hoy se hace presente con aquello que predican el “evangelio de la prosperidad”, son quienes asocian la bendición de Dios sólo con la dimensión material de la vida, así hace del bienestar propio el centro de la oración, en el fondo Dios se convierte en un poder al servicio del hombre (como si Él debiera algo al hombre), la Iglesia el supermercado de la fe, y la religión se reduce al sensacionalismo, el pobre es ignorado y se le hace a un lado porque se percibe en situación de miseria porque no tiene fe.

La parabola del rico y lázaro, busca llevarnos a recordar la importancia de salir de esta indiferencia, de hacer uso de los bienes terrenos para aliviar al que sufre y así por la práctica de la misericordia, abrirnos también nosotros a la misericordia divina. Las riquezas materiales no son buenas ni malas en sí, pero si el hombre pone en ellas su corazón, estas ciegan su vista al pobre y necesitado.

El drama de la pobreza y la solidaridad fraterna, nos da pie para recordar también que hoy celebramos la Jornada Mundial del Migrante y con ellos es importante que meditemos el mensaje del santo Padre, de algún modo sabemos los cristianos somos migrantes todos en terminos espirituales en este mundo puesto que no tenemos aquí nuestra morada definitiva, sino que anhelamos el cielo como nuestra felicidad plena.

“El sentido último de nuestro “viaje” en este mundo es la búsqueda de la verdadera patria, el Reino de Dios inaugurado por Jesucristo, que encontrará su plena realización cuando Él vuelva en su gloria. Su Reino aún no se ha cumplido, pero ya está presente en aquellos que han acogido la salvación. «El Reino de Dios está en nosotros. Aunque todavía sea escatológico, sea el futuro del mundo, de la humanidad, se encuentra al mismo tiempo en nosotros». 

La ciudad futura es una «ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Hb 11,10). Su proyecto prevé una intensa obra de edificación, en la que todos debemos sentirnos comprometidos personalmente. Se trata de un trabajo minucioso de conversión personal y de transformación de la realidad, para que se adapte cada vez más al plan divino. Los dramas de la historia nos recuerdan cuán lejos estamos todavía de alcanzar nuestra meta, la Nueva Jerusalén, «morada de Dios entre los hombres» (Ap 21,3). Pero no por eso debemos desanimarnos. A la luz de lo que hemos aprendido en las tribulaciones de los últimos tiempos, estamos llamados a renovar nuestro compromiso para la construcción de un futuro más acorde con el plan de Dios, de un mundo donde todos podamos vivir dignamente en paz.”

En la edificación del Reino, todos somos colaboradores: “Nadie debe ser excluido. Su proyecto es esencialmente inclusivo y sitúa en el centro a los habitantes de las periferias existenciales. Entre ellos hay muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata. Es con ellos que Dios quiere edificar su Reino, porque sin ellos no sería el Reino que Dios quiere. La inclusión de las personas más vulnerables es una condición necesaria para obtener la plena ciudadanía.”

Y puede ser que nosotros no recibamos migrantes internacionales, pero muchos han llegado a nuestra colonia como parte de los procesos de migración campo-ciudad en los que se ha visto envuelto nuestro país, y a la vez también muchos tenemos parientes en el extranjero, en los cuales no hemos de ver simples máquinas de producción de dólares, sino seres humanos de carne y huese, cristianos, hermanos nuestros en la fe, a los cuales hemos de animar en su seguimiento de Cristo ahí donde están.

“Construir el futuro con los migrantes y los refugiados significa también reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al proceso de edificación. Me gusta ver este enfoque del fenómeno migratorio en una visión profética de Isaías, en la que los extranjeros no figuran como invasores y destructores, sino como trabajadores bien dispuestos que reconstruyen las murallas de la Nueva Jerusalén, la Jerusalén abierta a todos los pueblos (cf. Is 60,10-11).”

Esta visión nos lleva a recordar que todos tenemos parte en la edificación de la Jerusalén celeste, la esposa de Cristo, y que sea que vivamos en un pueblo, en la ciudad o en otro país, Dios no se ha desentendido de nosotros, al contrario, las riquezas de lo que ha hecho con nosotros a lo largo de la vida deben contribuir a la transformación de nuestro mundo.

Tengamos siempre presente que nuestros hermanos son miembros vivos de la Iglesia, y que cuando en el lugar donde nos encontramos celebramos la santa Eucaristía todos estamos reunidos, de hecho dice una de las oraciones de la Misa: “Acuerdate, Señor, de tu Iglesia extendida en toda la tierra” o en otra “Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo.” Por poner unos ejemplos. En la Jornada Mundial del migrante comuníquemonos quizás con ese pariente que tenemos en el extranjero o con aquellos que hemos dejado en nuestros pueblos, preguntémosles cómo están, recemos con ellos si es posible, compartamos la fe a través de audios y mensajes, seamos piedras vivas que edifican la Jerusalén celeste.

IMG: «Lázaro y el rico epulón» de Jacopo da Ponte