Templanza

Así pues, si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; sientan las cosas de arriba, no las de la tierra. (Col 3, 1-2)

Las palabras de san Pablo iluminan nuestra meditación puesto que el hombre que aspira al cielo como su felicidad eterna en Dios reconoce que al tener su mirada distraída en lo meramente terreno pierde el camino, pierde su dirección, pierde su Norte. Más aún, podríamos decir el hombre que tiene su esperanza en la eternidad sabe ordenar todas las cosas que vive en esta Tierra de modo que le ayuden a alcanzar su fin último.

Un ejemplo nos ayude a descubrir el porqué el nombre de templanza. Cuando uno coloca un lazo en el jardín para tender la ropa le interesa ante todo que dicho lazo esté muy bien “templado” es decir que se encuentre tan firme que no se venga abajo con el peso de aquello que se va a colgar, esto supone una tensión suficiente para sostener firme pero que no sea excesiva que pueda romper el lazo.

Del mismo modo, la templanza, entendida como el dominio de sí, es una disposición estable que nos habilita a hacer uso ordenado de los bienes terrenos de modo que nos ayuden a alcanzar nuestro fin último.

El Catecismo de la Iglesia la define como: 

“la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar “para seguir la pasión de su corazón” (cf Si 5,2; 37, 27-31). La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: “No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena” (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada “moderación” o “sobriedad”. Debemos “vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente” (Tt 2, 12).” (n.1809)

Al aprender el arte del dominio de nosotros mismos podríamos englobar muchos aspectos de nuestra vida, la educación emocional y afectiva, nuestra relación con la comida y bebida, así como con el dinero u otros bienes materiales, de un modo particular en nuestra época en el que muchos se dejan llevar por los ídolos del placer y de la fama, la virtud de la templanza nos ayuda saber hacer un uso adecuado de estas realidades, de tal modo que hagamos de las experiencias sensibles que vivimos así como de nuestras relaciones interpersonales un mecanismo que nos ayude a alcanzar la meta que tanto ansiamos, la felicidad eterna.

“El hombre moderado es el que es dueño de sí. Aquel en que las pasiones no predominan sobre la razón, la voluntad e incluso el “corazón”. ¡El hombre que sabe dominarse! Si esto es así, nos damos cuenta fácilmente del valor tan fundamental y radical que tiene la virtud de la templanza. Esta resulta nada menos que indispensable para que el hombre “sea” plenamente hombre. Basta ver a alguien que ha llegado a ser “víctima” de las pasiones que lo arrastran, renunciando por sí mismo al uso de la razón (como por ejemplo un alcohólico, un drogado), y constatamos que “ser hombre” quiere decir respetar la propia dignidad y, por ello y además de otras cosas, dejarse guiar por la virtud de la templanza.” (San Juan Pablo II)

Cultivar la virtud de la templanza supone una vigilancia sobre nosotros mismos, el famoso adagio “conócete a ti mismo” aplica en gran medida en el trabajo de esta virtud. Los maestros de vida espiritual nos recuerdan como esta virtud se trabaja a través de la llamada custodia de los sentidos. ¿En qué consiste esto?

Recordemos, desde niños se nos ha enseñado que tenemos cinco sentidos por los cuales entramos en relación con la realidad: vista, oído, gusto, olfato y tacto. Todo lo que llega a nuestra mente y que afecta también nuestro mundo emocional llega a nuestro interior a través de ello. Por eso también puede decirse que el alma se alimenta por los sentidos.

Cuando custodiamos el sentido de la vista, buscamos evitar miradas pecaminosas, fácilmente podemos poner nuestros ojos en cosas que nos llevan a apartarnos del Señor, también evitamos las miradas peligrosas, estas suponen cosas que aunque no son propiamente pecado aún nos ponen en grave riesgo de caer.

Hemos de estar atento incluso a las miradas curiosas, bien dice el dicho “la curiosidad mató al gato”, la vana curiosidad que implica el perder tiempo sobre todo hoy en día en el internet u otros “pasatiempos”, nos puede conducir a la distracción de lo verdaderamente importante y poco a poco a encontrarnos con algo que seducirá la mirada y la apartará del recto camino.

¿Qué hacer? ¿Es preciso quedarse ciego? Para nada, antes bien he actuar por contrarios y alimentar mis miradas con cosas útiles y santas, aquello que verdaderamente la edifique como una obra de arte, particularmente el arte sagrado, la contemplación de la naturaleza, la lectura espiritual o incluso de libros que me ayuden al crecimiento interior.

Cambiando lo que hay que cambiar sucede con el oído, hemos de evitar conversaciones pecaminosas, cuanto doblez y cizaña se encuentra en algunas, peligrosas, atentos a las murmuraciones y excesiva familiaridad que lleva incluso a que algunos se falten el respeto. Hemos de fomentar conversaciones nobles, útiles y ¿por qué no? Incluso santas.

En cuanto al sentido del gusto podríamos recordar que la gula no implica sólo comer en exceso, sino con voracidad y avidez, “a la carrera”, en desorden sin tener encuentra nuestra salud, sólo andar de “gustosos” o caprichosos, comiendo a deshoras etc. Hemos de aprender a comer saludable, ordenado, dando al cuerpo lo que necesita para su buen funcionamiento, se evitarían tantas enfermedades incluso físicas con tener un animo templado en el gusto. Como dicen los nutricionistas hay que evitar comer calorías sin nutrientes.

Hay muchos que no consideran el olfato como un sentido a cuidar en nuestra vida espiritual y la verdad también ha de ser custodiado, evitando el uso excesivo de perfumes que pueden esconder algún toque de sensualidad y seducción, un  principio podría ser considerar que un buen olor es como una prenda de vestir hay para cada ocasión y hemos de actuar con sobriedad. Pero donde más afecta es en el trabajo con el pobre y necesitado ¿cuántos por no soportar un mal olor dejan de hacer un caridad con un enfermo o se alejan de otros que viviendo en la calle no tienen acceso a agua como otros? Recordemos a san Francisco que cuando en una ocasión siento asco ante las llagas de un leproso se dispuso incluso a besarlas.

Por último tenemos el sentido del tacto, el más extenso de los sentidos, puesto que todo nuestro cuerpo en sensible, es preciso reconoce el gran valor que tiene para comunicar noticias de nuestro interior, estrechar una mano, sostener a alguien incluso dar un abrazo, puede ser ocasión de gran consuelo para quien pasa necesidad; pero hemos de moderarnos incluso en las caricias no sea que poco a poco seducidos por el placer que estas generan de ordinario nos veamos en ocasión de caer en graves pecados, de ahí que hemos de aprender a hacer un uso moderado del contacto físico.

La templanza incluso va más allá del cuerpo tiene que ver también con nuestra moderación en el uso de la riqueza, en la aspiración a una buena fama o el uso del poder.

La riqueza puede usarse para socorrer al pobre y necesitado, la fama puede colaborar muchos en la evangelización, el poder puede llevar a un hombre a procurar en gran medida el bien a tantas personas, el punto está en no hacer de ellos fines sino medios para procurar el fin más grande que es la gloria de Dios y la salvación de las almas. 

Una virtud hija de la templanza es también la humildad que implica la sobria estima de sí mismo, el humilde es aquel que reconoce que no es más porque otro le alaba ni menos porque lo critiquen, es lo que es delante de Dios. Mucho podría meditarse a partir de estas líneas, pero concluimos diciendo que la templanza no anula la espontaneidad y alegría en el hombre y la mujer, sino que para que estas sean verdaderamente maduras se requiere la vigilancia sobre sí mismos, la templanza nos ayuda a mantener la mirada en nuestro fin, en el cielo, que es la comunión plena en el amor con nuestro Dios y Señor, y quien vive desde ya unido a Él, gozará también eternamente de Él.

IMG: Templanza de Piero del Pollaiuolo,