“Miren que les envío como ovejas en medio de lobos. Por tanto, han de ser prudentes como serpientes y sencillos como palomas” Mt 10, 16
Cuando hemos visto el modo en que una serpiente se mueve es curioso notar con cuanto sigilo, quietud, calma y atención va avanzando, y cómo ante todo cuida la cabeza. De algún modo el ejemplo utilizado por el Señor en el Evangelio nos resulta enriquecedor en nuestra vida de fe.
Para el cristiano cultivar las virtudes es un ejercicio continuo a través del cual busca vivir como Cristo vivió, es un modo práctico de configurarnos con Él. Las virtudes se han definido habitualmente como una disposición firme y estable para obrar el bien, es decir, no se trata sólo de actuar bien de vez en cuando, si de que este sea nuestro modo habitual de obrar, así según el tipo de obra buena que se busque hacer así habrá una virtud a ejercitarse.
La virtud de la prudencia ha pasado a las virtudes principales que ha de cultivar todo hombre y particularmente todo cristiano. Se define como la virtud de la razón práctica por la cual buscamos el bien. Y en este sentido es una virtud que se presenta como la guía de todas las demás. ¿Pero en qué sentido?
Habitualmente cuando decimos “sé prudente” estamos queriendo indicar a alguien que “no se meta en problemas” o “que evite un mal posible” pero técnicamente esto propiamente se llama cautela. La prudencia va más allá, busca hacer la cosa justa en el momento justo, busca obrar según un juicio recto sobre las realidades que considera. Hoy en día muchos toman decisiones en base a que tan bien se “siente” una realidad, de hecho hay como una equiparación entre lo bueno y lo placentero, sin embargo la experiencia de muestra que no siempre para tomar una buena decisión se experimenta placer, hay cosas que sólo se pueden lograr a base de esfuerzo y paciencia, cosas que no siempre nos deleitan.
Y es que aunque la sensibilidad revela algo de mí interior, no es el mejor criterio para tomar una decisión, siempre se ha de optar por aquello que es bueno y verdadero según la recta razón, una vez se ha elegido entonces se goza del bien y verdad, pero ojo, el gozo no es el fin es consecuencia del fin.
Entonces ¿cómo aprender a tomar decisiones prudentes? ¿Cómo aprender a ser prudentes? ¿Cómo determinar cuál es el bien y cuál es la verdad que he de perseguir detrás de cada una de las decisiones que tomo para lograr hacer la cosa justa en el momento justo?
Una virtud se adquiere a base de ejercicio, esto supone la repetición de actos ¿y entonces cómo se obra prudentemente?
Podemos considerar tres elementos:
1) Deliberación: consideración de los motivos para tomar una decisión. Lo primero será hacer un buen examen de la realidad, para eso es necesario escuchar atentamente, mirar bien los elementos a considerar, reconocer los propios prejuicios, distinguir entre hechos y opiniones, buscar información, comprobar aspectos dudosos, relacionar causas y efectos, ejercitar la capacidad de recordar.
¿Qué información tengo sobre este asunto? ¿Cuáles son las fuentes? ¿Son de fiar? ¿Son suficientes? ¿Ya tienes una opinión formada sobre el tema? ¿Hay alguna laguna de información? ¿Cómo solventarla? Y la pregunta clave: ¿qué criterios utilizaré para valorar la situación?
2) Juzgar: una vez tengo los criterios entonces debo apreciar la situación en base a esos criterios. Se trata de trabajar nuestra capacidad de crítica, no somos robots que no razonan es necesario ejercitar nuestra mente y su capacidad de cribar.
Por ej. Ante la pregunta quiero ir al cine porque hay una nueva película que “se ve buena” ¿por qué la considero buena? Sólo porque es novedosa, estimula los sentidos y la considero emocionante, todo el mundo habla de ella, transmite valores que quiero cultivar, me da información sobre algo que quiero conocer, aporta algo significativo a mi vida, me motiva ser una mejor persona, etc.
3) Decidir: la última parte en este proceso es la elección, al fin y al cabo se consideran las distintas alternativas para conseguir un fin, de acuerdo al juicio que se ha hecho sobre lo correcto en una situación determinada.
La prudencia no sólo es mucho pensar sino también actuar, incluso podría ser que la indecisión sea ocasión para un mal posible. Habrá cuestiones en las que se actúe rápidamente ya que se cuenta con la información suficiente para tomar una decisión y que de no actuar pudiera perjudicarse a los demás o a sí mismo.
Una de los modos más claros para reconocer a una persona prudente es ver si sabe pedir consejo o si se deja aconsejar, la capacidad de escucha también tiene que ver con la capacidad de apertura, hay un proverbio africano que dice: “caminando sólo se llega más rápido, pero caminando con otro se llega más lejos”.
Teniendo claro los fundamentos hemos de recordar que para el cristiano el proceso de recolección de información en su toma de decisiones de las más simples a las más complejas siempre va mediado por la fe, es decir, que para que el recto obrar según la razón iluminada por la fe se manifiesta es necesario el conocimiento de la fe y el asumir sus criterios como mis elementos para tomar decisión.
De ahí que la formación catequética, la oración, la lectura asidua de la Sagrada Escritura y otros autores de espiritualidad, la vida de los santos e incluso la dirección espiritual sean claves para forjar la prudencia en el bautizado.
La prudencia nos ayuda a evitar el pecado, evitando las ocasiones de este y apuntando a remedios oportunos; también nos hace adelantar en la virtud, enseñándonos a conciliar actitudes que aparentemente son contradictorias como la humildad y la magnanimidad o la justicia y la misericordia, o el silencio orante y el ardor misionero; nos ayuda determinar que conviene en cada momento en orden a nuestra santificación y a nuestra vocación particular.
El prudente se toma tiempo para reflexionar, no actúa por caprichos o por emociones, consideras pros y contras, persevera en los buenos propósitos evitando la negligencia, procede con sencillez y transparencia, vive un día a la vez.
El hombre prudente se examina con atención, busca conocerse, de hecho eso motiva habitualmente que en el arte esta virtud se representada por un espejo, aquel que se ve a sí mismo con detenimiento, en búsquedas a reconocer las tendencias desordenadas y potenciar las positivas. El prudente busca formarse en la fe, conocer, hacer del Evangelio su criterio de vida.
La virtud de la prudencia es clave en el edificio de nuestra vida espiritual, no sólo se pregunta sobre el qué hacer sino el cómo hacerlo, el para qué hacerlo, todo en vistas a nuestro fin último esta vida la honra y gloria de Dios.
“Ruego que quien me escucha piense ahora bajo esta luz en su propia vida. ¿Soy prudente? ¿Vivo consecuente y responsablemente? El programa que estoy cumpliendo, ¿sirve para el bien auténtico? ¿Sirve para la salvación que quieren para nosotros Cristo y la Iglesia?” (San Juan Pablo II)