El Amor de una Madre

Miércoles – XXXIII semana del tiempo ordinario – Año impar

2M 7, 1. 20-31; Sal 16; Lc 19, 11-28.

El amor de una madre por sus hijos vela mucho más allá del bienestar físico, llega a las altas cumbres de la vida eterna, la lectura de los Macabeos nos cuenta el heroísmo de una madre que exhorta a sus hijos a la perseverancia en el Señor, incluso hasta el derramamiento de sangre, ciertamente lo primero que nos hace pensar en las madres de familia que animan a sus hijos a salir adelante a pesar de las situaciones difíciles que se pueden vivir en el hogar, más aún pensamos en tantas que animan a sus hijos a un vida cristiana coherente y que les animan a no conformarse a vivir según las presiones de otros que les incitan al pecado, sino a vivir una vida buena de la mano de Dios, mujeres que no tienen miedo de corregir cuando algo va mal, y de animar cuando ven que las cosas van bien.

Pero podríamos pensar también en nuestra madre la Iglesia, la cual nos hace conscientes de los beneficios que Dios nos ha dado, tal y como Jesús busca hacerlo en el Evangelio. Ella ciertamente nos advierte muchas veces los peligros que nos rodean hoy en día como la mundanidad espiritual, el narcisismo, la idolatría del placer o del dinero, el cultura del descarte, la indiferencia religiosa, la colonizaciones culturales como la de la ideología de género , el menosprecio de la creación, etc.

Pero más aún nos motiva a potenciar nuestras vidas para llevarlas a su plenitud en Dios, a través de la invitación de una mayor conciencia en la participación de los Sacramentos, la lectura de la Palabra de Dios, la vida de oración, la ayuda de los más necesitados, a una vida familiar vivida en el amor,  a vivir nuestras vocaciones particulares como un modo concreto de testimoniar a Jesucristo, a desarrollar nuestras capacidades no en vistas a obtener sólo un medio de subsistencia o el aplauso de algunos sino a verlo como el desarrollo de los dones que Dios no da, porque en ellos resplandecerá la Gloria de Aquel que dio su vida por nosotros.

«Toda la moderación que ellos mostraron en los peligros, igualémosla nosotros con la paciencia y la templanza contra las concupiscencias irracionales, contra la ira, la avaricia de las riquezas, las pasiones del cuerpo, la vanagloria y todas las otras semejantes. Pues si dominamos su llama, como aquellos dominaron la del fuego, podremos estar cerca de ellos ser participantes de su confianza y libertad»

San Juan Crisóstomo, Homiliae in maccabaeos 1, 3

La vida cristiana, que lleva a ir contracorriente, es una vida que en el gozo del amor busca no sólo perpetuarse sino llegar a plenitud, y sólo lo puede hacer cuando se vive de cara a Dios, pasando necesariamente por la cruz. Para atravesar esos momentos la Iglesia siempre nos da una palabra: Jesucristo, el cual le revela al hombre lo que este realmente es, la eternidad a la que está llamado.

El cristiano vive con un horizonte largo, porque busca vivir conforme a esa eternidad para la cual renació en el bautismo por eso cree, por eso espera, por eso ama y por eso busca disponer su vida para dejarse transformar por la gracia de Dios que le llevará esa plenitud de vida para la que ha sido llamado.

Roguemos al Señor nos conceda la fortaleza para perseverar,  la palabra adecuada para saber alentar a aquellos que flaquean y ayudar a aquellos que han podido caer, para crecer juntos como hermanos dando frutos para su gloria.

Nota: Mosaico de Mártires en la basilica de san Apolinar en Rávena