III-Que no han de bastar las culpas ordinarias en que caemos para quitarnos esta alegría

Tomado de “Ejercicios de perfección y virtudes cristianas” del P. Alfonso Rodríguez – De la Tristeza y la alegría – Cap. III

Estiman tanto los Santos que andemos siempre con este ánimo y alegría, que aún en las caídas dicen que no habemos de desmayar, ni desanimarnos, ni andar tristes y melancólicos. Con ser el pecado una de las cosas porque con razón podemos tener tristeza, como luego diremos, con todo eso, dice San Pablo que esa tristeza ha de ser templada y moderada con la esperanza del perdón y de la misercordia de Dios, para que no cause desmayo ni desconfianza. *Porque no acontezca por ventura que ese tal dé al través con la demasiada tristeza*[1]

Y si así el bienaventurado san Francisco que aborrecía mucho esta tristeza en sus frailes, respondió a uno de sus comapñeros que andaba triste diciendo: No debe el que sirve a Dios andar triste, si no es por haber cometido algún pecado; si tu le has cometido, arrepiéntete y confiésate, y pide a Dios perdón y misericordia, y suplícale con el Profeta[2] que te vuelva la alegría y prontitud que sentía en vuestro servicio antes que pecara y sustentadme, y confirmadme en eso con el espíritu magnifico y poderos de vuestra gracia. Así declara también san Jerónimo este lugar[3].

El Padre Maestro Avila reprehende[4] y con mucha razón a algunos que andan en el camino de Dios llenos de tristeza desaprovechada, aheleados los corazones, sin gusto en las cosas de Dios, desabridos consigo y con sus prójimos, desmayados y desanimados; y muchos, dicen, hay de estos que no cometen pecados mortales, sino dicen que por no servir a Dios como deben y desean, y por los pecados veniales que hacen, están de aquella manera.

Este es un engaño grande; porque mucho mayores son los daños que se siguen de esa pena y tristeza demasiada, que los que se siguen de la misma culpa; y lo que pudieran atajar, si tuvieran prudencia y esfuerzo, lo hacen crecer y que de un mal caigan en otro, y eso es lo que pretende el demonio con esa tristeza: quitarle el vigor y esfuerzo para obrar, y que no acierten a hacer cosa bien hecha.

Lo que habemos de sacar de nuestras faltas y caidas, ha de ser, lo primero, que nos confundamos y humillemos más, conociendo que somos más flacos de lo que pensábamos. Lo segundo, que pidamos mayor gracia al Señor, pues la habemos menester. Lo tercero, que vivamos de ahí adelante con mayor cautela y recato, tomando avisos de una vez para otra, previniendo las ocasiones y apartándonos de ellas.

De esta manera haremos más que condesmayo y tristezas desaprovechadas. Dice muy bien el Padre Maestro Ávila: Si por las culpas oridnarias que hacemos, hubiésemos de andar descaídos, tristes y desanimados, ¿quién de los hombres tendría descanso ni paz, pues todos pecamos[5]?

Procurad vos de servir a Dios y de hacer vuestras diligencias; y si no las hiciéredes todas, y cayéredes en faltas, no os espateis por eso, ni desmayeis, que así somos todos: hombre sois, y no ángel, flaco, y no santificado. Y bien conoce Dios nuestras flaqueza y miseria, y no quiere que desmayemos por eso, sino que nos levantemos luego y pidamos mayor fuerza al Señor, como el niño que cae, que luego se levante y corre como primero.

Dice san Ambrosio: las caídas de los niños no indignan a su padre, sino enternécenle[6]. De esa manera, dice, se ha Dios con nosotros, conforme a aquello del Profeta: conoce Dios muy bien nuestra enfermedad y miseria, y ámanos como a hijos flacos y enfermos; y así estas caídas y flaquezas neustas antes le mueven a compasión que a indignación[7].

Uno de los grandes consuelos que tenemos los que somos flacos en el servicio de Dios, es entender que es Dios tan rico en amor y misercordia, que nos sufre y ama aunque nosotros no le correspondamos tan por entero como era razón. *Es rico en misericordia[8];* sobrepuja su misericordia nuestros pecados. Así como se derrite la cera delante del fuego, así se deshacen todas nuestas faltas y pecados delante de su misericordia infinita.

Esto nos ha de animar mucho para andar siempre con grande contento y alegría; entender que Dios nos ama y nos quiere bien, y que por todas esas faltas ordinarias que hacemos, no perderemos un punto de gracia y amor de Dios.

Capítulo anterior «II -En que se dan algunas razones por las cuales nos conviene mucho servir a Dios con alegría»

Capítulo siguiente: «IV- De las raíces y causas de las tristezas, y de sus remedios»

Notas:

*La imagen es un dibujo de Carlos Saenz de Tejada que muestra a san Ignacio convaleciente y leyendo

*Las negritas y los espacios entre párrafos son ajustes míos para facilitar la lectura.

[1] Ne forte abundantiori tristia absorbeatur quie ejusmodi est II ad Cor. , II, 7

[2] Redde mihi laetitiam tui, et spiritu principali confirma me Ps I, 14

[3] Id est, redde mihi illam exultationem quam in Christo, habui prius quam peccarem. Hieron.

[4] M. Ávila, c.23 del Audi Filia

[5] Si iniquitates observaveris, Domine, Domini, qui sustenebit ? Ps. CXXIX, 3

[6] D. Ambros. Lib. 2 de reparatione gentium, cap 3 et ult.

[7] Quomodo misereatur pater filiorum, misertus est Dominus timentibus se, quoniam ipse cognovit figmentum nostrum. Recordatus est quoniam pulvis sumus. Ps.CII, 13

[8] Qui dives est in misericordia Ad Eph. II, 4